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Juan Carlos I Monarquía



CINCO ESCENARIOS l LA FAMILIA

El compromiso de la pareja

Manuel Martín Ferrand

Tengo la lejana sensación de que, hace treinta años, solo podían considerarse en España tres modalidades de pareja: las de la Guardia Civil, las de los huevos fritos –elemento nutricio que no admite el número impar– y las heterosexuales, constituidas en familia, con vínculo canónico. Las tres han entrado en crisis. La autoridad es un concepto en desuso, los huevos asustan por el colesterol y la familia, incluido su núcleo embrionario clásico, está en veremos.

No creo que sea la fatiga de los materiales la razón determinante de la quiebra o, cuando menos, la creciente desintegración del concepto chico-chica unidos «hasta que la muerte nos separe». Tampoco es atribuible, únicamente, a la decadencia del sentido religioso de la existencia. Antes el matrimonio, la máxima expresión de la pareja, era un logro existencial y, con el fin de cumplir el mandato de la perpetuación de la especie, la elección de un modelo de conducta «para toda la vida».

Hoy, dejando aparte la pareja homosexual, que solo ha sustituido la oscuridad por la luz y que es parte de otro fenómeno vital y social, la pareja ya no tiene como meta el matrimonio y la procreación. Eso es, se dice, un engorro y una forma de esclavitud. Una sobredosis de hedonismo se ha adueñado de nosotros y, sobre todo, el compromiso es un bien social en desuso. No interesa.

Dando por supuesto que la esencia de la pareja –el amor, supongo– no ha cambiado en estos treinta años hay que decir, aunque solo sea para la polémica, que su marco ambiental tampoco ha variado mucho. Por ejemplo, la vivienda, el elemento disuasor de la pareja contemporánea por sus precios desmedidos. Hace treinta años una vivienda decentita, mínima, alejada del centro y amenazadora de inacabables pagos mensuales costaba doscientas veces el sueldo de un redactor de periódico, lo mismo que hoy.

 

La extraña pareja

Ignacio Ruiz Quintano

Contaba Eugenio d'Ors cómo una vez, al bajar del tren en Zaragoza, lo esperaba al pie del vagón un amigo castizo y maño, que le dijo: «Vendrá a mi casa... Lo convido a un cocido en familia». Y D'Ors, culto, antiguo y la mar de mediterráneo, murmuró para sí: «Las dos cosas que más me molestan: la familia y el cocido».

En la España de 2005, los garbanzos ya no constituyen el truco de que, durante siglos, se han valido los maridos para entretener a las mujeres en casa. Y, en cuanto a la familia, ¿qué es una familia y dónde se la encuentra?

Lo vislumbró Freud: «Empiezo a creer que todo acto sexual es un proceso en el que participan cuatro personas. Tenemos que discutir en detalle este problema». Y se quedó corto el viejo. Porque la adivinanza «tres guerreros amarillos en sus almenas de nieve» sigue siendo la azucena, pero también podría ser la familia del quinto.

Platón era incapaz de deslindar la matemática de la erótica. Con arreglo al último censo, en España, donde Ana Sánchez, la primera niña-probeta, ha cumplido veintiún años, hay más de un millón de parejas que viven sin casarse; y más de tres millones de personas que viven solas; y más de medio millón de hogares que están encabezados por una sola persona; y trescientas mil familias que conviven reconstituidas; y uno de cada cinco hijos que nace fuera del matrimonio; y una docena de miles de hombres y mujeres que se declaran homosexuales...

Qué lejos aparece aquel regocijo de Pemán cuando invitó a Alonso Vega al estreno de su «Edipo». El militar escuchó absorto hasta que, al final de la obra, tomó de la mano al autor y, tembloroso, exclamó: «Pero, Pemán... ¡Este hombre está casado con su madre!» «Sí, don Camilo –concedió el autor–. Desde hace veinticuatro siglos».

 

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