Los 30 pueblos de Lanzarote desaparecidos para siempre bajo la «terrorífica» erupción de 1730
Duró casi siete años y aún es la más larga de la historia de Europa. Los testigos hablaron de «terribles explosiones» y «espectáculo espantoso», lo que dejó a la mitad de la isla enterrada con ceniza hasta hoy
El milagro tras la terrible erupción en Timanfaya que duró seis años
Madrid
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Iniciar sesiónHabían pasado casi doscientos años desde la tragedia y la prensa española todavía recordaba lo ocurrido en Lanzarote. «Esta isla es la más volcánica del archipiélago y ha sido castigada por grandes erupciones en diferentes épocas. Una de las más importantes que ha sufrido fue ... la que empezó el 1 de septiembre de 1730 y terminó el 16 de abril de 1736. Esta produjo más de cuarenta cráteres, cubrió de lava las vegas más fértiles y redujo numerosos valles a cenizas», contaba 'El tiempo' en 1906.
Dos años después, 'El Heraldo de Aragón' se acordaba así del mismo episodio: «Las grandes erupciones que comenzaron en 1730 duraron cerca de siete años, asolando la comarca, sepultando viviendas y pueblos enteros, como el de Santa Catalina. La imponente majestad de aquellos fenómenos contribuyó a la despoblación de Lanzarote. Cuentan las crónicas que era tan fuerte el estrépito de la erupción, que se oía desde la isla de Tenerife, a 40 leguas de distancia [193 kilómetros]. Esto puede dar idea de la magnitud de tan grandioso espectáculo de la naturaleza».
Al igual que ocurrió en la última erupción volcánica de Canarias, acaecida en La Palma en septiembre de 2021, en la del siglo XVIII únicamente hubo una víctima mortal. Al parecer, un niño murió por asfixia, según el relato de un cura de aquellos años llamado Santiago Cazorla. Hace tres años, el fallecido era miembro de la cuadrilla autorizada por la Guardia Civil para la limpieza de ceniza de los tejados. En esta última ocasión, además, se produjeron numerosos daños en infraestructuras, edificaciones, vehículos, en el sector agrícola y en el medio ambiente, con un balance total de 842 millones de euros en pérdidas.
A pesar de ello, todo parece indicar que los daños causados en 1730 fueron mayores. El causante en ese año fueron las diferentes bocas del Timanfaya, que comenzaron a expulsar lava, por sorpresa, aquel primero de septiembre de 1730. Ese día, a los vecinos ni se les pasó por la cabeza que aquel fenómeno de la naturaleza que les amenazaba iba a durar casi siete años, sepultar unos treinta municipios, levantar montañas donde antes no las había y crear una línea kilométrica de fisuras que arrasó con prácticamente la mitad de la isla.
Sin esperanza
Efectivamente, la mayoría de sus habitantes perdieron toda esperanza y huyeron de Lanzarote. Estaban convencidos de que la vida se había terminado allí para ellos como consecuencia del volcán. «El fuego corrió por los lugares de Tingafa, Mancha Blanca, Maretas, Santa Catalina, etc., destruyéndolos todos y cubriendo con sus arenas, lava, cenizas y cascajos los de Asomada, Iñaguadén, Gerias, Macintafe, San Andrés…», explicó el célebre historiador canario José Viera y Clavijo en 'Noticias de la historia general de las Islas Canarias' (1776), donde recogía sus observaciones sobre las erupciones históricas del archipiélago.
Él vivió con solo cuatro, que parecieron ser suficientes para utilizar en la obra expresiones como «estragos de los volcanes», «conflagración de las montañas», «ruina de campos por donde pasa la lava», «incendios subterráneos», «terribles explosiones», «espectáculo espantoso», «sentimientos de asombro y de terror», «vómitos de torrentes de fuego», «terremotos, truenos y estampidos» y «mutación espantosa del terreno». Más allá del lenguaje grandilocuente propio de la época, lo cierto es que la tesis presentada por José de León Hernández en 2006, tras 14 años de investigación, ya defendía que Lanzarote cambió su historia, su fisonomía, su cultura e, incluso, su desarrollo económico y social por dichas erupciones.
Bajo el título de 'Lanzarote bajo el volcán', este arqueólogo canario reconstruyó el territorio que quedó sepultado por las erupciones volcánicas acaecidas en la isla de forma casi ininterrumpida hasta 1736. Según su cálculo, unos mil topónimos que hacían referencia a aldeas, pueblos, valles o barrancos fueron arrasados por la lava y enterrados bajo las cenizas. Durante esos seis años, la isla, por lo tanto, dio un giro radical en todos los sentidos, pues bajo las lenguas de fuego quedaron escondidos para siempre aspectos de la cultura, la tradición, la lengua y las formas de vida de los antiguos moradores.
Los pueblos
Tras estudiar la documentación existente anterior a las erupciones, De León asegura que a más de 30 metros de profundidad bajo las cenizas podemos encontrar, también, más de 11 yacimientos arqueológicos de las llamadas casas de bóveda, más conocidas como casas de los antiguos majos. En cuanto a las aldeas desaparecidas, el arqueólogo documentó más de 30, 11 de un tamaño considerable y 20 más pequeñas. Entre las más grandes figuran nombres como Mancha Blanca, Tinjafo, Chimanfaya, El Chupadero, La Geria o Maso, y entre las menores, Iniguaden, Masintafe o Candelaria, así como pequeños núcleos con casas aisladas, como Agua Clara o Juan Gante, entre otros.
Según el testimonio del párroco Andrés Lorenzo Curbelo, ocurrió así: «Entre las nueve y las diez de la noche del 1 de septiembre [de 1730], la tierra se abrió en Timanfaya, a dos leguas de Yaiza. En la primera noche, una enorme montaña se elevó del seno de la tierra y del ápice se escapaban llamas que continuaron ardiendo durante diez y nueve días. Pocos días después un nuevo abismo se formó y un torrente de lava se precipitó sobre Timanfaya, Rodeo y una parte de Mancha Blanca. La lava se extendió por el norte con tanta rapidez como el agua y luego su velocidad se aminoró y corrió como la miel».
El relato del párroco continuaba así: «El 7 de septiembre una roca considerable se levantó del seno de la tierra con un ruido parecido al del trueno. La masa de lava destruyó en un instante Maretas y Santa Catalina. El 11 la erupción se renovó con más fuerza y la lava comenzó a correr. Desde Santa Catalina se precipitó sobre la aldea de Mazo, que incendió y cubrió, para seguir su camino hasta el mar, corriendo seis días seguidos con un ruido espantoso y formando verdaderas cataratas. Había una gran cantidad de peces muertos en la orilla. Luego todo se calmó, pero el 18 de octubre, tres nuevas aberturas se formaron encima de Santa Catalina, que arden todavía [...]. Los truenos y las explosiones que acompañaron a estos fenómenos, la oscuridad producida por la masa de cenizas y el humo que cubría la isla forzaron a los habitantes a tomar la huida».
A lo largo de la historia se tienen documentadas 16 erupciones en Canarias, con Lanzarote, Tenerife, El Hierro y La Palma, como las islas más activas de la zona. La de esta última en 2021 se prolongó durante 85 días. En los registros encontramos otras de cinco días, como la que se produjo en 1704 en las Siete Fuentes de Tenerife. Por lo general, la duración media de las erupciones se encuentra entre los dos y los tres meses. Por ejemplo, la del volcán de San Antonio en La Palma entre 1677 y 1678, con dos meses y cuatro días, o la del Chahorra en Tenerife, en 1798, que duró exactamente 99 días. ¿Y de Lanzarote de 1730 en Timanfaya? Fue la erupción más larga de la historia de Europa con una duración de 2.055 días, según los datos del Instituto Geográfico Nacional.
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