Tragedia en Rusia: las ocho horas de agonía antes de asfixiarse de los marineros del submarino Kursk
El 'Titán' no es el primer sumergible que se pierde bajo las aguas: el 12 de agosto del 2000, una nave de la clase Óscar se hundió con 118 almas en su interior
El factor que podría añadir horas de supervivencia a los tripulantes del Titán
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Iniciar sesiónEra imposible escapar de aquel ataúd metálico. No había oxígeno, tampoco esperanza. La única válvula de escape para los pocos marineros rusos que se hundieron hasta lo más profundo del mar de Barents, en el corazón del submarino Kursk, fue la pluma. «Somos 23 ... personas. Nos encontramos mal. Estamos debilitados por la acción del monóxido de carbono que se produjo durante el incendio. La presión en el compartimento está aumentando. No sobreviviremos más de 24 horas», escribió uno de ellos. Aquellas líneas dejaron testimonio de una agonía que se extendió durante ocho horas desde que la nave se hundió por culpa de una explosión fortuita durante unos ejercicios navales. O eso dijo el Kremlin.
Desde entonces, hablar de hundimientos de submarinos es hablar del K-141 'Kursk'. Y hoy más que nunca, pues este accidente acaecido a finales de agosto del 2000 evoca la tragedia que estremece estos días al mundo: la desaparición del 'Titán' en mitad del Atlántico mientras viajaba hacia el pecio del Titanic.
Este submarino de la clase Óscar no era tan grande como los mitificados Typhoon ni tan moderno como los Akulas. A cambio, sí era novedoso –había sido construido entre 1992 y 1994–, veloz –30 nudos en superficie y dos más en inmersión– y duro cual muro de hormigón al contar con un casco de 8,5 milímetros de espesor. A su vez, disponía de un armamento envidiable: 24 lanzadores de misiles de diferentes tipos y cuatro tubos lanzatorpedos. El resultado era una mole de 150 metros de eslora y una altura de seis edificios desplazada por dos reactores nucleares.
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A los mandos del capitán Lyachin, entre los más experimentados de la marina, el Kursk salió de puerto el 10 de agosto del 2000 para participar en unas maniobras militares en el mar de Barents junto a otros sumergibles. Sus órdenes eran simular el ataque a un convoy formado por varios buques. Y su objetivo en el periscopio, el 'Pedro el Grande', insignia de la Flota del Norte. El 12 de agosto nada parecía ir mal. De hecho, antes de aquella mañana ya había lanzado sin mayor problemas un misil Granit de prácticas. Sin embargo, todo cambió a las 11:27 de la mañana, cuando la nave iba a lanzar el primer torpedo contra la falsa escuadra enemiga. Por entonces, una brutal explosión sacudió su compartimento de proa.
La onda expansiva
«Como no estaba cerrada la puerta estanca de la sala de torpedos, la onda expansiva afectó los dos primeros compartimentos, matando de forma instantánea a todos los presentes», señala San Juan en su obra. El capitán ordenó subir a superficie a toda velocidad, pero nadie le respondió. Poco después, a los dos minutos, una nueva explosión mucho más contundente destruyó toda la proa de la nave.
La de las maniobras militares es la versión oficial de los hechos. Pero, como suele suceder, existen otras tantas. Entre las más conocidas se halla la del historiador Vitali Dotsenko. Este afirma que fue un submarino norteamericano el que hundió el Kursk. El también capitán de la Armada rusa es partidario de que la nave fue alcanzada por un torpedo estadounidense Mark-48. Una «advertencia de EE.UU» para que Rusia no vendiera sus armas a China.
Lo que sí está claro es que el sistema eléctrico falló y un tercio del casco acabó anegado. La situación era dantesca; el sumergible acababa de convertirse en una gigantesca bomba radioactiva que podía estallar en cualquier momento. Al capitán no le quedó más remedio que apagar los reactores nucleares. Y, con ello, se esfumaron las escasas posibilidades que tenía de salvar la nave. Ahí comenzó una pesadilla similar a la que viven hoy los tripulantes del 'Titán'. Poco a poco, el Kursk se fue hundiendo hasta tocar el lecho marino. Los únicos supervivientes fueron un puñado de hombres que se refugiaron en el compartimento 9 a las órdenes del oficial Dmitri Kolésnikov. Todos sabían que su rescate era casi imposible y que el oxígeno era limitado.
La alarma
Las operaciones de rescate se desarrollaron por los derroteros clásicos de secretismo en Rusia. A eso de la una de la tarde, el almirante Popov –que enarbolaba su bandera en el 'Pedro el Grande'– ya tenía informes que corroboraban que todos los sumergibles menos uno habían llevado a cabo su misión. Sin embargo, decidió esperar nada menos que doce horas para dar la voz de alarma. El lunes 14 de agosto la noticia se hizo general. Sin embargo, el país se negó a aceptar la ayuda internacional hasta una semana después: la URSS no quería que los norteamericanos descubrieran el sumergible y se hicieran con sus secretos tecnológicos.
Al final, el 27 de agosto, unos buzos británicos y noruegos abrieron la escotilla inferior del coloso caído. Ya para nada, pues la nave estaba inundada. «Para entonces, todos los supervivientes habían muerto. Pudieron aguantar unas ocho horas en las que dejaron cartas que no han sido publicadas en su totalidad: aunque lo que se supo horrorizó al mundo entero», finaliza San Juan. La catástrofe se llevó 118 vidas consigo y supuso una verdadera tragedia submarina para Rusia. No solo ya por las evidentes muertes, sino por su rechazo inicial a recibir apoyo de otras flotas.
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Perdidos en busca del Titanic
Javier Ansorena
Además de los restos de los marinos, los equipos de rescate hallaron una nota en la que Kolésnikov narraba los últimos momentos de los 23 tripulantes que habían sobrevivido a las explosiones. También se toparon con un mensaje para su esposa; una nota en la que intentó ser optimista a pesar de todo: «Está muy oscuro para escribir, pero lo intentaré con el tacto. Parece que no tenemos posibilidades, tal vez el 10 o el 20%. Saludos para todos. No hay que desesperarse». Esta misiva fue un mandoble para una URSS que había repetido hasta la saciedad que los marineros habían fallecido de manera instantánea. La enésima mentira de aquel régimen comunista. La falta de oxígeno hizo que los tripulantes dejaran este mundo, como muy tarde, el 13 de agosto.
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