'Recuperatio imperii': la loca estrategia para devolver su grandeza al derrotado Imperio romano
Flavio Belisario, nacido en el siglo VI, fue la espada del emperador bizantino para recuperar la gloria perdida de la Ciudad Eterna en la vieja europa
Hispania y Cartago: las pesadillas de la mejor estirpe de generales de Roma
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Iniciar sesiónLo tiene claro el sabio. «Flavio Belisario fue uno de los generales más brillantes de toda la historia bizantina», explica John Julius Norwich. El presentador e historiador añade que «sus dotes militares eran incuestionables» y que «su valor personal había quedado demostrado una y ... otra vez» en el campo de batalla. Me gustaría escribir que las declaraciones fueron obtenidas en una entrevista frente al típico café batallero, pero no. Están extraídas de 'Bizancio. Los primeros siglos' (Ático de los Libros), la traducción al castellano que el mundo editorial le debía al maestro del ensayo histórico.
Para el británico, Belisario fue el máximo exponente de la expansión bizantina; ese faro que lideró la política de recuperación del viejo Imperio romano –'recuperatio imperii'– azuzada desde Constantinopla tras la caída de Roma en Occidente. Aunque antes había demostrado de sobra su genio militar. Nació el general entre el 500 y el 505 en la ciudad tracia de Germania y, dos décadas después, formaba ya parte de la guardia personal del emperador Justiniano I. De ahí, en un suspiro, ascendió a la cabeza del ejército tras aplacar las revueltas populares de Nika y detener los anhelos territoriales de los persas en la batalla de Dara. Casi nada.
Recuperar la grandeza
Según Norwich, Justiniano estaba convencido de que era el único «a quien podía confiar con seguridad la sagrada tarea» de la 'recuperatio imperii'. «El primer territorio señalado para la reconquista fue el reino vándalo del norte de África», explica el experto en su obra.
El general partió en el verano del 533 con 15.000 soldados; la mayoría, bárbaros. Ni tres meses tardó en hacerse con la ciudad de Cartago, la tradicional enemiga de Roma. El emperador quedó tan complacido que le concedió un 'triunfo': una ceremonia que no se celebraba desde hacía medio milenio. «Belisario desfiló hacia el Hipódromo a la cabeza de sus soldados, seguido por sus enemigos derrotados». Vítores, aplausos... Se convirtió en uno de los personajes más queridos de la Ciudad Eterna.
Tras aquella victoria, el mandamás envió a su acólito a Italia en el 535 para enfrentarse a los ostrogodos. Estaba en su cenit: iba a conquistar aquella Roma que había caído en poder de los bárbaros en el 476. Las batallas de Belisario se contaron por victorias: Sicilia, Nápoles, la propia Ciudad Eterna... Según Norwich, atesoró un poder y una relevancia pública estremecedoras. Quizá, demasiadas para el emperador. «Justiniano empezó a tener dudas sobre Belisario. Era demasiado brillante y exitoso y, al tener treinta y pocos años, era la clase de hombre que acababa siendo emperador».
Los recelos condenaron al general a regresar a Constantinopla, donde permaneció un tiempo bajo la atenta supervisión del emperador. Aquello le pasó factura. Narran las fuentes que apenas se dejaba ver y que las desconfianzas imperiales destrozaron su ánimo. «Parecía quedar poco del antiguo Belisario, de la energía, la astucia y el infinito ingenio que lo habían llevado, con menos de treinta años, a la cima de su profesión y hecho famoso su nombre en todo el mundo conocido», añade el autor. Cuando le enviaron de nuevo hacia Oriente, donde debía contener la expansión persa, le costaba incluso tomar decisiones.
Triste final
Aquella campaña fue su réquiem. Cuando regresó, el mismo emperador le acusó de conspirar contra su vida. «Nunca se demostró nada, pero fue despojado de todas sus dignidades y sus privilegios, y, durante ocho meses, vivió en un estado de desgracia hasta que Justiniano, persuadido de su inocencia, lo rehabilitó», añade Norwich. Su leyenda negra llegó a tales extremos que, durante siglos, se dijo que le habían cegado y arrojado a las calles con un cuenco para pedir comida. Todo mentiras. Pero la vuelta del favor imperial no le granjeó el éxito.
Murió en marzo del 565, con seis décadas de vida y cuarenta años de sangre y barro al servicio de las legiones. Belisario, filo acerado de Justiniano I en su expansión a través del Mediterráneo, expiró obviado por el mismo pueblo que le había jaleado cual héroe. Al pasar factura ante los hados no le valió de nada haber recuperado para Bizancio los viejos territorios del Imperio romano de Oriente. Tampoco haber sido fiel al emperador hasta sus últimos días. Al final, el general se marchó cansado de batallar y agotado de la vida pública; sus dos quehaceres hasta entonces.
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