Patton vs Monty: la vergonzosa guerra interna que casi provocó la debacle Aliada en la IIGM
Después del Desembarco de Normandía, ambos iniciaron una lucha por el escaso combustible que podía ofrecerles Eisenhower. Su objetivo: llegar antes que su competidor hasta el corazón del Tercer Reich
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Iniciar sesiónBernard Law Montgomery y George S. Patton eran dos personajes opuestos condenados a entenderse. El primero, un mariscal más británico que el té de las cinco, apostaba por los avances sosegados y prefería combatir a la defensiva. Las miles de muertes que había paladeado ... durante los asaltos masivos en la Primera Guerra Mundial, unidas a su ferviente catolicismo, le convencieron de que no se podía desperdiciar ni una sola alma en el campo de batalla. A cambio, el general norteamericano basaba su táctica sobre los mapas en tres mandamientos: atacar, atacar y atacar. En su mente, dejar respirar un segundo a los alemanes les permitía reorganizarse y plantar cara de nuevo al avance Aliado.
Aquella divergencia de opiniones a punto estuvo de provocar la debacle durante el último tercio de la Segunda Guerra Mundial. Porque sí, en el bando aliado también hubo una gran división a pesar de que los EE.UU. y el Reino Unido desembarcaron juntos, como buenos hermanos, en Normandía el 6 de junio de 1944.
Planes opuestos
Tras asegurar una cabeza de playa, el alto mando abrió la válvula de los refuerzos y comenzaron a arribar miles de soldados, vehículos y piezas de artillería a la vieja Europa. La invasión del Tercer Reich había comenzado, y se formaron dos bandos bien diferenciados; cada uno de ellos, dispuesto a arribar el primero hasta el corazón de Berlín.
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En su 'Historia de la Segunda Guerra Mundial', el Clausewitz del siglo XXI, sir Basil Liddell Hart –presente en el conflicto y gran analista británico–, es partidario de que el 1 de agosto se habían formado dos unidades bien diferenciadas: «El 21 Grupo de Ejércitos, al mando de Montgomery, conservaba solo a británicos y canadienses, mientras que los estadounidenses constituyeron el 12 Grupo de Ejércitos». Sobre el papel, los norteamericanos se hallaban bajo la batuta de Omar Bradley; de facto, sin embargo, era el vehemente Patton –a los mandos del 3er Ejército– quien imponía su criterio. Y sobre ellos reinaba Ike Eisenhower, tan conciliador como hasta el gorrillo de unos y otros.
A partir de ahí comenzó el jaleo. Montgomery, al que Ike respetaba por su veteranía a pesar de su carácter imposible, sugirió el 17 de agosto que los dos grupos debían actuar como uno solo, «como una sólida masa de cuarenta divisiones», tras cruzar el río Sena. Estaba convencido de que este gigantesco ejército podría avanzar sin oposición en dirección norte hacia Amberes y Aquisgrán, con su flanco derecho puesto en las siempre molestas Ardenas. Además, insistía en que había que conquistar el territorio a paso lento para garantizar la llegada de suministros. En este sentido, sostenía que todavía no se había producido el colapso del ejército alemán, craso error, pues este se hallaba en franca retirada.
Pero se topó con Bradley y Patton, convencidos de que el plan perfecto consistía en dirigirse en un «frente amplio» al este, hacia el Rin. «Bradley quería que este fuera el avance principal. […] Eso supondría reducir el ataque hacia el norte a un papel secundario y, naturalmente, no era atractivo para Montgomery», añade el experto en su obra. En la práctica, el bueno de Ike se encontró con que sus subordinados tiraban de él en direcciones opuestas. Y, para colmo, los dos exigían que el caudal de suministros se lo llevaran sus tropas. La guinda fue que el uno y el otro decidieron de forma unilateral iniciar las operaciones sin contar con su par; el caos absoluto.
El 22 de agosto, el jefe supremo se reunió con Monty y le expuso la dificultad de pasar por el aro: «Los estadounidenses nunca lo aceptarán». Los datos tampoco avalaban al de la boina, pues Patton ya se hallaba, tras poner la directa, a 320 kilómetros del Rin, su objetivo final. El británico, con su característica visión de túnel, no dio un solo paso atrás en su idea. La solución fue salomónica y no gustó a ninguno; Ike dio prioridad a los ingleses, les entregó el grueso de los suministros y ordenó a parte de los norteamericanos –el 1er Ejército de Hodges– proteger el flanco británico. A cambio, estableció que, cuando se conquistara Amberes, se volvería al avance en un «frente amplio»; en la práctica, que cada uno haría la guerra por su cuenta.
Broncas y más broncas
Patton recibió la primera en la frente. De la noche a la mañana, sus suministros de combustible se redujeron a 2.000 toneladas al día. A cambio, su equivalente, el 1er Ejército de Hodges, destinado a proteger el flanco inglés, pasó a acaparar 5.000. El general no se mordió la lengua frente a Bradley: «¡Al infierno con Hodges y Monty. Ganaré vuestra maldita guerra si mantienes en marcha al 3er Ejército». El norteamericano hizo oídos sordos y ordenó a sus tanquistas que siguieran a todo galope hacia el este y que, cuando se quedaran sin gasolina, «se bajaran y siguieran a pie». Creía en balde que Ike recularía, pero no fue así.
Y pasó lo que tenía que pasar. A finales de agosto, Patton se quedó sin gota de oro negro y se detuvo en seco, con el consiguiente griterío al jefe supremo: «¡Mis hombres se pueden apretar el cinturón, pero mis tanques necesitan gasolina!».
La conquista de Amberes le devolvió cierto equilibrio en los suministros. Aunque, para entonces, el enemigo ya se había reorganizado y pudo plantar cara a los hombres de Patton. Y este, como era de esperar, se lo hizo saber a Ike. Por su parte, y a pesar de que había acaparado la mayoría del combustible, Monty también terminó de morros. Por un lado, la idea de avanzar en un «frente amplio» le generaba aversión; por otro, estaba convencido de que la insistencia de los norteamericanos con respecto al combustible había retrasado también su conquista del objetivo final y había permitido a los teutones plantear una defensa a ultranza en la zona.
Para colmo de desgracias, la Operación Market Garden –la toma de Arnhem entre el 17 y 25 de septiembre–, el plan maestro del 'british', falló de forma estrepitosa y detuvo de un golpe el avance –y las aspiraciones– de Monty. El porqué las fuerzas británicas, así como el 1er Ejército norteamericano, no consiguieron sus objetivos ha sido analizado por una infinidad de historiadores. El mariscal, como no podía ser de otra manera, lo achacó a la reducción de suministros de sus tropas tras la conquista de Amberes para favorecer el avance en un frente amplio. La realidad, no obstante, es que fue un cóctel de catastróficas desdichas. Y estas iban desde el despilfarro de gasolina por parte de los escalones intermedios, hasta la escasez puntual de camiones de transporte por un error puntual a mediados de septiembre.
Pero no crea, amable lector, que Patton esbozó una sonrisa después de la conquista de Amberes. Durante toda la primera mitad de septiembre, el norteamericano se quejó una y otra vez de que apenas recibía una media de 2.500 toneladas de suministros diarios; en la práctica, tan solo un quinto más que durante los días fianales de agosto, cuando los tenía racionados. Como conclusión, y a pesar de que los de las barras y las estrellas sí cumplieron las expectativas y a punto estuvieron de llegar a Berlín a la par que los rusos, Liddell Hart es partidario de que Ike cometió un error al intentar ser equitativo. Según recoge en su obra, y eso que era británico, la posibilidad de terminar a toda velocidad con la Segunda Guerra Mundial se esfumó cuando se cortaron los suministros al 3er Ejército en el este. Juzguen ustedes mismos.
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