enfoque
De trabajar en farmacia a millonario en diez años: el secreto del emperador español del atrezo histórico
Rafael González, coleccionista desde la cuna, ha reunido más de 100.000 objetos que nutren el 75% de las películas y las series que se emiten en la actualidad
El minúsculo y olvidado país con 900 años de historia que dominó el Mediterráneo con Carlos V
Rafael González, en la nave principal del 'Antiguo rincón', el corazón histórico de la industria audiovisual
La llegada del calor no derrite los ánimos de los dos trabajadores que, con tesón, se disponen a cargar el tráiler con hileras e hileras de sillas de hospital. «Esto va para Bilbao. Es una productora nueva que nos ha pedido bastante material: dos camiones», ... afirma Rafael González. De tono amable y sonrisa bonachona, gira ahora la cabeza hacia una pila de escudos romanos. Tiene la mirada del buen director de orquesta; ese que controla cada arpegio de sus músicos. «Esos acaban de regresar de otro rodaje, una película del siglo I. Ahora hay que almacenarlos en aquella nave, adecentarlos, y volver a ponerlos en marcha». Señala un almacén al fondo; uno de los diez en los que guarda los más de 100.000 objetos históricos que sirven de atrezo para miles de películas, series, campañas publicitarias, obras de teatro y eventos de grandes empresas españolas e internacionales.
Rafael, Rafa para todos sus trabajadores, es el emperador de este polígono industrial ubicado a las afueras de El Álamo, en Madrid. Allí donde mires se hallan las naves del 'Antiguo rincón', una suerte de baúl de la abuela que nutre «al 75% de las series y películas que se emiten en la actualidad en España». Sus números estremecen: alquila material a más de 200 productoras nacionales e internacionales –entre ellas '30 Monedas', de Álex de la Iglesia– y, en el año 2022, ha facturado alrededor de 600.000 euros. Sin embargo, derrocha cautela mientras dirige sus pasos hacia la primera parada de esta visita que ABC hace a sus instalaciones: «¿Títulos concretos? Prefiero mantener la confidencialidad». Asegura entre risas que no le sacaremos información en este sentido, pero hay por delante muchas horas para intentarlo.
Medicina
Arranca la expedición, pero Rafa no para de trabajar. Por el camino da órdenes a su equipo y pregunta por un director de arte –«un pitbull que quería sacarme una buena comisión, pero se ha quedado en caniche»–, mientras desvela los pormenores del mundillo en el que se adentró hace una década. «Aunque se denomina atrezo audiovisual, la mayor parte de lo que tenemos son objetos reales, no elementos falsos fabricados solo para que queden bien delante de la cámara», explica. Ese es uno de sus secretos; el segundo es contar con un 'stock' de locura para que las productoras que arriben hasta sus dominios se marchen «con el 80% de lo que necesitan para su rodaje». Tan solo hay dos cosas que no trabaja: armas y vehículos. Del resto hay de todo; desde tazas centenarias a bandurrias.
El primer rincón que muestra es una gigantesca nave cargada de material médico. «Está organizada por salas que van desde el año 1900 a la actualidad», incide. Cajas de medicinas de los años de Franco, instrumental de cirujano… «Tenemos más consumibles y fungibles que varias farmacias en 20 kilómetros a la redonda». La mayoría ha lucido ya frente a las cámaras. Confirma que disponen, por ejemplo, de cien taquillas para recrear una sala clínica, pero también algunos tesoros únicos: «De esta unidad dental de hierro de fundición solo se produjeron 25 en 1933. Hoy quedan dos; una aquí, y otra en un museo de EE.UU.». Él mismo se desplazó hasta Bruselas para conseguirla.
La sala de medicina cuenta con material fechado desde el año 1900
No hace mucho invirtió 150.000 euros en el equipamiento necesario para montar una docena de habitaciones de hospital actuales. «Hipotequé de nuevo mi casa, pero ha salido bien. Sabíamos que la industria nos lo pediría para narrar las historias del COVID», añade. Apenas hay tiempo para recrearse, queda muchísimo que ver. Aunque, antes de salir, una pequeña etiqueta cobra importancia: «Reservado». Es parte del sistema de trabajo: las productoras llegan y marcan lo que necesitan. Eso, si tienen tiempo, un privilegio en el mundo audiovisual. «Esto es el cine. No es raro que un camión llegue de improviso para cargar. Normalmente es porque han tenido que adelantar una escena a última hora», sentencia. Rafa ya está curado de espantos: «Organizamos todo al principio del día con un cuidado extremo. Luego, nada sale como esperábamos».
Objetos vividos
Unos pasos más allá aguarda el almacén de iluminación y empresa. En las filas y filas de estanterías que copan el espacio hay lámparas de los años noventa, flexos, grandes arañas… Apenas se puede caminar entre tanto cachivache. Rafa, con voz pausada, cuenta que todo está inventariado y que esta sala es de las más demandadas, pero un estruendo deja su frase a la mitad. Ese característico 'cronch' metálico que indica que algo se ha roto resuena en la mollera. En la cara del jefe, ni una mueca de disgusto. «Que no sufra nadie, eso es habitual. En los rodajes se estropean muchas cosas. Una vez a la semana vienen nuestros carpinteros y electricistas para arreglar los desperfectos».
En parte, explica, no viene mal algún golpe que otro: «Lo que necesita el mundo audiovisual son objetos vividos, no vale que estén nuevos y relucientes». El ejemplo más claro lo ofrece durante el camino hacia la siguiente nave. En una esquina hay apiladas decenas de cajas de munición. «Es material que hemos adquirido a EE.UU. y que lleva almacenado desde los años sesenta. Lo dejamos a la intemperie para que parezca que ha sido utilizado», esgrime. Aunque eso no significa que las productoras puedan hacer lo que quieran con los objetos. De hecho, la primera ley es que, si lo rompen, lo pagan. «En una ocasión, unas máscaras antigás acabaron destruidas porque las usaron en unas escenas en las que había explosiones. Fue una pena, porque eran difíciles de conseguir», sentencia. Aunque no le escuece; cosas que pasan.
Animales disecados, palomas muertas... la cueva de los horrores es una de las atracciones más destacadas del lugar
Los secretos empiezan a salir a la luz, aunque el jefe se niega todavía a desvelar el nombre de alguna serie con la que haya colaborado. Es imposible cazarle, o casi… «Este alambique se usó en 'El secreto de Puente Viejo', eran buenos clientes». No decimos ni mú. Continúa la visita, en este caso, entre vajillas decimonónicas y garlopas de ebanista. Allí donde se mire hay una joya histórica. La pregunta es obligada: «¿Ningún actor se ha querido quedar con un objeto?». Y la respuesta es obvia: «¡Claro! Uno muy famoso me pidió comprar un aparador con cintas de casete de ópera. Se lo regalé». Empieza el interrogatorio. «¿Quién era?». Rafa sonríe: «No recuerdo. Uno mayor que trabajó mucho en los sesenta…». Se hace el loco. Enumeramos varios. Nada. Al rato, se harta de la farsa y suelta una carcajada: «Sé quién es, pero no lo voy a decir».
Terror y comida
De la nada, a Rafa se le ilumina la cara: «¿Queréis ver algo bueno?». Sube raudo unas escaleras metálicas y, satisfecho, presenta una de las áreas más extravagantes. «Es la sala del terror. Se encuentra entre las más rentables», especifica. Los ojos inertes de animales embalsamados y tétricas estatuas miran fijamente al visitante. «Hay seres míticos como sirenas o el chupacabras, palomas muertas, calaveras, cuervos...». En una estantería resaltan dos cerebros de cerdo y un pene de cabrito que suponemos tratado mediante taxidermia. «Este ha estado en el rodaje de la nueva serie de Nacho Vidal, el actor porno», añade. Un poco más abajo, apilados en estanterías, el jefe enseña uno de sus experimentos, como los denomina: órganos de animales conservados en formol. «No son fáciles de conseguir, son necesarios seis meses de maceración y mucha paciencia».
'Antiguo rincón' esconde mil recovecos más. Al salir de la caverna de los horrores, uno de los trabajadores regresa con un gran queso en la mano. El jefe aprovecha el momento: «¿Qué pasa, no te gusta?». La productora ha pedido cambiarlo; el anuncio es de Cantabria, y ese tiene denominación de origen de Toledo. «¿También tenéis comida?», preguntamos. No exactamente. Rafa nos guía hacia una sala escondida llena de tartas, pescados, carnes... «Todo es falso. Nos lo piden mucho para rellenar metros lineales de mercadillos», incide. Uno de sus muchos secretos es saber dónde comprar estos trampantojos: «En Japón están especializados en pasteles, mientras que, en Italia, en frutas y verduras».
La sala de comida falsa del 'Antiguo rincón'
No da más pistas, pero sí insiste en que una de las claves del negocio es la ingente cantidad de horas que dedica a buscar material: «Compramos talleres y casas completas por dentro. Nos llega mucha mercancía vivida de los años sesenta. Las buenas transacciones oscilan entre los 12.000 y los 20.000 euros». También adquieren guardamuebles, aunque no a golpe de subasta como en EE.UU., sino de una manera mucho menos cinematográfica. «Cuando el dueño no puede pagar el alquiler y le cede la mercancía al dueño, me llaman. Llegamos a un acuerdo tras revisar y tasar el contenido y me llevo lo que me interese», completa. También trabajan con parroquias, hogares del pensionista, hospitales, residencias de ancianos, tiendas de ropa... En cualquier lugar puede haber un tesoro.
Cambio de vida
Los secretos no se acaban, pero sí el tiempo. Tres horas de visita después, toca conocer a la persona que hay tras el empresario. En una zona tranquila, a la vera de palés y palés de libros viejos, comienza la hora bruja. «Yo antes pertenecía al mundo farmacéutico, pero me cansé de lidiar con traje y corbata después de 25 años. La dureza era tremenda y los grupos humanos estaban siempre muy estresados», explica Rafa. Con décadas de coleccionismo a sus espaldas, y tras ponerse en contacto con algunas productoras, decidió dar el paso. Y hoy, confirma, es mucho más feliz: «Mi equipo trabaja cinco horas por la mañana. Después, tienen el día libre. No hay presiones; no necesito que crezcamos un 10% anual».
Antes de despedirse, Rafa nos regala una anécdota que demuestra que, para él, los objetos históricos son sagrados: «Hace un año fui a comprar el interior de la casa de un anciano que acababa de morir. Me atendió su nieta y me ofreció una colección de mil monedas que su abuelo había recopilado durante toda su vida. Dijo que, si no la quería, la iba a tirar a la basura». Aquello le partió el corazón. «Se la compré, aunque no me servía, pero le eché la bronca. Su familiar había dedicado años a conseguirlas, informarse de ellas, hacer cartelas en las que explicaba su origen... Ella no comprendía el cariño que había ahí». Por eso ha cambiado de vida, porque cada uno de los objetos de las estanterías tiene una historia que contar.