El esfuerzo de los profesionales médicos

Ana Miquel, médico, y Encarna Rubia, enfermera, simbolizan el sacrificio solidario de miles de profesionales que atendieron y alentaron a los heridos


«Una parte de mí no quiere que llegue el aniversario porque hay mucho que olvidar y demasiado dolor». Ana Miquel, «la fuerte del equipo», según su jefe, era directora médico del Summa 112 el día del horror. Por su cabeza y su gestión en la retaguardia pasó la coordinación de 2.000 personas actuando en primera línea. Rebobina con suavidad en un discurso exento de detalles abruptos: «El tiempo me ha permitido esquematizar las lecciones profesionales de esas horas; las personales van por otro camino». Estas últimas tienen el recorrido de los sentimientos y engloban palabras como «vulnerabilidad y generosidad» en una situación límite. «Me quedo con el compañerismo que viví y con una lección, la necesidad de relativizar».

Fue la encargada de exponer ante el comité médico asesor de la OTAN cómo funcionó la sala de crisis de los profesionales de la medicina. Cuando terminó su relato, una cálida ovación despidió sus palabras. «Eran aplausos de solidaridad y respeto a España por parte de 46 países». Más tarde, la delegación española le transmitió su entusiasmo. Nadie recordaba que una intervención tuviera esa acogida. «Esos expertos mundiales en catástrofes no esperaban una respuesta así. Ni siquiera en los protocolos se había planteado un desastre como el de Madrid, con cuatro focos al mismo tiempo».

A la doctora Miquel y a sus colegas la hiperactividad les corrió por el cuerpo y los despachos durante más de un mes. «Manteníamos un ritmo que no era necesario, sino impulsivo. Después, llegó el tiempo en el que intentamos no hablar de aquel día».
Cómo dudar de que es la experiencia profesional más dura de su carrera, «con una total implicación personal» en la que destaca la flexibilidad para adaptarse demostrada por todos. Surgieron tantas variantes que sólo tenían una respuesta: la improvisación.

Miquel, hoy con otras responsabilidades laborales, no duda ni un segundo a la pregunta de si volvería a actuar igual. «Hay aspectos mejorables, pero en esencia casi todo lo que hicimos lo repetiría».

Ángeles de la guarda


Encarna Rubia recurre también a la reiteración, aunque ella lo hace como antídoto contra el olvido. Enfermera del Hospital 12 de Octubre en la planta de cirugía torácica, ha aprendido que el sufrimiento teje lazos irrompibles de confianza y cercanía. «En cierto modo nos convertimos en los ángeles de la guarda de todos esos heridos que, pese a lo que les había ocurrido, no se lamentaban y mantenían una actitud muy positiva».

La guardia del 11-M fue eterna, intensa. Tras la tragedia, fotografiamos y entrevistamos a Encarna traspasada por la pena, pero con una entereza ejemplar. «Se ha creado un vínculo especial, amistades en algunos casos, por los motivos que había detrás y por la proporción de lo ocurrido». Antiguos pacientes vuelven a visitar a quienes velaron por sus días en el infierno del dolor. «Nos enfrentamos a otras situaciones muy duras todos los días, pero al ser individualizadas se viven y se afrontan de otro modo».

Asegura esta enfermera, vocación y corazón corriendo parejos, que el valor del enfermo siempre está presente. «Lo que convierte a un atentado en singular es la consciencia de que es una situación injusta, y por eso te tienes que volcar, sacar aunque no haya, actuar con total intensidad». Encarna y sus compañeros siguen hablando del 11-M, del día en que la vocación salió a dentelladas.

Cruz Morcillo