Todavía lo puedes visitar: el pueblo abandonado de Zaragoza condenado al olvido tras la Guerra Civil
La ofensiva de la Segunda República sobre la región en el verano de 1937, y la posterior reconquista por parte de Franco, provocaron severos daños en este enclave
El triste destino del pueblo fantasma en el que murieron 5.000 personas en la Guerra Civil: «Podría desaparecer»

Cinco mil almas duermen entre los restos del Pueblo Viejo de Belchite. Cada una de ellas, un testigo más de la barbarie que se vivió en las tripas de esta villa zaragozana durante el verano de 1937, en plena ofensiva del Ejército Popular. Las ... cifras estremecen: en apenas dos semanas, sus ciudadanos padecieron 218 bombardeos y 35.000 ráfagas de artillería de ambos bandos. Los daños materiales fueron de tal calibre que, tras la Guerra Civil, Francisco Franco decidió no reconstruirlo y dejarlo como símbolo de la barbarie –o eso dijo– de la Segunda República. Y así quedó: abandonado y hueco de vida hasta hoy.
Hacia Belchite
Un ataque de distracción, como otros tantos que planteó la Segunda República a lo largo de la Guerra Civil. Eladio Romero, doctor en Historia y autor de 'La batalla de Belchite', es de la misma opinión. En sus palabras, la ofensiva «buscaba conquistar Zaragoza en menos de una jornada». Una misión que, ya sobre el papel, planteaba severas dudas. «Era demasiado audaz», confiesa a ABC ufano. A través del teléfono, el experto recuerda que el «planteamiento corrió a cargo de Antonio Cordón, comunista y segundo de Vicente Rojo» y que involucró en total a unos 80.000 hombres, un centenar de aviones y un nutrido número de carros de combate.
Con todo, Romero afirma que es necesario romper los mitos que uno y otro bando extendieron tras la Guerra Civil . «El Ejército Popular no era tan superior en número como se ha dicho. Sí contaba con más carros de combate, aviones y hombres que los franquistas, pero en poca medida. Por poner un ejemplo, al segundo día de la ofensiva los sublevados tenían ya sobre el terreno 60.000 soldados», desvela. Este tipo de mentiras fueron fomentadas por la propaganda del ejército Nacional para poner en valor la resistencia.
Mención aparte requiere la diversidad de unidades que formaban el ejército de la Segunda República. «Era una mezcolanza, lo que le quitaba efectividad. Había brigadas internacionales, tropas de reemplazo, unidades anarquistas, brigadas catalanistas…», completa el experto en declaraciones a ABC.
Además de su diversa procedencia y de su –en muchos casos– ínfima formación militar, el doctor en Historia recalca que las diferencias que existían en el Ejército Popular supusieron una lacra difícil de salvar: «Los anarquistas se mostraron descontentos desde el principio porque, aunque ellos custodiaban la zona en la que se iba a llevar a cabo la ofensiva, se les dejó en segundo plano. Como los mandos eran comunistas no se fiaron de ellos. Y lo cierto es que acertaron, porque fueron bastante negligentes». En su opinión, por tanto, a las fuerzas encargadas de acometer la conquista de Zaragoza les faltaron cohesión, entrenamiento y medios.
Al plan se le vio las costuras desde los primeros instantes. «El ataque falló en sus tres frentes. Por el norte, el Ejército Popular se vio detenido en Zuera. En el centro les sucedió otro tanto en Villamayor. Por el sur ocurrió lo mismo en Fuentes de Ebro , donde se cortó de raíz la ofensiva», desvela Romero. La superioridad aérea inicial de la Segunda República se esfumó, por si fuera poco, en unas pocas jornadas. Justo las que tardó Franco en enviar a la aviación italiana y a la Legión Cóndor hasta la región.
«A partir de entonces los generales republicanos decidieron centrar sus esfuerzos en Belchite, que había quedado en retaguardia. Se propusieron hacerse con ella para decir que habían conquistado algo», desvela el experto. Alberto De Frutos, autor de '30 paisajes de la Guerra Civil', es de la opinión de que centrarse en esta plaza desdibujó el objetivo final: «Como solía pasar en el Ejército Popular, nada salió como se esperaba. Al final, se obcecaron en tomar una plaza menor y acabaron olvidándose de su meta». En la práctica, no obstante, las unidades gubernamentales iniciaron el cerco de la localidad el 24 de agosto y, en las jornadas siguientes, se prepararon para el asalto.
Asedio infernal
El asedio de Belchite comenzó de manera oficial a finales de mes. Hasta entonces el único republicano que había pisado la ciudad había sido el conductor de un camión que tuvo la mala fortuna de equivocarse de camino al regresar de una posición avanzada. Los que sí la habían sobrevolado una y otra vez habían sido los bombarderos gubernamentales. Su objetivo: acabar con la moral de los defensores a golpe de explosivos. La sinfonía de bombas la completó la artillería que, durante jornadas, destruyó los edificios más altos de la localidad. Así comenzó la brutal destrucción de la urbe.
El 28 de agosto tomaron posiciones las brigadas 153, 32, 116, 117 y 118. Lo hicieron apoyadas por 20 carros de combate y un grupo de artillería. En total, unos 24.000 hombres que, bajo el mando del general Walter –Karol Świerczewski–, se enfrentaron a unos pocos miles de sublevados. «Los defensores contaban con unos cuatro mil combatientes al mando del coronel Enrique San Martín Ávila . En la práctica eran guardias civiles, requetés, legionarios y falangistas», explica a este diario De Frutos. A su favor tenían el terreno y algunas defensas. «Al este habían establecido posiciones elevadas sobre una meseta. Al oeste otras tantas como el Santuario del Pueyo. Al sur, un seminario defendía el río Aguasvivas», añade el doctor en Historia.
No fue sencillo. Ni mucho menos. Si a este y oeste los republicanos avanzaron hacia el casco urbano de Belchite, no sucedió lo mismo en el sur. «En el seminario hubo una resistencia a ultranza por parte de un grupo de requetés. Al final solo quedaron unos noventa que consiguieron marcharse», desvela Romero. A principios de septiembre los asaltantes ya estaban en el casco urbano. Entonces fue cuando comenzó un auténtico infierno. «Fue un ataque casa por casa y calle por calle . Nuestro pequeño Stalingrado». La defensa se redujo entorno a la Plaza Nueva, al Ayuntamiento y a la Iglesia de San Martín.
Desde todos los puntos, los franquistas enviaban una y otra vez mensajes solicitando ayuda a Zaragoza. Peticiones algunas que escribían con sorna, como la del alcalde Ramón Alfonso Trayero: «Los españoles de aquí no tenemos prisa. Si antes de que lleguéis vosotros llega la muerte, bienvenida sea». Lo que sí recibieron por vía aérea fueron vituallas (piernas de jamás incluídas), prensa, correo y municiones. Y es que, para entonces, la Aviación Nacional dominaba ya la cúpula celeste.
Toda aquella lucha vivienda a vivienda fue la que remató a una población ya harta de combates. «Los republicanos atacaron con explosivos de mano las casas. También iban armados con latas de gasolina para quemar los edificios que se resistieran. Para ellos supuso un gran desgaste conquistar el casco urbano. Los franquistas tenían conectadas las viviendas, así que podían marcharse cuando su defensa iba a ser superada», incide Romero.
El 7 de septiembre los sublevados recibieron, a través de la radio, la orden de retirada. «Al final, sí, una victoria simbólica, pero, a la vez, pírrica y del todo inútil, que destruyó un pueblo tras doce días de asedio y excitó la propaganda franquista, que resumiría aquellas jornadas en el 'Belchite fue algo glorioso' del cronista Víctor Ruiz Albéniz», finaliza, en este caso, De Frutos. Después comenzó la batalla de la propaganda. Los republicanos insistieron en que la conquista había cambiado el destino de la contienda. Los sublevados, por su parte, insistieron en que sus fuerzas habían combatido contra… ¡150.000 soldados enemigos! «La cifra no se corresponde con la realidad. Hubo 80.000, y en todo el frente», añade, en este caso, el doctor en Historia.
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