La rocambolesca historia del soldado muerto en el último minuto de la Primera Guerra Mundial
Cuando este sargento estadounidense lanzó su ataque solitario contra los alemanes, estos intentaron disuadirle, incluso, avisando a sus superiores, que sabían que solo faltaban unos segundos para que el conflicto terminara
Hambre y pobreza: el infierno de Canarias en la Primera Guerra Mundial que la historia ocultó
Sepultura de un soldado durante la Primera Guerra Mundial
En las seis horas que transcurrieron desde que se firmó el armisticio en la Primera Guerra Mundial, a las 5.10 horas de la madrugada, hasta las 11.00, murieron cerca de 2.500 soldados que, por sentido común, deberían haber regresado a casa ... sanos y salvos. Poco podían cambiar las cosas en esos últimos momentos, pero ninguno de los dos bandos optó por esperar tranquilamente a que sus mandos se pusieran de acuerdo en los últimos flecos y firmaran la paz aquel 11 de noviembre de 1918. En cambio, dispararon y bombardearon como si el conflicto acabara de empezar.
El historiador norteamericano Donald Smithe escribe en su biografía del jefe de las fuerzas expedicionarias estadounidenses, el general John J. Pershing ('Pershing: General of the Armies'), que «los hombres que murieron o quedaron mutilados en esas últimas horas sufrieron sin necesidad». La cifra de bajas entre la firma del armisticio y su entrada en vigor fue de entre 10.000 y 13.000. Y eso que todo el mundo sabía que la paz estaba a punto de llegar. Dos días antes, los negociadores alemanes habían llegado al bosque de Compiègne, en la región de Hauts-de-France, Francia, para encontrarse con el mariscal Ferdinand Foch. «Los vi delante de mí al otro lado de la mesa y dije para mis adentros: '¡He aquí el imperio alemán!'», escribió después este último con sarcasmo.
Mientras tanto, en las trincheras seguían haciéndose prisioneros y muriendo soldados, a pesar de que ya todos en el frente esperaban como agua de mayo que se produjera la maldita firma. Alemania sabía que sus últimos ataques a la desesperada ya no podrían influir en el resultado final. Por eso, nada más llegar al vagón, el representante enviado por Berlín, Matthias Erzberger, solicitó rápidamente el alto el fuego para negociar sin presión los últimos puntos. «No. Yo represento aquí a los gobiernos aliados, que ya han impuesto sus condiciones. Las hostilidades no pueden cesar hasta que no se produzca la firma», respondió este, y los combates continuaron durante dos días más.
Durante la madrugada del 10 al 11 de noviembre de 1918, los delegados alemanes de Compiègne trabajaron sin parar hasta la firma a las 5.10. Finalmente, Foch envió un mensaje por telegrama y teléfono a todos sus comandantes: «Cesen las hostilidades en todo el frente el 11 de noviembre a las 11 de la mañana, hora francesa». Sin embargo, las órdenes no fueron lo suficientemente claras, puesto que cada cual hizo lo que creyó conveniente. La mayoría de los comandantes aliados dejó pasar las horas sin arriesgar vidas, pero hubo otros irresponsables que quisieron aprovechar su última oportunidad para impulsar su carrera militar.
Últimos minutos
Harry Truman, por ejemplo, que fue oficial de artillería en aquella guerra antes de convertirse en presidente de Estados Unidos, apuró hasta el último momento disparando su batería. En los últimos 15 minutos se produjeron miles de bajas, pero hubo una que trascendió por absurda e incomprensible: la de Henry Gunther. Este oficial fue la última víctima de la Primera Guerra Mundial, tras perder la vida cuando solo quedaba un solo minuto para que entrara en vigor el alto el fuego.
Previamente, este soldado estadounidense de 23 años había sido degradado del rango de sargento por un hecho bastante desafortunado: el contenido de una carta enviada a unos amigos en la que criticaba las condiciones de las tropas en las trincheras y les aconsejaba que no se alistaran al Ejército. Gunther, sin embargo, tuvo la mala suerte de que fue interceptada por los censores militares. Aquello hirió tanto su orgullo que en la mañana del 11 de noviembre desobedeció las órdenes de su sargento de no disparar.
Cuando quedaban un par de minutos, se armó de valor y cargó con su bayoneta para intentar tomar una trinchera enemiga. En su cabeza solo rondaba la idea de volver a hacer méritos para recuperar su rango. Temía ser considerado un traidor por sus compañeros, ya que era hijo de inmigrantes alemanes. Sin embargo, ni los compañeros estadounidenses ni los alemanes –estos últimos estaban dejando pasar las horas para entregarse y conservar la vida– consiguieron detenerle.
Un cementerio improvisado en la Primera Guerra Mundial
El disparo
Horrorizados, los germanos puesto que sabían que la guerra estaba a punto de terminar, avisaron a los estadounidenses para que le hicieran regresar a sus líneas. Asimismo, dispararon varias veces por encima de su cabeza para asustarle y que volviera con su tropa, pero no lo consiguieron. Gunther siguió avanzando y recibió un disparo que lo mató al instante. El momento de su muerte se registró posteriormente a las 10.59 horas. Curiosamente, se salió con la suya, porque de forma póstuma el Ejército le restauró el grado de sargento.
Pershing mencionó al día siguiente que Gunther fue el último soldado muerto en la Primera Guerra Mundial. Su Ejército, además, lo premió con una citación divisional por gallardía en acción y con la Cruz por Servicio Distinguido. Sus restos, sin embargo, no fueron devueltos a Estados Unidos hasta 1923, cuatro años después. Fue enterrado en el cementerio Santísimo Redentor de Baltimore. El 11 de noviembre de 2008, por último, fue construido un memorial cerca del lugar donde fue abatido.