Vivir entre carroña y morir bajo los obuses: el sufrimiento en las trincheras de la Primera Guerra Mundial
ADELANTO EDITORIAL
Ismael López, autor de 'La guerra de las trincheras' (Ático de los Libros), adelanta a ABC los pormenores del conflicto que asoló Europa entre 1914 y 1919
¿Fue Hitler un cobarde en la Primera Guerra Mundial? Este es el trabajo que le avergonzaba
Ismael López Domínguez
Durante el próximo verano de 2024 se cumplirá el 110 aniversario del comienzo de la Primera Guerra Mundial (1914-1918). A pesar del tiempo que ha pasado desde entonces, la memoria popular sigue marcada, y desgarrada, por las terribles imágenes que se vivieron en ... aquella contienda que dejó más de diez millones de muertos y una cifra indeterminada de mutilados, tanto físicos como mentales.
Si bien es cierto que esta guerra fue seguida en 1939 por otra aún más desgarradora y terrorífica, la Primera Guerra Mundial dejó en ciertas cuestiones una impronta que no ha podido olvidarse y que todavía hoy el mencionarlas hace que nos recorra un escalofrío por la nuca. La más destacable de todas ellas fueron las trincheras del Frente Occidental, escenario situado entre Bélgica y Francia y que se extendía entre el Canal de la Mancha y la frontera suiza por más de 700 kilómetros.
Las trincheras fueron la respuesta que dieron las altas estancias militares a los retos de la guerra moderna. Durante el otoño de 1914, la movilidad en las tierras franceses y belgas se fue reduciendo cada vez más debido al agotamiento y al equilibrio de fuerzas entre los contendientes. En esta tesitura tan poco halagüeñas para hablar de pronta victoria, los ejércitos decidieron enterrarse para guarecer el terreno conquistado hasta el momento. Así se creó el Frente Occidental que ha perdurado hasta la actualidad.
Vida en el infierno
Estas trincheras, cavadas en el suelo al principio con medios muy rudimentarios y siendo poco más que pozos de tirador interconectados, acabaron mutando en auténticas ciudades subterráneas habitadas por decenas de miles de soldados que vivían, luchaban y morían en ellas. La estancia de los combatientes en las trincheras fue una experiencia que marcó a toda una generación de forma directa y a varias más en las décadas siguientes. No es para menos, pues como comentaba un suboficial alemán del 107.º Regimiento de Infantería de Reserva: «Estábamos en el infierno absoluto»
La vida en las trincheras del Frente Occidental es por sí sola un tema que merece la máxima atención. En primer lugar, aquellas fortificaciones bajo el nivel del suelo no surgieron de la nada, sino que fueron construidas con el esfuerzo y sudor de cientos de miles de hombres movilizados. Las primeras trincheras que se trazaron fueron cerca de Alsacia y Lorena, luego en el entorno del Marne y el río Aisne. A partir de aquí se ascendió por Arrás hasta llegar a la ciudad belga de Nieuwpoort.
Solidificado el frente, los soldados dejaron los rifles a un lado y echaron mano de cualquier cosa para arrancarle a la superficie centímetros con los que crear un parapeto. «Algunos de los hombres tienen pala, otros trabajan con cuchillos y bayonetas, pero principalmente con las manos» contaba un soldado francés llamado Jacques Roujon. Este infante trabajó duro una noche entera bajo la lluvia y cubierto de barro para conseguir un agujero de apenas un metro de profundidad. Cavar con pocas herramientas era una labor agotadora.
La Guerra de las Trincheras
- Editorial Ático de los Libros
- Páginas 960
- Precio 39,95 euros
Dice el dicho popular que «Roma no se construyó en un día», a lo que habría que añadir que el Frente Occidental tampoco. A mediados de octubre de 1914, el esfuerzo por cavar trincheras continuaba con ahínco, de hecho, esto acababa de empezar. Un oficial británico de la British Expeditionary Force (BEF) resumió bien las condiciones cuando dijo que «vivimos la vida de los conejos, excavando más y más hasta estar por completo protegidos desde arriba». Los alemanes tampoco andaban muy allá al otro lado de tierra de nadie. La poca profundidad de estas trincheras primigenias obligaba a «gatear» por ellas. «Era imposible mantenerse erguido» decía un soldado germano.
Los trabajos de excavación acabaron por generalizarse ese mismo mes de octubre y se terminaron a finales de año. Ante tal obra de ingeniería subterránea el Káiser Guillermo II no dudó en calificarla como una «Guerra de topos» (maulwurfkrieg). Terminar de trazar el Frente Occidental no fue el final, ya que posteriormente y a lo largo de todo el conflicto las trincheras se siguieron mejorando. Al final esas aludidas ciudades bajo tierra disponían de refugios, letrinas, polvorines, etc.
Día a día
En los refugios, cada soldado se acomodaba como bien podía y lo decoraba a su gusto. «Nuestros refugios son demasiado impresionantes para describirlos con palabras», reconocía un capitán británico. «En uno de ellos hay una preciosa caja con pájaros disecados y una hermosa cama con dosel», añadía.
Una vez instalados, la vida era cuanto menos extraña y sobre todo precaria. Habitar entre el infinito lodo, el agua y la humedad fue solo una de las tantas cosas que tuvieron que aguantar los soldados. El establecimiento indefinido de los combatientes aquí llevó a la creación de muchos residuos. A fin de cuentas, no disponían de un servicio de limpieza regular. Mezclado con el fango, los restos alimenticios atrajeron pronto todo tipo de alimañas.
Las moscas fueron las primeras en aparecer, tantas hubo que llegó a ser una plaga de proporciones bíblicas. La suciedad inherente a las trincheras atrajo luego a los piojos, que infectaron a la totalidad de los que estaban guarneciendo el Frente Occidental. Molestos y además peligrosos, porque podían transmitir enfermedades como el tifus. Un soldado francés bromeaba diciendo: «Los había blancos, negros, grises con cruces en la espalda como los cruzados; algunos eran diminutos y otros tan grandes como un grano de trigo».
El culmen de esta invasión se alcanzó con la aparición de miles de ratas, atraídas por el olor de los cadáveres en descomposición que había en tierra de nadie, estos roedores se daban un festín con los muertos y a costa de los vivos, ya que también se comían las provisiones de los almacenes. Gracias a esta ingesta calórica el tamaño de estos animales alcanzó tallas nunca vistas.
Desinfectantes e insecticidas sirvieron para alejar a los parásitos más pequeños y perros, revólveres y cuchillos, para combatir a las ratas. Fue de esta manera como los soldados del Frente Occidental contrarrestaron las fuerzas de la naturaleza atraías por la matanza que se estaba llevando a cabo.
Luchar y morir
Así es como los soldados vivían en la guerra de las trincheras, pero, ¿cómo luchaban y morían? Bueno, pues si la mera existencia ya era un reto, el combatir al enemigo, que estaba en no pocas ocasiones a 50 y 100 metros de distancia, lo era todavía más.
Aunque es verdad que la guerra de movimientos de agosto y octubre de 1914 había sido más sangrienta, luchar dentro de las anegadas e infectadas trincheras no era ningún paseo. Los hombres se cercioraban de ir siempre agachados sin dejar que ninguna parte de su cuerpo sobresaliera por encima del parapeto para evitar un certero disparo de francotirador. El fuego de la artillería era constante y perturbaba a todos. El oficial alemán del 107.º Regimiento de infantería de reserva citado antes decía de un bombardeo francés en Champagne: «El ruido alcanzó un crescendo extraordinario. Pesaba sobre nuestros miembros y nos quitaba toda fuerza de voluntad. Lo peor eran los obuses pesados de 280 mm, que hacían temblar la tierra».
En batallas como las de Verdún y el Somme, los cañones tronaron como pocas veces en la historia. Durante la primera de ellas, en febrero de 1916, un conducto de ambulancias que estaba cerca del frente reflexionó: «el estruendo era tan atronador que casi esperábamos ver como la ciudad [Verdún] se hundía en la tierra». Los proyectiles, de todos los calibres habidos y por haber, desintegraban a los hombres con los impactos. El campo se convertía en una superficie repleta de miembros amputados y de personas que lanzaban lamentos con sus últimos suspiros.
Los asaltos constituían otra de las partes de la lucha en las trincheras. El querer quitarle un pedazo de tierra al adversario. Durante estos ataques, los hombres usaban todo tipo de armas más allá de los rifles reglamentarios: cuchillos, mazas, y también muchas granadas de mano. «Los hombres luchan con granadas como los niños con bolas de nieve» reconocía una crónica de un diario.
En este tipo de acciones muchos caían, tanto muertos como heridos. Las ganancias solían ser o ninguna o pocas. Se solía conquistar la primera línea de trincheras del enemigo para, acto seguido, retirarse ante un contraataque de este. Las idas y venidas, junto a los bombardeos, produjeron el clásico paisaje lunar lleno de cráteres que fue el Frente Occidental durante cuatro años.
Por último, y no menos destacado, era el uso de armas químicas. El gas en sus diversas clases no produjo una gran cantidad de muertos, pero sí de afectados que luego, en la posguerra, sufrieron todo tipo de dolencias; muriendo también a consecuencia de ellas. El gas venenoso dejó un terrible y profundo trauma en todos. El escritor Robert Graves recordaba de sus días de soldado que después de exponerse al gas «cualquier olor inusual» como el de unas flores de un jardín le hacían temblar. Que hoy todavía todos los ejércitos usen máscaras de gas es una consecuencia directa de lo que fue aquello.
En definitiva, así se vivía y así se moría en La guerra de las trincheras en la Europa Occidental de comienzos del siglo XX. Es normal que después de todas estas experiencias, incluso en batallas como Stalingrado, el Frente Occidental saliera a relucir entre los soldados de esa nueva contienda.
Ismael López Domínguez es historiador graduado por la Universidad de Alcalá de Henares y máster intrauniversitario en Historia Contemporánea por la Universidad Autónoma de Madrid.
Límite de sesiones alcanzadas
- El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a la vez. Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Has superado el límite de sesiones
- Sólo puedes tener tres sesiones iniciadas a la vez. Hemos cerrado la sesión más antigua para que sigas navegando sin límites en el resto.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete