'Panzerschokolade' en Arija: el mito de la vigorizante golosina con droga de los soldados nazis
El municipio burgalés organiza cada año una recreación histórica basada en el Desembarco de Normandía
Dos semanas de recreación extrema como soldado de la IIGM: sin móvil, sin ducha y con hambre
Recreación en Arija: disparo de un cañón alemán
La cita es obligada para el centenar de vecinos de Arija. Cada año, a principios de julio, este coqueto municipio burgalés al que abraza un pantano se ve invadido por una vorágine de cascos de campaña, uniformes de los años cuarenta... y hasta algún ... que otro jeep Willys. Un ejército de recreadores históricos arribado desde las cuatro esquinas de España presto para trasladar el pueblo al verano de 1944. «Es la octava o novena vez que hacemos el evento. Nos enfocamos en los días posteriores que se vivieron en Normandía tras el Desembarco del 6 de junio», explica a ABC Roberto Cañón Valbuena, miembro de la asociación 'Enigma' y uno de los organizadores del evento.
Son tres jornadas –este 2025, del viernes 4 al domingo 6 de julio– en las que por el corazón de Arija caminan desde un paracaidista estadounidense presto para tomar un café, hasta un policía militar alemán que exige identificaciones aquí y allá. «No hay barreras entre recreadores y visitantes, no montamos 'peceras'. El trato es directo y el público puede acceder, ver y tocar los campamentos de los diferentes bandos», añade Cañón. Es una forma, asevera, de dar a conocer la tragedia de la Segunda Guerra Mundial «para que no se repita». Él mismo levanta un hospital de campaña del Tercer Reich y explica a los visitantes pormenores y curiosidades de la medicina militar germana: «¿Sabíais que los tanquistas tomaban una especie de golosina con droga llamada 'Panzerschokolade'?».
El colofón de Arija son una serie de batallas y eventos que copan de pólvora, explosivos y vehículos puntos clave del pueblo. El principal, la conquista de una 'Kommandantur' (comandancia) germana por el ejército estadounidense; aunque también atentados contra oficiales teutones o la conquista de un cruce de caminos tomado por los paracaidistas americanos.
Revolucionar Arija
Arija invita a la recreación histórica, y por varias razones. «Contamos con la ventaja de tener un pantano y una playa. De hecho, algunos años hemos representado desembarcos con zodiacs», explica Cañón. El evento supone, además, un impulso para el comercio local, como bien explica a ABC su alcalde, Jesús María Aramberri Miranda: «Desde el Ayuntamiento vemos la proyección futura que puede tener en el municipio como actividad económica y social. El entorno natural lo propicia». Los datos, dice el político, son esclarecedores: «En lo que respecta al público, los visitantes acuden en masa desde toda la comarca de las Merindades. Además, los recreadores también invierten en la zona».
Patrulla de paracaidistas americanos
Los ejemplos son palmarios. El bar Ulises, uno de los más céntricos de Arija, agotó todas sus existencias el segundo día del evento y no tuvo más remedio que cerrar sus puertas; los hoteles colgaron el cartel de 'Todo vendido' y el camping rebosaba vida. «Es un lujo para una región que pertenece a la España despoblada», explica a ABC el alcalde.
Con todo, el camino hacia la recreación es arduo y pedregoso. «¿Que qué opino de organizarlo? Me encanta, pero es un verdadero infierno...», bromea Cañón. El miembro de 'Enigma', socarrón, enumera la ingente cantidad de tareas que requiere orquestar un evento a la altura del centenar de recreadores que acuden a Burgos: planificar las cenas, montar los escenarios, organizar a los asistentes, mantener conversaciones constantes con la administración... Pero, asevera, todo merece la pena el día de autos: «El pueblo, por lo general, recibe el evento encantado». Con los diferentes grupos de recreación sucede otro tanto. Y todo ello, dice, con un objetivo claro: «Queremos enseñar historia, que la gente la vea y la toque».
'Panzerschokolade'
Más allá de las explosiones y las batallas, Arija es también un museo de historia viva en el que cada recreador comparte sus conocimientos, experiencia y objetos. Cañón y su grupo, por ejemplo, despliegan un hospital de campaña alemán en el que cuentan con instrumental quirúrgico de época, camillas... ¡y hasta un moribundo que gime de dolor en lecho! «Este es Hans, un maniquí que representa a un herido y que, gracias a un mando a distancia, chilla y pide ayuda en alemán cuando se acerca alguien. ¡No te imaginas los visitantes que han dado un bote al escucharlo!», sentencia.
Hospital de campaña alemán de Arija
Lo de conocimientos no es de boquilla. Durante años, Cañón se ha empapado de las labores de los galenos alemanes para devolverlos a la vida con la mayor exactitud posible. «Como oficial médico, su primer deber eran los soldados. Es innegable que hubo experimentos brutales en los campos de concentración, pero, en los hospitales de campaña, se dedicaban como mucho a investigar nuevas formas de sanar a los combatientes. Normalmente, por la falta de material», sentencia. El procedimiento estaba reglado: cuando se descubría un nuevo tratamiento sobre el terreno, cada doctor se lo hacía saber a su padrino médico en retaguardia. Y, si este daba el visto bueno, se añadía en los manuales. La pregunta es obligada:
P–¿Qué le dirías a un alemán que te criticase por recrear a un médico germano de la Segunda Guerra Mundial?
Roberto Cañón Valbuena, durante una de las recreaciones
R–Que, si no la cuentas, la historia se repite una y otra vez. Hay que explicarla para que no se repita. Me he encontrado con alemanes que me lo han preguntado. Les he respondido que ellos tienen lo que pasó grabado a fuego en la cabeza, pero aquí no, al español medio hay que mostrárselo.
Cañón, insiste, no se adentra en las locuras de los campos de concentración. Lo suyo es otra cosa. «Yo me centro en explicar la medicina que se hacía sobre el terreno. Allí valía casi todo», afirma. Le pedimos un ejemplo, y lo tiene claro. «En una ocasión, un perro apareció en un hospital de campaña en el frente ruso. Los médicos vieron que, aunque no era legal tenerlo, calmaba a los heridos, así que se lo quedaron y le hicieron papeles. Acabó sus días en una casa de veteranos, porque era uno más de ellos», completa.
Recreadores ataviados como alemanes en Arija
Cañón también conoce los pormenores del secreto con el que Alemania asoló la vieja Europa durante meses: el Pervitín. Una pastilla derivada de la metanfetamina y similar al 'speed' que permitía a los soldados no dormir durante varios días y contar con una energía sobrenatural. Así lo confirmó el médico alemán Otto Ranke en 1939: «En la mayoría de las personas, la sustancia aumenta la confianza en sí mismo, la concentración y la voluntad de asumir riesgos». En palabras del recreador, «al inicio de la Segunda Guerra Mundial se entregaba con mucha alegría a los combatientes»; con el paso del tiempo, su uso se redujo. «Los médicos empezaron a racionar las pastillas», completa.
El Pervitín se hizo tan popular que, según el organizar del evento, empezó a mezclarse con otras sustancias. «Uno de ellos fue el chocolate. Al resultado le llamaban 'Panzerschokolade' y contaba también con cafeína. Se lo entregaban a los tanquistas para que contaran con el aporte calórico del cacao, se vieran activados por la droga y se despertaran», explica Cañón. Es una de las teorías que existen sobre este extraño producto. La otra es que esta droga se entregaba en tabletas a las tripulaciones de los Panzer y que éstos, con sorna, les pusieron este nombre. Son las cosas de la historia, que guarda misterios ocho décadas después.
Cuando las explosiones cesan y los uniformes vuelven a sus fundas, Arija recupera de nuevo la calma entre aplausos. Al menos, hasta el próximo año. Y es en ese momento, cuando los niños se marchan con historias de perros veteranos y chocolates prohibidos, cuando Cañón entiende algo: que todo ha merecido la pena.
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