«La utopía 'woke' está formada por fanáticos con verdadero desprecio por la historia»

Emilio Lara recorre dos mil años de sociedades idílicas y líderes mesiánicos en su nuevo ensayo

Lee en exclusiva 'Los colmillos del cielo', el último libro de Emilio Lara

Emilio Lara ABC

Deshágase usted, querido lector, del tiopentato de sodio, porque no hay mejor suero de la verdad que el pasado. Después de tres décadas zambullido hasta las rodillas en el estudio de las sociedades utópicas, el doctor en antropología y profesor Emilio Lara ha diagnosticado ... al fin el mal común que aqueja a la larguísima lista de Arcadias felices que otros tantos pensadores han imaginado (y a veces materializado) desde hace más de dos mil años. «Las utopías tienden a un mundo perfecto, pero la realidad es muy tozuda. Cuando quieres legislarlo todo para establecer comunidades de personas fotocopiadas, chocas con la realidad y estás condenado al desastre», explica a ABC. Ejemplos los tiene a puñados. Tantos, como para haber alumbrado el ensayo que presenta estos días: 'Los colmillos del cielo' (Ariel).

Cuenta el también licenciado en Humanidades –un título que luce con especial cariño– que este mal contaminó a todas las utopías; desde la sociedad ideal que Platón imaginó para Atenas, hasta aquel comunismo primigenio que prometía un paraíso terrenal para el proletariado y que, aunque longevo, ha derivado en un completo desastre. «Ahora le sucede lo mismo a la cultura 'woke'», explica Lara con ese tono pausado del buen profesor que anhela llegar a todos sus alumnos. «Sus integrantes son fanáticos que tratan de imponer su criterio no desde la razón, sino desde una emoción muy primaria. Muestran un verdadero desprecio por la historia y están convencidos de que todo sentimiento de agravio tiene que ser reparado de forma inmediata», añade.

Viene cargado de argumentos Lara. Desde su despacho, y con un inconfundible acento jienense, afirma que la «utopía 'woke'» es una suerte de Disneylandia que vive «de forjar trincheras y de dividir a la sociedad en dos bandos: puros e impuros, buenos y malos». No hay medias tintas para sus integrantes, igual que no las hubo para los seguidores de un tal Robespierre, que les sonará, y cuya máxima era «acabar de forma física» con sus adversarios para alumbrar un mundo ideal. «No están dispuestos al debate, buscan la imposición», completa. Pero ante grandes males, propone un bálsamo de Fierabrás probado durante siglos: «A este tipo de ideas hay que oponerse desde el sentido común y desde la historia». Y con persuasión, según apostilla, jamás a golpe de coacción.

Habla el experto con la sabiduría del que conoce un tema cual lista de reyes godos: «Hace treinta años que tenía este libro en la cabeza, y alberga mucho de mí: humanidades, historia, filosofía, viajes, música, artes...». Desde que bosquejó la idea, tuvo claro que no quería estudiar las utopías –«sociedades perfectas que prometen un horizonte de igualdad y armonía»– desde un punto de vista solo teórico o filosófico; su análisis debía ir más allá. El resultado traza características comunes y conclusiones magnas: «Al final, son experimentos sociales que utilizan a los seres humanos como cobayas al prometerles un paraíso en la Tierra, los cuales, la mayoría de las veces, no son sino un cielo con colmillos».

Los colmillos del cielo

  • Editorial Ariel

Lo que es innegable es que las grandes utopías arrancaron con Platón; y, como tal, Lara abre el libro con él. «Era un 'spin doctor' de la época, aunque no existía ese concepto», explica. El filósofo odiaba la dictadura, pero consideraba la democracia el «gobierno de la chusma». Un brebaje peligroso que le llevó a forjar una sociedad mixta en la que cada ciudadano era destinado a una labor concreta según sus virtudes: artesano, guerrero o productor. Su perspectiva de la república, apostilla Lara, «hizo que terminara encarcelado y vendido como esclavo», pero no le importó. «Esa soberbia del intelectual que quiere ver materializado su pensamiento, que sabe mejor, es una característica común de todas las utopías», sostiene.

Manipuladores

Las sociedades idílicas de Platón primero, y Tomás Moro después, fueron castillos en el aire, pero no sucedió lo propio con otras tantas que consiguieron hacerse palpables. Lara mantiene que uno de los rasgos que compartieron a partir de entonces fue el del fanatismo: «Los utópicos siempre han sostenido que tienen la razón en todo y que el mundo debe plegarse a su forma de ver la vida». Los cátaros, tildados de herejes, son uno de los muchos ejemplos que analiza en el ensayo. «Despreciaban las relaciones sexuales porque su fin era la procreación. Para ellos, la carne era algo putrefacto. Eso hubiera abocado a la humanidad a la destrucción, por eso los incluyo», completa.

La lista sigue, no se crean. Todas estas utopías, explica convencido Lara, han estado lideradas por un gran manipulador de masas; un «pensador fanático al que, a veces, le acompaña la psicopatía» con resultados catastróficos. «Algunos no tienen conocimiento ni les importa cómo funciona el mundo en la práctica. Lo que hacen es buscar la construcción de su paraíso en la tierra por una autopista», suscribe. Los anabaptistas de la ciudad de Münster, que vieron en un panadero llamado Jan Matthys a su mesías, son un caso palpable. «Profetizó la inminente segunda venida de Jesucristo para implantar un nuevo reino. Cautivó a la sociedad a nivel emocional y hasta consiguió encastillarse con sus seguidores hasta que fueron derrotados», añade.

¿Quieren otro ejemplo de liderazgo manipulador? El profesor lo tiene preparado: Lenin y el comunismo. «Su base, el materialismo histórico, no es otra cosa que una religión política, un relato emocional con un formidable poder de atracción donde se le promete a los oprimidos, a las víctimas de la industrialización, un paraíso terrenal y una venganza contra la burguesía», señala. En la práctica, sin embargo, se convirtió en un «sistema de terror que luego perfeccionó Iósif Stalin». A pesar de todo, añade Lara, se ha convertido en una de las utopías más longevas de la historia al continuar vigente en países como Cuba o China. Unas regiones que «se han convertido en gigantescos 'gulags'» y «solo han traído ruina económica».

El fascismo, el nazismo... Se dice pesimista Lara; son demasiados los ejemplos de las utopías que han terminado en desastre. ¿Existe alguna que haya funcionado?, preguntamos. Y parece que sí: las misiones jesuíticas de Paraguay que buscaban proteger a los indios guaraníes. «Fue la única sociedad utópica que funcionó, y se dio en el seno del Imperio español. El experimento tuvo éxito por varias razones: fue una utopía colectiva –no tuvo un padre intelectual concreto– con un alto nivel de pragmatismo. Buscaban huir del viejo mundo, que consideraban pervertido, y forjar uno nuevo al otro lado del Atlántico», completa. Terminó de forma abrupta con su expulsión, no lo niega, pero se extendió durante doscientos años. Una forma optimista de terminar un artículo, desde luego.

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