¿Verdad o mentira? La polémica sobre las prostitutas españolas del campo de concentración de Ravensbrück
Una novela histórica ha agitado las aguas del mundo editorial y ha abierto un debate que latía hace años: ¿dónde hay que poner la línea que separa el hecho palpable de la ficción?
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Iniciar sesiónEl globo se ha hinchado a pocos desde hace años con la pócima de la eterna juventud –esa que mezcla sucesos palpables con la ficción sobre el Holocausto– y ha terminado por estallar y montar un estropicio en el momento más inesperado. Auschwitz ... fue el comienzo: que si el bibliotecario, que si el tatuador... Y así, a decenas. ¿Dónde se encuentra la frontera entre la novela histórica y el ensayo?, ¿hasta qué límites se puede retorcer y exprimir un hecho pretérito para que quede sazonado y al punto, listo para que el consumidor lo devore con avidez?, ¿es loable dar a conocer el pasado más obviado, aunque sea a costa de avivarlo con un poco de purpurina?
Este abanico de preguntas ha sido el que se ha desplegado ante todos nosotros en estas últimas semanas, después de que 'Jot Down' primero, y 'El Confidencial' después, sacaran a la luz las supuestas falsedades históricas que esconde la nueva obra de la licenciada en Historia por la UNED Fermina Cañaveras: 'El barracón de las mujeres' (Espasa). Una novela que sostiene sus mimbres en las españolas que –y vaya el presuntamente por delante– fueron obligadas a prostituirse en campos de concentración alemanes como Ravensbrück y que vertebra su historia a través de Isadora Ramírez, una de ellas. ¿Error o licencia de novelista? Uno y otro bando se amarran a sus argumentos.
Pero el tema es más profundo de lo que se ve a simple vista. Y es normal, ya que incomoda a todos. Porque sí, las editoriales impulsan tanto ensayos contrastados y sesudos, como novelas de impacto que suspiran por sacudir el mercado.
Críticas
Las críticas han arreciado desde la publicación de 'El barracón de las mujeres'. Y entre los que más han alzado la voz se hallan los miembros de la Amical de Ravensbrück; la asociación alumbrada, según esgrimen en sus redes sociales, «como respuesta a la solemne promesa de las mujeres supervivientes de dar testimonio de lo que pasó para que no vuelva a suceder. Su presidenta, Margarita Català, ni siquiera levanta el tono al otro lado del teléfono; no le hace falta para ser contundente. «Fermina Cañaveras puede decir que es una novela, pero el problema es que se ha presentado como un hecho real, y se han amplificado muchas mentiras que había en la obra, que son muchísimas», desvela.
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Margarita es una veterana en esto de hacer historia. Por sus venas corre la sangre de Neus Català, una de las prisioneras catalanas que estuvo en el campo para mujeres de Ravensbrück y que, tras la Segunda Guerra Mundial, recopiló las vivencias de sus compañeras para que no se olvidaran. «El libro es morboso, es puro sensacionalismo. El problema es que eso vende a pesar de que es completamente falso desde el punto de vista histórico», explica con un español que esconde un pronunciado acento francés.
Afirma que los descendientes están frustrados e indignados. «Si el libro no hubiera tenido tanto éxito lo habríamos dejado pasar, pero ha adquirido proporciones tan enormes que no podemos hacerlo. Debemos restablecer la verdad histórica», completa.
Le preguntamos por el error que más le haya escocido. «¿Solo uno?». La lista, dice, es muy larga. «Para empezar, Ravensbrück no fue el mayor burdel del Tercer Reich. Ese es un argumento horrible porque allí no hubo burdel». Himmler, insiste, creó estos prostíbulos en 1942, pero en los campos de concentración masculinos. Tampoco está de acuerdo con que se generalice la idea de que las prisioneras del centro eran, en buena parte, meretrices. «De 132.000 mujeres, solo 200 fueron enviadas a otros burdeles», suscribe. Y de las mismas, explica, la mayoría eran alemanas. «Hubo algunas extranjeras, polacas, húngaras, holandesas.... Pero, desde luego, no había españolas entre ellas».
Català también sostiene que la protagonista de la novela de Cañaveras, Isadora Ramírez, no ha dejado rastro alguno en la historia. «He escrito al Memorial del campo, a los archivos españoles a través del Ministerio de Cultura... Los investigadores han hecho todo lo posible por encontrarla, y no ha sido así. Esta deportada, a la que se presenta como un personaje real, no existió. Nadie sabe de dónde ha salido», afirma. La presidenta se detiene un segundo, dispuesta a contar una confidencia: «Una socia de la Amical ha llamado a la autora para pedirle toda la documentación. Ella le aseguró que se la enviaría... pero todavía la estamos esperando».
Otra mentira, dice, es la del tatuaje que, según contó Cañaveras a medios como este que les escribe, portaban las prostitutas en los campos: 'Feld Hure' ('Puta de campo'). «Jamás hubo tatuajes de mujeres», afirma. En sus palabras, la fotografía que presenta la editorial en el libro de Cañaveras es falsa: «Dos escritoras han escrito un artículo que demuestra que esa instantánea se hizo tras la guerra». El último punto es la cámara de gas que, según la novela, funcionaba a pleno rendimiento en Ravensbrück: «Cuenta que, en 1942, cuando llegaban al campo, las enviaban allí. Pero no hubo hasta 1945, cuando se estaban acercando los Aliados y los alemanes querían ocultar todas las barbaridades que habían hecho. Hasta trajeron otra más grande desde Auschwitz».
Y defensa
Por su parte, Cañaveras se defiende. En declaraciones a ABC, la historiadora afirma que ha «escrito una novela, no un ensayo», y que no lo hizo al albur. «Decidí plantearlo así porque falta mucha información sobre el campo de concentración de Ravensbrück y, en ocasiones, dependiendo de la fuente consultada, los hechos cambian», añade. A su vez, es partidaria de que «no tiene sentido interpretar en clave historiográfica un libro que, repito, no es un ensayo, es una novela». Para ella, su obra alberga personajes reales y ficticios, hecho verídicos y novelados... Todo ello es el resultado.
De entre todas las críticas, la autora se centra en defenderse de aquellos que afirman que su protagonista jamás existió: «La historia de Isadora Ramírez García llega a mí a través de Carmen Martínez Patón, quien me habla del testimonio que Isadora le contó en vida. Isadora Ramírez fue una española obligada a prostituirse en los campos de concentración». Añade que la deportada conoció a Patón en Madrid, poco después de ser liberada, y que su amistad duró cinco años en los que incluso llegan a vivir en el mismo domicilio junto con otra militante del Partido Comunista de España. «Fue a lo largo de este tiempo cuando compartió su testimonio para que no se perdiera», finaliza.
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Cañaveras nos ofrece los datos que ha recopilado sobre la mujer que le entregó el testimonio, ya fallecida: «Carmen Martinez Patón, fue una española militante del Partido Comunista de España. Nacida en Torrenueva (Ciudad Real), vivió entre Madrid y Torrenueva, su hija, Isabel Eduarda Garrido Martínez, así como el resto de sus hermanos, mantienen vivo su testimonio y el de Isadora. Tanto Isabel como sus hermanos han estado disponibles para ser entrevistados en todos los medios que han querido tener más información sobre su madre, Carmen Martínez Patón, como de Isadora Ramírez García».
Según la autora, también es real que en los campos de concentración hubo cientos de mujeres obligadas a prostituirse y que lleva años investigando sus testimonios; cuatro en concreto. Por eso se siente tan sorprendida ante estos ataques.
Isabel, hija de Patón, confirma a ABC esta visión: «Yo nací en 1946, y recuerdo que mi madre vivía con otras militantes del PCE en un piso de Madrid. Una era Isadora». No se le olvida del nombre de «aquella mujer enjuta» porque «no era muy habitual» por entonces. «Esa señora lloraba mucho. Cuando le dije que me contara más cosas de ella, me explicó que había estado en un campo de concentración y que no quería hablar». Siempre repetía que «se lo habían hecho pasar muy mal y que la habían violado varias veces».
Según Isabel, Isadora nunca le habló directamente de prostitución, pero sí a su madre. «Carmen me dijo que la habían obligado a acostarse con hombres. Yo no entendía aquello», explica.
Todavía desconoce cómo llegó allí, pero sabe que había venido de Francia después de vivir una pesadilla. «Siempre le preguntaba por qué le habían hecho eso. Mi madre me decía que conocía todos sus problemas y que lo había pasado muy mal», confirma.
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