Arte
Dulce enfermedad de nuestro tiempo
Por Lola Marcarell
La superposición de papeles que puebla los trabajos de este joven artista van creando un concurso palimpsesto.

Si miramos el mundo, nuestro mundo, al trasluz del abstracto fluir del pensamiento, si pensamos de noche, al acostarnos, en todo lo A. Arte antes, mucho antes, de habernos conocido. Cada paso que andamos, cada huella, se dibuja en la sombra de otra huella. Y sombra habrá de ser cada pisada, la sombra en que inscribir, tarde o temprano, la sombra de las huellas del futuro.

TRAZOS Y LÍNEAS.

Así es el territorio donde habitan los dibujos que Moisés Mahiques expone, gracias a la beca Alfons Roig, en la sala Parpalló: territorio sin tiempo, espesura de acciones simultáneas, mezcolanza de planos que remite a aquella aspiración de los cubistas por pintar la temporalidad con todos los matices de su dimensión poliédrica.

La muchedumbre de trazos y de líneas, la superposición de papeles que puebla los trabajos de este joven artista va creando un confuso y complejo palimpsesto, un extraño lugar donde confluyen todos esos instantes que componen la amalgama presente, la región irreal, o quizás tan real, donde conviven, no sólo lo pasado y lo presente, sino también la caricia y el mordisco, el placer y el espanto, el abrazo, la patada…, el sexo y la violencia que dan título a dos de las series que componen la muestra: Sex happening location y Violence happening location.

De esta unión de contrarios, de este lío imposible de lo uno y lo otro, va surgiendo una imagen, una imagen del mundo en blanco y negro, en constante y continuo desconque cierto salpicado por manchas de color, feroz galimatías de rostros y de objetos, tupido laberinto de coches y bidones, de latas y de perros, de turbinas, de pies, de mil eventos sucediendo a la vez: un desastre de acciones que da nombre a la tercera y última serie: Disaster happening location. Y en medio de ese magma, de ese caos de siluetas y perfiles, en medio de las fauces, de las uñas, entre contenedores y accidentes de tráfico, un único habitante, el solo personaje, perdido en el abismo, en esa soledad, tan desolada, que sólo puede darse en compañía de los otros.

METÁFORA DEL YO cONVuLSO.

Un único protagonista, el mismo todo el tiempo y siempre otro, que acaba convirtiéndose en metáfora, metáfora del yo, de un yo convulso, perdido, fragmentado, tan saturado de todo y de sí mismo, que en más de una ocasión ha de ocultarse, quizás para no ver, tal vez para no ser visto. Mirando el mundo de Moisés Mahiques, también vemos el mundo, nuestro mundo, o al menos esa parte del mundo que no cesa de girar y girar, con sus reclamos, sus pantallas, sus prisas, sus horarios, sus relojes, su estrés, su estar sin tiempo, ese andar sin pararse a ver el mundo: la dulce enfermedad (Sweet Illness) de nuestro tiempo.