|
  |
CINCO ESCENARIOS l EL EJÉRCITO

La mayor mutación de la transición
Manuel Martín Ferrand
Columnista de ABC
Cuenta Rodolfo Martín Villa en su discretísima «Memoria de la Transición» que, siendo ministro del Interior, tras la deplorable matanza de Atocha y el clamoroso entierro de sus víctimas, varios mandos militares acudieron a La Zarzuela y a La Moncloa para pedir su relevo como responsable del orden público. Querían un general en el Ministerio. Es una pincelada, anecdótica si se quiere, que, además de apuntar la actitud de muchos de los jefes y oficiales del Ejército de hace treinta años, contrasta con conductas bien diferentes como la muy meritoria del entonces vicepresidente del Gobierno, teniente general Manuel Gutiérrez Mellado.
La Guerra Civil había supuesto la escisión en dos bandos de las Fuerzas Armadas españolas. Los «nacionales», los leales a Francisco Franco, se sintieron, legítimamente, los vencedores de tan dramática conciencia y algunos, además, auténticos salvadores de la Patria. Ese espíritu impregnó los primeros años de la posguerra y, aunque ya difuminado, hace treinta años seguía inspirando a muchos jefes y a bastantes oficiales. A pesar de ello, contra todo pronóstico y algunas anécdotas marginales, hasta 1981 el Ejército no fue obstáculo significativo para la buena marcha de la Transición. Hubo ruidos, que duda cabe, pero pocas nueces.
Desde entonces, a pesar de los escasos aciertos que pueden contabilizarse entre los titulares de Defensa, el Ejército supo y quiso hacer una evolución portentosa y, paradójicamente, ahora que no tenemos tropa, cuando las plantillas de la unidades en servicio resultan insuficientes para cubrir las necesidades defensivas de la Nación y atender los compromisos internacionales adquiridos, disponemos de suboficiales, oficiales y jefes de notoria formación intelectual y profesional, experiencia internacional, capacidad probada y alto sentido democrático. Constituyen, quizás, el más sorprendente fenómeno, la mayor mutación sectorial, en la ya portentosa Transición. Lo que parecía su punto más débil ha pasado a ser su máxima fortaleza y todo un aval de la vigencia de la Constitución.

|

¡Hip, hip, hurra!
Ignacio Ruiz Quintano
Columnista de ABC
«Vamos a liberar, no a conquistar [...] Iraq cuenta con una gran riqueza histórica. Es el emplazamiento del Jardín del Edén, del Diluvio Universal, y es el lugar del nacimiento de Abraham. Allí tenéis que andaros con pies de plomo...»
Esta literaria arenga, previa al combate, del teniente coronel Tim Collins, comandante del Primer Batallón del Regimiento Real irlandés en Kuwait, cerca de la frontera iraquí, el 20 de marzo de 2003, no la imaginamos en boca de un militar español contemporáneo. A nuestro Ejército profesional –un sistema, un orden: la vieja fe con las nuevas máquinas– lo han despojado de su épica, de modo que, donde antes veíamos héroes, vemos ahora relaciones públicas encorbatados.
Técnicamente, la estructura actual de los profesionalizados Ejércitos españoles es la siguiente: Tierra: la Fuerza de Maniobra, la Fuerza Terrestre y la Fuerza Logística Operativa. Mar: la Flota y la Fuerza de Acción Marítima. Y Aire: el Mando Aéreo de Combate y el Mando Aéreo General.
El presupuesto militar de España (ocho mil millones de dólares) es el decimosexto del mundo, un hecho que, teniendo en cuenta, además, que el nuestro es el país de la OCDE donde más ha subido la presión fiscal desde 1975 (del 18,2 por ciento al 35,1 por ciento), no es como para gritar «¡Hip, hip, hurra!» (siendo «HIP» o «HEP» acrónimo de «Hierosolyma est perdita», que era, según se dice, lo que entonaban los cruzados con el sentido de «Jerusalén se ha perdido a manos de los infieles, y nos hallamos de camino al Paraíso»).
El andancio de la Corrección Política ha dejado al Ejército español sin dinero y, lo que es peor, sin literatura: «Legionario, legionario / de bravura sin igual, / si en la guerra hallas la muerte / tendrás siempre por sudario / legionario / la bandera nacional. / ¡Legionarios a luchar, / legionarios a morir!» Etcetera.
|
 |
|
 |