La pesadilla histórica del opio: la droga para sanar a los emperadores romanos y curar la tos de los bebés

Estados Unidos vive una situación límite a causa de la adicción de miles de personas hacia derivado del opio, una sustancia que ha acompañado a la humanidad desde el origen de los tiempos

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Fotografía de dos fumadores de opio en la isla de Java. abc

Una crisis de opiáceos azota EE.UU. desde finales del siglo XX dejando una estela horripilante a su espalda. El abuso de una familia de analgésicos introducidos originalmente por la farmacéutica Purdue Pharma, propiedad de la familia Sackler, ha derivado en problemas de ... orden público y sanitarios capaces de destrozar comunidades y ciudades enteras. Bajo la premisa de ser tan poderosas como la morfina pero no tan adictivas, compuestos como la oxicodona o la hidrocodona (nombre comercial Vicodin) crearon una masa gigante de drogodependientes que arrasa el país a una escala apocalíptica.

Hoy, su cara más visible es el fentanilo, otro poderoso opiáceo que ha alargado y llevado a nuevas cuotas el idilio de la humanidad con los opiáceos. Esta sustancia, que se extrae de las cápsulas de la adormidera (Papaver somniferum), da lugar a derivados como la morfina o la heroína que se consumen desde prácticamente el comienzo de los siglos. Más de una decena de tipos de semillas de esta planta se han encontrado en sitios arqueológicos de Suiza, Alemania y España. Además, el término opio aparece en antiguos tablillas sumerias como equivalente a la palabra 'disfrutar' y en representaciones babilónicas con gran reverencia a la planta.

Está documentado ya en esas fechas el uso lúdico de las adormideras, pero sobre todo el empleo como pomadas analgésicas e infusiones desde el Antiguo Egipto y posteriormente en Grecia. Según el papiro Ebers, se recomendaba su uso para «evitar que los bebés griten fuerte», mientras que para los médicos griegos el opio se recetaba frente al dolor de muelas, las molestias de la diarrea y las fiebres fuertes. Concretamente, en los precarios hospitales de la época, nada más llegar los pacientes eran sometidos a un 'ensueño sanador' para relajarlos y también se recurría esta sustancia para hacer antídotos para el veneno. Los rituales dedicados a dioses asociados con la noche como Hypnos (sueño), Thanatos (muerte) o Pluto (versión romana de Hades) incluían grandes cantidades de opio.

Muchos de los emperadores romanos, desde Trajano a Marco Antonio, consumían, siguieron los preceptos médicos griegos, preparados medicinales cargados de opiáceos cada mañana sin que ninguno desarrollara dependencia. En general, no hay noticias de personas adictas o cuyo consumo y distribución se vinculara al crimen organizado durante toda la Antigüedad. Ni siquiera existe una palabra romana para llamar a los adictos al opio.

Fumadero de opio en una casa de huéspedes china en San Francisco (c. 1890) ABC

De la mano de la expansión griega, la sustancia saltó desde la cuenca mediterránea a Asia, que hoy en día está considerado el principal lugar de producción. El médico, filósofo y científico persa Ibn Sīnā lo utilizaba como eutanásico, mientras que en la Córdoba de los Omeya se introdujo la sustancia contra una infinidad de males. No obstante, en el mundo árabe sí adquirió pronto el uso recreativo que se le asocia hoy. Fumado, mezclado con hachís y consumido con jarabes de uva, los árabes lo hacían tanto en privado como en celebraciones públicas.

Incluso algunos le atribuían un efecto vigorizante, como relejó Hans Sachs, un famoso autor de calendarios de mediados del XVI: «Al recorrer el campo de batalla, vieron con sorpresa que los sarracenos seguían teniendo el falo duro y erecto. El médico de campaña —sin dar muestras de extrañeza— les explicó que aquello no tenía nada de extraordinario, pues de todos era bien sabido que los turcos acostumbraban tomar opio, y que el opio produce excitación sexual aún después de la muerte».

Y precisamente en el corazón de Asia, a mediados del siglo XIX, se vivió en torno al opio un conflicto que evidenció la capacidad destructiva de esta sustancia. En un periodo en el que el Reino Unido importaba casi todo su té de China, la Compañía Británica de las Indias Orientales se dedicó a introducir en el país asiático el tráfico de opio para equilibrar la balanza comercial. El opio y sus derivados (morfina, heroína, etc.) se extendió a principios de este siglo con virulencia por el imperio y convirtió a miles de trabajadores chinos en adictos. Se estima que cada peón podía gastar dos terceras partes de su sueldo en esta droga. Las autoridades chinas no tardaron en prohibir el opio y, a través del Emperador Daoguang, se elevaron quejas a Londres por incentivar un tráfico que estaba causando millones de adictos.

La droga como casus belli

A la vista de que la vía diplomática nada tenía que hacer frente a la enorme rentabilidad de este comercio, las autoridades chinas pasaron a la acción. Solo en 1839 confiscaron cerca de 20.000 cofres de opio. Londres respondió, por su parte, enviando un pequeño ejército que en pocos años derrotó a las fuerzas chinas y obligó a Pekín a firmar una paz humillante. Entre las condiciones impuestas por el Tratado de Nanking figuraban el pago de 21 millones de dólares de plata en reparaciones y la apertura de varios de los puertos del país a todas las naves mercantes, entre ellos Shanghai . Además, China se vio obligada a ceder a Gran Bretaña la isla de Hong Kong y a otorgar a los ciudadanos británicos en la zona la extraterritorialidad (el derecho a ser juzgado por los tribunales británicos. Con la Segunda Guerra del Opio , Reino Unido también obligó al país a permitir el comercio del opio y a ceder la vecina península de Kowloon, en 1860.

Tras las guerras del opio, el resto de potencias europeas (Francia, Alemania, Rusia), así como extraeuropeas (Estados Unidos y Japón), acudieron a por el resto del botín e impusieron al Gobierno chino la firma de otros tantos tratados desiguales, que también incluían cláusulas de extraterritorialidad que impedían la aplicación de las leyes chinas a los extranjeros.

A nivel europeo, el opio vivió un viaje de vuelta a mediados del siglo XVI. En 1527, el suizo Phillippus Aureolus Theophrastus Bombastus von Hohenheim, conocido como Paracelsus, trajo de Arabia recetas basadas en la mezcla de opio y etanol para tratar ciertas dolencias. A principios del siglo XIX, la constante búsqueda de analgésicos cada vez más potentes llegaron a Friedrich Sertürner a aislar y experimentar con la morfina por primera vez. En 1832 se aisló la codeína y en 1874, se sintetizó el primer opioide semisintético, la heroína, que pronto sería distribuido por compañía farmacéutica Bayer.

Se comercializó como una alternativa más segura a la morfina y, por tanto, como un perfecto jarabe infantil para la tos. Hacia 1902 la heroína producía hasta un 5% de las ganancias totales de Bayer, que en esos años introdujo en el mercado la oxicodona. Numerosos opioides sintéticos como la metadona y el fentanyl han seguido apareciendo en los últimos años para completar el cóctel de drogas más duras.

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