ESPAÑA CON EL PAPA
Francisco ÁLVAREZ
Arz. de Toledo, primado de España
Desde que los apóstoles Pablo y Santiago vinieron a la
antigua Hispania romana a sembrar la buena semilla del Evangelio, el nuestro ha sido un
«país católico». No tenía razón Azaña cuando afirmó lo contrario, por más que,
efectivamente y en aquel momento, la «intelectualidad» no se sintiera movida por el
sentimiento religioso a la hora de elaborar el marco en el que se quería que se
desarrollase la vida nacional.
España, la de los grandes obispos de Toledo tanto
como la de la gente sencilla, la de los canteros que levantaron a golpe de cincel y
escoplo las catedrales tanto como la de los universitarios de nuestros dÞías, se siente
identificada con el catolicismo, incluso cuando se revuelve contra él.
En el fondo así lo han destacado serios
analistas la sangrienta persecución de los años 36 al 39 no era otra cosa más que
el rechazo contra un modelo de Iglesia que, con culpa o sin ella, se había identificado
más con los poderosos que con los pobres. Se fusilaban a las imágenes, expresión
extraña de un odio profundo; se mutilaba y asesinaba a clérigos y monjas; se quemaban
edificios eclesiásticos y se aseguraba que el problema religioso había dejado de existir
simplemente porque habían sido eliminados los que creían en Dios. Todo eso se hacía,
efectivamente, pero sin que los que lo llevaban a cabo estuvieran convencidos de que, de
verdad, iban a salirse con la suya, pues ellos mismos en su mayoría eran hijos de un
pueblo que acudía a Dios continuamente.
Todo esto, esta profunda raigambre religiosa de
nuestro pueblo, ha seguido y sigue latente. Así se ha puesto de manifiesto, por ejemplo,
cada vez que Juan Pablo II vino a visitarnos. Multitudes acudieron a expresarle su
cariño. Multitudes que no pertenecían a una determinada clase social.
Personas que se reconocían en él, más allá
incluso de que estuvieran de acuerdo plenamente con sus enseñanzas.Pero no sólo el Papa
consigue referéndums favorables. En realidad, ese éxito no es de ningún hombre, sino de
Dios. De Dios y de la Virgen, su Madre. En contra de lo que pudiera parecer, en esta
época nuestra tan secularizada, crece la necesidad de relacionarse con la trascendencia,
de abrirse al infinito, de llenar el alma de algo que no se pueda comprar en los mercados
de los hombres. Las procesiones, las cofradías, las peregrinaciones, nunca han conocido
el éxito de hoy. Es el pueblo español, que sigue necesitando a Dios para ser él mismo,
para permanecer en la historia.
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