Pesadilla en el tren: la brutalidad de la izquierda para que la derecha (mayoritaria) no gobernara la República
El 10 de diciembre de 1933, un grupo anarcosindicalista levantó las vías ubicadas sobre el barranco del Puig al paso del expreso 702; murieron 23 personas y otras 50 resultaron heridas
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Iniciar sesiónEra una jornada apacible en la España de los años treinta, esos que brillaban por el pistolerismo y la tensión política. Como de costumbre, el expreso 702 Barcelona-Sevilla –conocido como 'El Sevillano' por causas más que obvias– se desperezó y avanzó, pesado, ... en dirección hacia tierras andaluzas. Era la noche del 9 al 10 de diciembre de 1933, con un frío equiparable al de estos días. Sin prisa, aunque también sin pausa, el ferrocarril vislumbró el puente sobre el barranco del Puig, cerca de la estación de Puzol (Valencia), a eso de las once de la noche. Un camino mil veces recorrido. Aunque en aquella ocasión fue diferente. De improviso, el traqueteo se vio ensordecido por una explosión. El resultado fue una tragedia en la que murieron 23 personas y resultaron heridas otras 50.
Lo peor, si cabe, es que la masacre de Puzol no fue resultado de un accidente. Todo lo contrario. Fue un «criminal atentado», como lo denominó ABC en su edición del 12 de diciembre de 1933, orquestado por grupos anarcosindicalistas como represalia por la victoria en las elecciones generales del 19 de noviembre de una confederación de partidos de derechas. El ataque, así como otros tantos orquestados a principios de diciembre a lo largo y ancho de todo el país, fue el amargo preludio de las revueltas de octubre de 1934; el movimiento revolucionario nacido en Asturias de las manos de Indalecio Prieto y Francisco Largo Caballero después de que varios ministros de la CEDA accedieran al Gobierno.
Victoria sufrida
Las elecciones del 19 de noviembre de 1933 fueron el germen de la oleada de violencia que se generalizó poco después. En aquellos comicios, en los que votaron las mujeres por primera vez, se auguraba una bofetada para la izquierda. Por ello, y tal y como explica Javier García Isac en 'La II República sin complejos', ese mismo verano se había aprobado una modificación en la ley que favorecía a los partidos más grandes, en lugar de a las pequeñas agrupaciones tan habituales a la derecha del espectro político. «Se elevó al 40% la cantidad de votos requerida por una candidatura para triunfar en la primera vuelta», explica el experto español. A su vez, la segunda vuelta se celebraría siempre y cuando nadie llegase a esa cifra, aunque solo podrían presentarse los candidatos que hubiesen obtenido más de un 8% del apoyo.
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Con esas reglas del juego arrancaron las elecciones generales. La derecha no republicana se adaptó y partió a los comicios el 12 de octubre de 1933 como una coalición –Unión de Derechas y Agrarios– liderada por la CEDA y formada por el Partido Agrario, los monárquicos de Renovación Española, los carlistas de la Comunión Tradicionalista y pequeños grupúsculos independientes. Que la cabeza visible fuera José María Gil-Robles terminó de dar la puntilla a una izquierda más que renqueante y de capa caída.
Al final, fue la crónica de una muerte anunciada. Ya en la segunda vuelta –celebrada el 3 de diciembre– la coalición de derechas obtuvo 202 diputados (115 de ellos, de la CEDA), el centro se posicionó con 172 y, por último, la izquierda obtuvo apenas 91. Una verdadera debacle encabezada por el PSOE, el gran vencedor de las elecciones de 1931. «El Partido Socialista perdió 56 escaños, obteniendo tan solo 59 diputados, de los 473 que formaban la cámara. Perdieron prácticamente la mitad de su apoyo electoral», confirma García Isac en su obra. «El caos y la incapacidad del gobierno de izquierdas por controlar los distintos incidentes violentos contra la Iglesia provocaron un vuelco electoral», afirma Víctor Pascual Viciedo Colonques en un dossier sobre las elecciones elaborado para el 'Club de opinión Jaime I'.
El jarro de agua fría marcó el inicio de una nueva estrategia del ala más extremista del PSOE, la liderada por Largo Caballero. Este impuso, sin tapujo alguno, la vía revolucionaria y llamó a conseguir el poder por las armas. El ala más tibia tampoco se quedó al margen. Manuel Azaña, que poca presentación necesita, presionó sobremanera al Presidente de la República, Niceto Alcalá-Zamora, para que se repitiesen los comicios y rechazó el resultado. Sobre el papel aquello no sirvió de nada; sobre el terreno, dio el empujón definitivo a los miembros de la Confederación Nacional del Trabajo –CNT– para desatar una ola de violencia con el objetivo de bombardear las cortes, formadas el 8 de diciembre.
El tren de la muerte
En mitad de esa marea de tensión hay que encuadrar el atentado perpetrado contra 'El Sevillano'. En la noche del 9 al 10 de diciembre, el expreso 702 –al que ABC llamó el rápido Barcelona-Sevilla– arribó al barranco del Puig bien entrada la noche. «Formaban este tren las siguientes unidades: máquina, furgón, dos coches de tercera, dos de primera, un coche cama, un vagón restaurante y el furgón de equipajes», explicaba ABC en su edición del día 12. Sobre las once –las once y seis minutos, según un reloj que se detuvo tras el estallido– la máquina descarriló y se detuvo en seco. «Los rieles aparecen cortados y desviados, de donde se deduce que los autores del criminal atentado habían afinado y cuidado hasta el refinamiento las previsiones de su horrible plan», añadía este diario.
La pesadilla empezó después, cuando una explosión que el interventor Florentino Tomijo definió como la de «un dispositivo por presión» voló la pasarela y mandó a todo aquel amasijo de hierros al fondo. «Puede que el puente haya cedido por el peso acumulado en un sitio de los coches, en los que iban muchos viajeros», llegó a pensar el maquinista. Y lo cierto es que esa teoría se barruntó hasta semanas después. Pero no, era un artefacto explosivo preparado por la CNT. En segundos, «el ténder, el furgón y los coches de tercera» se precipitaron hacia aquella oquedad entre un estrépito estremecedor. De esta forma lo narró ABC días después:
«Resulta innecesario pintar la confusión horrible que se produjo, las escenas de horror y de dolor que se desarrollaron, propias de la magnitud de la catástrofe de la hora en que ocurrió y del lugar que fue desolado escenario».
Tras el accidente, el maquinista se trasladó a pie hasta la estación de Puig para pedir ayuda. Y, desde allí, se pasó aviso a Valencia de lo ocurrido. A partir de entonces arrancaron las labores de rescate. A la velocidad del rayo se organizó un tren de rescate. Aunque, poco antes de su salida, partió un médico a pie para ayudar en la tarea. Los primeros heridos salieron hacia el este a eso de la una de la madrugada. «Quedaron hospitalizados algunos en Sagunto y Puzol, no pudiéndose precisar el número de los habidos en total, aunque puede afirmarse que es, entre graves, menos graves y leves, superior a 38. Tampoco puede precisarse el número total de muertos», confirmaba este diario el día posterior al atentado.
Las imágenes que quedaron para la posteridad fueron estremecedoras. Y ABC recogió muchas de ellas. Un chico «resultó con las piernas cortadas», por ejemplo; y muchos otros, con extremidades rotas. Al final, hubo que lamentar 23 fallecidos y 50 heridos. Lo más dantesco es que no se conoció el número total de víctimas hasta que el personal de ferrocarriles separó los restos de los vagones siniestrados y extrajo del amasijo de hierros lo poco que quedaba de una fallecida. «Esta mañana, al realizar los trabajos de desescombro de un coche de tercera, se encontró el cadáver de una mujer, que ha sido sacado de entre un montón de astillas y hierros», recogió el diario el 11 de diciembre. El estado en el que quedó el convoy estremece:
«Un coche de primera, que estaba incrustado en otro de tercera, lo están cortando por la mitad, ante la imposibilidad de sacarlo entero. Quedan, pues, empotrados sobre el barranco y, por tanto, entorpeciendo los trabajos de normalizar el tráfico, dos coches de tercera, que se hubieran ya quemado o hecho volar si no hubiera la suposición de que, dentro de ellos, había más muertos».
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El de Puzol fue el atentado más sanguinario de los grupos anarcosindicalistas, pero no el único. El 14 de diciembre, ABC hizo público que un tren había sido atacado en el norte español: «Al salir el tren corto de Coruña para Caspe, fue tiroteado desde el kilómetro 534, cerca de la capital». Por suerte no hubo muertos, aunque resultaron heridos el maquinista, Francisco Ferrer, de un balazo en la pierna, y el fogononero. Este último, de un perdigonazo que le alcanzó en la pierna. Aquella semana fue un caos. En Bilbao, en una vía de ferrocarril minero, hicieron explosión dos artefactos caseros. Y otro más en la ventana de una iglesia cercana. «La Guardia Civil persiguió por las vías a un individuo, al que capturó, resultando ser afiliado a la CNT, Justo Ramos Díez», confirmó este diario.
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