Laborem Exercens (14 de
septiembre de 1981)
CARTA ENCÍCLICA LABOREM
EXERCENS DEL SUMO PONTÍFICE JUAN PABLO II A LOS VENERABLES HERMANOS EN EL
EPISCOPADO A LOS SACERDOTES A LAS FAMILIAS RELIGIOSAS A LOS HIJOS E HIJAS DE LA IGLESIA Y
A TODOS LOS HOMBRES DE BUENA VOLUNTAD SOBRE EL TRABAJO HUMANO EN EL 90 ANIVERSARIO DE LA RERUM
NOVARUM
Venerables hermanos,
amadísimos hijos e hijas
salud y Bendición Apostólica
CON SU TRABAJO el hombre ha de procurarse el pan
cotidiano,(1) contribuir al continuo progreso de las ciencias y la técnica, y sobre todo
a la incesante elevación cultural y moral de la sociedad en la que vive en comunidad con
sus hermanos. Y «trabajo» significa todo tipo de acción realizada por el hombre
independientemente de sus características o circunstancias; significa toda actividad
humana que se puede o se debe reconocer como trabajo entre las múltiples actividades de
las que el hombre es capaz y a las que está predispuesto por la naturaleza misma en
virtud de su humanidad. Hecho a imagen y semejanza de Dios(2) en el mundo visible y puesto
en él para que dominase la tierra,(3) el hombre está por ello, desde el principio,
llamado al trabajo. El trabajo es una de las características que distinguen al hombre
del resto de las criaturas, cuya actividad, relacionada con el mantenimiento de la vida,
no puede llamarse trabajo; solamente el hombre es capaz de trabajar, solamente él puede
llevarlo a cabo, llenando a la vez con el trabajo su existencia sobre la tierra. De este
modo el trabajo lleva en sí un signo particular del hombre y de la humanidad, el signo de
la persona activa en medio de una comunidad de personas; este signo determina su
característica interior y constituye en cierto sentido su misma naturaleza.
I. INTRODUCCIÓN
1. El trabajo humano 90 años después de la
«Rerum novarum»
Habiéndose cumplido, el 15 de mayo del año en
curso, noventa años desde la publicación por obra de León XIII, el gran
Pontífice de la «cuestión social» de aquella Encíclica de decisiva importancia,
que comienza con las palabras Rerum Novarum, deseo dedicar este documento
precisamente al trabajo humano, y más aún deseo dedicarlo al hombre en el
vasto contexto de esa realidad que es el trabajo. En efecto, si como he dicho en la
Encíclica Redemptor Hominis, publicada al principio de mi servicio en la sede
romana de San Pedro, el hombre «es el camino primero y fundamental de la Iglesia»,(4) y
ello precisamente a causa del insondable misterio de la Redención en Cristo, entonces hay
que volver sin cesar a este camino y proseguirlo siempre nuevamente en sus varios aspectos
en los que se revela toda la riqueza y a la vez toda la fatiga de la existencia humana
sobre la tierra.
El trabajo es uno de estos aspectos, perenne y
fundamental, siempre actual y que exige constantemente una renovada atención y un
decidido testimonio. Porque surgen siempre nuevos interrogantes y problemas, nacen
siempre nuevas esperanzas, pero nacen también temores y amenazas relacionadas con esta
dimensión fundamental de la existencia humana, de la que la vida del hombre está hecha
cada día, de la que deriva la propia dignidad específica y en la que a la vez está
contenida la medida incesante de la fatiga humana, del sufrimiento y también del daño y
de la injusticia que invaden profundamente la vida social dentro de cada Nación y a
escala internacional. Si bien es verdad que el hombre se nutre con el pan del trabajo de
sus manos,(5) es decir, no sólo de ese pan de cada día que mantiene vivo su cuerpo, sino
también del pan de la ciencia y del progreso, de la civilización y de la cultura,
entonces es también verdad perenne que él se nutre de ese pan con el sudor de su
frente;(6) o sea no sólo con el esfuerzo y la fatiga personales, sino también en
medio de tantas tensiones, conflictos y crisis que, en relación con la realidad del
trabajo, trastocan la vida de cada sociedad y aun de toda la humanidad.
Celebramos el 90° aniversario de la Encíclica Rerum
Novarum en vísperas de nuevos adelantos en las condiciones tecnológicas, económicas
y políticas que, según muchos expertos, influirán en el mundo del trabajo y de la
producción no menos de cuanto lo hizo la revolución industrial del siglo pasado. Son
múltiples los factores de alcance general: la introducción generalizada de la
automatización en muchos campos de la producción, el aumento del coste de la energía y
de las materias básicas; la creciente toma de conciencia de la limitación del patrimonio
natural y de su insoportable contaminación; la aparición en la escena política de
pueblos que, tras siglos de sumisión, reclaman su legítimo puesto entre las naciones y
en las decisiones internacionales. Estas condiciones y exigencias nuevas harán necesaria
una reorganización y revisión de las estructuras de la economía actual, así como de la
distribución del trabajo. Tales cambios podrán quizás significar por desgracia, para
millones de trabajadores especializados, desempleo, al menos temporal, o necesidad de
nueva especialización; conllevarán muy probablemente una disminución o crecimiento
menos rápido del bienestar material para los Países más desarrollados; pero podrán
también proporcionar respiro y esperanza a millones de seres que viven hoy en condiciones
de vergonzosa e indigna miseria.
No corresponde a la Iglesia analizar
científicamente las posibles consecuencias de tales cambios en la convivencia humana.
Pero la Iglesia considera deber suyo recordar siempre la dignidad y los derechos de los
hombres del trabajo, denunciar las situaciones en las que se violan dichos derechos, y
contribuir a orientar estos cambios para que se realice un auténtico progreso del hombre
y de la sociedad.
2. En una línea de desarrollo orgánico de
la acción y enseñanza social de la Iglesia
Ciertamente el trabajo, en cuanto problema del
hombre, ocupa el centro mismo de la «cuestión social», a la que durante los casi cien
años transcurridos desde la publicación de la mencionada Encíclica se dirigen de modo
especial las enseñanzas de la Iglesia y las múltiples iniciativas relacionadas con su
misión apostólica. Si deseo concentrar en ellas estas reflexiones, quiero hacerlo no de
manera diversa, sino más bien en conexión orgánica con toda la tradición de tales
enseñanzas e iniciativas. Pero a la vez hago esto siguiendo las orientaciones del
Evangelio, para sacar del patrimonio del Evangelio «cosas nuevas y cosas
viejas».(7) Ciertamente el trabajo es «cosa antigua», tan antigua como el hombre y su
vida sobre la tierra. La situación general del hombre en el mundo contemporáneo,
considerada y analizada en sus varios aspectos geográficos, de cultura y civilización,
exige sin embargo que se descubran los nuevos significados del trabajo humano y que
se formulen asimismo los nuevos cometidos que en este campo se brindan a cada
hombre, a cada familia, a cada Nación, a todo el género humano y, finalmente, a la misma
Iglesia.
En el espacio de los años que nos separan de la
publicación de la Encíclica Rerum Novarum, la cuestión social no ha dejado de
ocupar la atención de la Iglesia. Prueba de ello son los numerosos documentos del
Magisterio, publicados por los Pontífices, así como por el Concilio Vaticano II. Prueba
asimismo de ello son las declaraciones de los Episcopados o la actividad de los diversos
centros de pensamiento y de iniciativas concretas de apostolado, tanto a escala
internacional como a escala de Iglesias locales. Es difícil enumerar aquí detalladamente
todas las manifestaciones del vivo interés de la Iglesia y de los cristianos por la
cuestión social, dado que son muy numerosas. Como fruto del Concilio, el principal centro
de coordinación en este campo ha venido a ser la Pontificia Comisión Justicia y Paz, la
cual cuenta con Organismos correspondientes en el ámbito de cada Conferencia Episcopal.
El nombre de esta institución es muy significativo: indica que la cuestión social debe
ser tratada en su dimensión integral y compleja. El compromiso en favor de la justicia
debe estar íntimamente unido con el compromiso en favor de la paz en el mundo
contemporáneo. Y ciertamente se ha pronunciado en favor de este doble cometido la
dolorosa experiencia de las dos grandes guerras mundiales, que, durante los últimos 90
años, han sacudido a muchos Países tanto del continente europeo como, al menos en parte,
de otros continentes. Se manifiesta en su favor, especialmente después del final de la
segunda guerra mundial, la permanente amenaza de una guerra nuclear y la perspectiva de la
terrible autodestrucción que deriva de ella.
Si seguimos la línea principal del desarrollo
de los documentos del supremo Magisterio de la Iglesia, encontramos en ellos la
explícita confirmación de tal planteamiento del problema. La postura clave, por lo que
se refiere a la cuestión de la paz en el mundo, es la de la Encíclica Pacem in terris
de Juan XXIII. Si se considera en cambio la evolución de la cuestión de la justicia
social, ha de notarse que, mientras en el período comprendido entre la Rerum Novarum
y la Quadragesimo Anno de Pío XI, las enseñanzas de la Iglesia se concentran
sobre todo en torno a la justa solución de la llamada cuestión obrera, en el ámbito de
cada Nación y, en la etapa posterior, amplían el horizonte a dimensiones mundiales. La
distribución desproporcionada de riqueza y miseria, la existencia de Países y
Continentes desarrollados y no desarrollados, exigen una justa distribución y la
búsqueda de vías para un justo desarrollo de todos. En esta dirección se mueven las
enseñanzas contenidas en la Encíclica Mater et Magistra de Juan XXIII, en la
Constitución pastoral Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II y en la Encíclica Populorum
Progressio de Pablo VI.
Esta dirección de desarrollo de las enseñanzas y
del compromiso de la Iglesia en la cuestión social, corresponde exactamente al
reconocimiento objetivo del estado de las cosas. Si en el pasado, como centro de tal
cuestión, se ponía de relieve ante todo el problema de la «clase», en época
más reciente se coloca en primer plano el problema del «mundo». Por lo tanto, se
considera no sólo el ámbito de la clase, sino también el ámbito mundial de la
desigualdad y de la injusticia; y, en consecuencia, no sólo la dimensión de clase, sino
la dimensión mundial de las tareas que llevan a la realización de la justicia en el
mundo contemporáneo. Un análisis completo de la situación del mundo contemporáneo ha
puesto de manifiesto de modo todavía más profundo y más pleno el significado del
análisis anterior de las injusticias sociales; y es el significado que hoy se debe dar a
los esfuerzos encaminados a construir la justicia sobre la tierra, no escondiendo con ello
las estructuras injustas, sino exigiendo un examen de las mismas y su transformación en
una dimensión más universal.
3. El problema del trabajo, clave de la
cuestión social
En medio de todos estos procesos tanto del
diagnóstico de la realidad social objetiva como también de las enseñanzas de la Iglesia
en el ámbito de la compleja y variada cuestión social el problema del trabajo
humano aparece naturalmente muchas veces. Es, de alguna manera, un elemento fijo tanto
de la vida social como de las enseñanzas de la Iglesia. En esta enseñanza, sin embargo,
la atención al problema se remonta más allá de los últimos noventa años. En efecto,
la doctrina social de la Iglesia tiene su fuente en la Sagrada Escritura, comenzando por
el libro del Génesis y, en particular, en el Evangelio y en los escritos apostólicos.
Esa doctrina perteneció desde el principio a la enseñanza de la Iglesia misma, a su
concepción del hombre y de la vida social y, especialmente, a la moral social elaborada
según las necesidades de las distintas épocas. Este patrimonio tradicional ha sido
después heredado y desarrollado por las enseñanzas de los Pontífices sobre la moderna
«cuestión social», empezando por la Encíclica Rerum Novarum. En el contexto de
esta «cuestión», la profundización del problema del trabajo ha experimentado una
continua puesta al día conservando siempre aquella base cristiana de verdad que podemos
llamar perenne.
Si en el presente documento volvemos de nuevo sobre
este problema sin querer por lo demás tocar todos los argumentos que a él se
refieren no es para recoger y repetir lo que ya se encuentra en las enseñanzas de
la Iglesia, sino más bien para poner de relieve quizá más de lo que se ha hecho
hasta ahora que el trabajo humano es una clave, quizá la clave esencial, de
toda la cuestión social, si tratamos de verla verdaderamente desde el punto de vista del
bien del hombre. Y si la solución, o mejor, la solución gradual de la cuestión social,
que se presenta de nuevo constantemente y se hace cada vez más compleja, debe buscarse en
la dirección de «hacer la vida humana más humana»,(8) entonces la clave, que es el
trabajo humano, adquiere una importancia fundamental y decisiva.
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