Juan Carlos I, Monarquía, Reyes



ANÁLISIS l PILAR CERNUDA

Don Felipe, el futuro en sus manos

El Príncipe Felipe sabe que de él depende que la Corona sea respetada como lo ha sido y lo es gracias al trabajo realizado por su padre. Ése es su principal reto

PILAR CERNUDA

Tuvo una vida más fácil que su padre, que nació en el exilio, fue víctima desde muy niño de las tensiones entre Franco y Don Juan y se movió en aguas turbulentas hasta que fue designado sucesor y aún después; tuvo una vida mucho más fácil que la de su padre, que tras su proclamación como Rey tuvo que demostrar día a día que se podía confiar en él para hacer posible una Transición que había preparado desde el mismo día que Franco le anunció que un día sería Rey, una Transición que Don Juan Carlos quería que fuera lo más rápida posible y con participación de todas las fuerzas políticas incluidas las que habían sido perseguidas por el franquismo. Una Transición que marcara el punto de partida de un proceso constituyente que convertiría a España en una democracia después de cuarenta años de dictadura.

Don Felipe de Borbón no nació entre algodones pero casi. Al contrario de su padre siempre tuvo a su familia al lado, no conoció estrecheces económicas y recibió el trato deferente que se reserva a los príncipes herederos. A los quince años apuntaba maneras de niño-joven con cierto aire de superioridad y los Reyes cortaron por lo sano: lo enviaron durante un año a un colegio canadiense para que aprendiera a vivir sin privilegios y al mismo tiempo hiciera una inmersión profunda en el idioma francés, que todavía no manejaba con suficiente soltura, al contrario del inglés que hablaba perfectamente.

A su regreso, de acuerdo con el Gobierno, el Príncipe se preparó para pasar un año en cada una de las Academias Militares. Después, la Autónoma para estudiar Derecho y Económicas y más tarde Georgetown para hacer un master en relaciones internacionales. En situación de privilegio, pero no tanto, compartía piso con su primo Pablo y debían ocuparse de la intendencia de la casa. Pero un diplomático trabajaba en la embajada para ocuparse del Príncipe y una empleada acudía semanalmente al piso de los dos jóvenes para ocuparse de que todo estuviera a punto.

Formación excepcional
Suele decir el Rey que su hijo tiene una formación excepcional, y es cierto. Sin ninguna duda ha tenido más oportunidades que nadie para que fuera así, pero además su paso por uno de los mejores colegios de Madrid, las Academias Militares, la Autónoma y Georgetown ha hecho que, aparte de contar con esa formación excepcional, su círculo de amigos sea amplio, muy completo y muy complejo. Si a ello se suma que a su regreso de Estados Unidos se dedicó a conocer en profundidad las instituciones internacionales, viajó por los cinco continentes, visitó los ministerios para que le enseñaran su funcionamiento, participó en infinidad de foros y reuniones nacionales e internacionales y dedicó muchas horas a hablar con gentes de su generación que serán los empresarios, políticos, artistas, literatos, promotores y militares del futuro, se comprende que sea difícil coger a Don Felipe en un renuncio.

Sabe más de lo que aparenta, y de la misma manera que es capaz de analizar la crisis de un país iberoamericano, mantiene una conversación seria sobre las últimas tendencias cinematográficas europeas –le apasiona el cine– , ha leído la novela que va a estar de moda, da un abrazo de amigo a un dirigente centroeuropeo que acaba de ser elegido jefe de Gobierno o teoriza sobre la estrategia de un conflicto bélico internacional. Sus amigos dicen que es más cálido de lo que parece, y los españoles lo pueden percibir desde que se hizo público su compromiso con la periodista Letizia Ortiz. Desde el mismo momento en que se dejaron fotografiar a la puerta de la vivienda del Príncipe, apareció un Don Felipe que se sentía feliz, con sentido del humor, cercano y que no disimulaba sus emociones. Hizo pública una declaración de amor que borró de golpe la imagen del Príncipe huidizo y distante.

Cuando se cumplen treinta años desde que acudió al Congreso de los Diputados con un elegante abrigo infantil para asistir a la ceremonia de proclamación del Rey, el Príncipe acaba de ser padre y los españoles se preguntan por el futuro de la niña Leonor y también por el futuro de la Monarquía en tiempos cambiantes.

Don Felipe, que tiene los pies en el suelo, sabe que de él depende que la Corona sea respetada como lo ha sido y lo es gracias al trabajo realizado por su padre, por el Rey Juan Carlos. Ése es su principal reto, ésa es su principal responsabilidad. Conoce mejor que nadie cómo las peripecias personales de la familia Windsor han puesto en cuestión la Monarquía aparentemente más sólida del mundo y es consciente también de que en el siglo en el que le corresponde reinar es fácil que se cuestionen los derechos heredados, cuando la sociedad apuesta por quienes llegan a lo más alto gracias a su esfuerzo personal.

Para vencer, para superar el desafío, tiene a su favor una formación de años, una vida en la que no le estaba permitido olvidar ni un momento que representaba una institución cuyo futuro dependía de su buen hacer y de su sentido del Estado. Y tiene a su favor que conoce perfectamente cual es el terreno en el que se mueve: tiene identificados a los sectores sociales y políticos que pueden cuestionar la Monarquía, por qué y cuando. Como sabe que si asume sus responsabilidades con grandeza de espíritu, con generosidad y con dedicación, tiene ganada la batalla para él, para su hija y para los hijos de su hija.

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