* España tendría que comprar cada año, durante un quinquenio, 100 millones de toneladas de CO2 para cumplir con Kioto
*También se pueden conseguir derechos de emisión transfiriendo tecnologías limpias a otros países
El protocolo de Kioto de lucha contra el cambio climático entró en vigor en febrero de 2005, siete años y poco más de dos meses después de que fuera firmado en la ciudad japonesa del mismo nombre.
Siete años que sirvieron para completar y perfeccionar este tratado internacional, pero sobre todo, y más aún en los últimos años, este tiempo estuvo marcado por la espera. La espera a que fuera ratificado como mínimo por 55 países, incluyendo los países industrializados responsables, al menos, de un 55 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera. El primer umbral se alcanzó sin dificultad; el segundo supuso años de batalla, infructuosa, con Estados Unidos, y de relaciones diplomáticas y algunas concesiones a Rusia, país que finalmente devolvió la esperanza en la lucha contra el cambio climático.
Con la ratificación de Rusia el 18 de noviembre de 2004 se superaba ese umbral del 55 por ciento de las emisiones contaminantes y empezaba la cuenta atrás de 90 días para que el protocolo entrara en vigor.
Su puesta en marcha significó que treinta y ocho países industrializados (la UE de los 15, Canadá, Noruega, Islandia, Japón, Nueva Zelanda, Mónaco, Rusia, Bulgaria, República Checa, Estonia, Hungría, Letonia, Estonia, Polonia, Rumanía, Eslovaquia, Suiza, Liechtenstein, Lituania, Eslovenia, Croacia, Bielorrusia, Ucrania, y ahora Australia) están obligados jurídicamente a cumplir los objetivos cuantitativos para reducir o limitar sus emisiones de seis gases de efecto invernadero entre 2008 y 2012. Fuera de este tratado ha quedado por voluntad propia Estados Unidos. Parece que en Bali se le ha convencido para que forme parte del segundo periodo de cumplimiento.
Las negociaciones deberían terminar antes de 2009, pero la velocidad nunca ha sido una palabra asociada a Kioto. Mientras tanto los termómetros avanzan en dirección al «rojo vivo».
Más allá de predicciones de subida de temperaturas y aumento del nivel del mar, la acción contra el cambio climático tiene que venir de la mano de los políticos. Por eso, Pachauri les daba el relevo y el secretario general de la ONU les instaba a concluir las negociaciones sobre el régimen de la etapa post-Kioto antes de 2009. Sin embargo, la verdadera prueba de fuego comienza a contar dentro de una semana, el 1 de enero, cuando empieza el primer periodo de cumplimiento de la reducción de emisiones establecida en el protocolo de Kioto. En el próximo quinquenio (2008-2012) es cuando se verá si las actuaciones y medidas anunciadas (las más) o puestas en marcha (las menos) logran su cometido: revertir la tendencia de aumento de emisiones y conseguir una reducción del 5,2 por ciento a nivel global.
Este nivel de emisiones se calculará sobre la media de estos próximos cinco años para los 39 países industrializados que tienen compromiso de reducción y han ratificado el protocolo. Hasta el año 2005, el objetivo de Kioto se había conseguido a nivel global, pues en conjunto los países que han ratificado este tratado internacional han disminuido sus emisiones un 15% sobre los niveles de 1990. Eso sí, hay que tener en cuenta que buena parte de esta reducción se debe a los países con economías en transición de Europa central y oriental, cuyas emisiones han llegado a reducirse a la mitad tras el cierre de las fábricas y las centrales eléctricas obsoletas heredades de la era soviética.
Aumento de la temperatura
Sea cual sea la cifra, lo cierto es que el coste de no cumplir con Kioto y, por tanto, de no contribuir a la reducción de emisiones, es muy alto y se refleja año tras año en la subida de las temperaturas. El año siguiente a la firma del protocolo de Kioto (1998) fue el más caluroso de la historia, y el año de su entrada en vigor (2005) batió ese récord. Unos datos que se enmarcan en un aumento de la temperatura media de la superficie terrestre de 0,6 grados centígrados desde finales del siglo XIX —1,5 grados en el caso de España— y, que si no hacemos nada para frenar la tendencia, podrían llevarnos a una subida de los termómetros entre 1,8 y 6,4 grados de aquí a 2100. La situación es preocupante, toda vez que incluso si se produce el aumento mínimo previsto será un incremento mucho mayor que en cualquiera de los siglos de los últimos 10.000 años.
Y esto lo hemos provocado en sólo un siglo y medio de industrialización, con la quema de cada vez mayores cantidades de combustibles fósiles, la tala masiva de árboles y los cambios en los usos de la tierra. Estas actividades han provocado el aumento de los gases de efecto invernadero en la atmósfera, especialmente el dióxido de carbono, el metano y el óxido nitroso. Estos gases son vitales para la vida en la Tierra porque atrapan parte del calor del Sol y, por tanto, sin ellos la Tierra sería un lugar frío y estéril. El problema está en que en cantidades elevadas estos gases «empujan» la temperatura global a niveles artificiales muy altos que alteran el sistema climático.
La solución, o mejor dicho, salvación, está en contenerlos. El futuro, por tanto, empieza el próximo 1 de enero.