Memoria de un héroe anónimo

Oswaldo, ecuatoriano, ileso tras la primera explosión de Atocha, regresó para ayudar a los heridos.
La segunda explosión le mató. Su viuda le recuerda

Alicia Romero, ecuatoriana, cuarenta y nueve años, se abriga con un poncho en el bajo cercano a la Asamblea de Madrid al que vuelve cada tarde con pesar, cuatro paredes que rezuman frío y recuerdos. «Le extraño mucho. Me hace falta, porque era un ser humano bueno, un hombre especial, demasiado generoso, empeñado en ser útil en la vida».

El 11-M, la vena solidaria de Oswaldo Cisneros le costó la vida. Viajaba en el primer vagón, como cada día, en dirección a la estación de Atocha, y luego en Metro a la glorieta de Bilbao, donde trabajaba en una empresa de reformas. «Salió ileso de la primera bomba», le dijo dos días después un desconocido a Alicia. Pero, escapando entre los raíles, Oswaldo escuchó los gritos de socorro de los heridos y volvió atrás. La segunda bomba le mató.

A Alicia Romero, en su casa, le acababan de decir que había estallado un artefacto en un tren. «Encendí la televisión, y al rato lo vi: le sacaban los municipales tapado con una manta, pero reconocí el chándal y los zapatos. Dentro de mí sabía que había muerto». La ilusión del error le condujo, empero, a vagar todo el día de hospital en hospital, por pasillos descosidos con lloros y sangre. A la 1:30 de la madrugada identificó a su marido en los pabellones del Ifema.
«Era muy feliz, y de pronto me he quedado sin nada. No sé si el dolor que tengo podrá cicatrizar algún día», se lamenta Alicia, junto a una fotografía de su marido tomada ante el tren en el que se subía a diario. Habían vivido juntos diez años en Ecuador y cuatro más en España. «Ahora no hago planes, no tengo proyectos. Sólo vivo... con el permiso de Dios».

El mismo recorrido

Vive. Y recuerda. Porque las impredecibles leyes del azar han querido que Alicia haga hoy, camino de la casa en la que trabaja, el mismo recorrido que seguía Oswaldo: Entrevías, Atocha, Bilbao. La sombra del 11 de marzo se le ha pegado a su espalda. «Me pongo a imaginar y es un martirio. Aquí iría él. Por aquí quizá se bajó la primera vez. Puede que allí estuviera cuando se quebró. ¿Le daría tiempo a sacar a alguien?». Alicia habla con la voz serena, entre la depresión y el ánimo, el desván en el que pasa los días. Le gusta recordar a su marido, su valor, su alegría. Ya contó su historia en un documental, «Oswaldo: en el ecuador de un sueño», dirigido por Estela Ilárraz y Carlos Carmona, y aquí lo vuelve a hacer esta tarde, mientras en la calle nieva.

«A veces pienso que hubiera sido mejor que Oswaldo hubiera sido malo, que se hubiera portado mal conmigo, para que el dolor fuera menor. Pero no. Se dejaba querer», desmenuza las palabras. Dice que no guarda rencor, que entre tanta ausencia, no le queda espacio para dedicarlo a los terroristas. «Hay una justicia divina y otra en la Tierra, y espero que las dos les llegue».

Juan Francisco Alonso