Munición de uranio empobrecido: los secretos de la venenosa 'exterminadora de tanques' que promete arrasar a Putin
El Reino Unido ha confirmado que enviará este tipo de proyectiles, desarrollados a partir de los años cincuenta y rodeados de una gran controversia atómica, a la guerra de Ucrania
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Los aviones A-10 dispararon el 80% de la munición de uranio empobrecido en 1991
El Ejército de los Estados Unidos, en sus manuales de entrenamiento, sostiene que los proyectiles de uranio empobrecido cuentan con una «densidad alta» que, sumada al impulso de lanzamiento, genera un «impacto imposible de detener» para el enemigo. Ese es el secreto de los proyectiles ... que el Reino Unido ha prometido enviar en las próximas jornadas a Ucrania: su capacidad de penetrar el blindaje de los carros de combate más pesados del parque acorazado de Vladimir Putin. Las fuerzas armadas de la OTAN lo tienen claro, y así lo dejan sobre blanco en las guías editadas para sus combatientes: «Su objetivo principal es destruir tanques».
La viceministra de Defensa del Reino Unido, Annabel Goldie, también suscribió este mantra el pasado martes, cuando corroboró que, junto a los carros de combate Challenger 2 que su país ha cedido a Kiev, llegará dicha munición: «Los proyectiles perforantes que contienen uranio empobrecido son muy efectivos y pueden vencer a los tanques y vehículos modernos más acorazados». La respuesta de Rusia fue agitar el avispero del pavor atómico y poner los focos sobre la vieja controversia que existe alrededor de estos cartuchos: la contaminación nuclear que generan cuando impactan contra el objetivo. Y de paso, Putin deslizó una amenaza: «Rusia tendrá que responder adecuadamente. Occidente ha empezado a usar armas con componentes nucleares».
Evolución y efectividad
El miembro de la Marina de los Estados Unidos Dan Fahey se cuenta entre los expertos que más han estudiado el origen y la evolución de este tipo de munición. En el dossier 'Armas de uranio empobrecido: lecciones de la Guerra del Golfo de 1991', desvela que fueron alumbradas en los años cincuenta, cuando Washington se interesó en su uso al descubrir que eran extremadamente densas, pirofóricas –se inflamaban de forma espontánea cuando entraban en contacto con el aire–, y el material existía a raudales en su país: «Durante los años sesenta y setenta, las pruebas sobre el terreno demostraron su eficacia en 'penetradores de energía cinética': varillas de metal sólido disparadas con armas de fuego».
El Departamento de Defensa descubrió que esta munición no explotaba, sino que, tras golpear en el objetivo, «se fragmentaba y quemaba a través de la armadura debido a la naturaleza pirofólica del metal de uranio y las temperaturas extremas generadas tras el impacto». En palabras del 'Museo de la Radiación y la Radioactividad' de los Estados Unidos, la clave es que la temperatura de estos proyectiles sube muchísimo tras golpear el objetivo, y esto ablanda una zona localizada del blindaje del carro de combate. El cuerpo principal del cartucho perfora entonces la placa defensiva, mientras que, ya en el interior del vehículo, los fragmentos más grandes que salen despedidos destruyen todo lo que hallan a su paso y pueden conseguir que el combustible salte por los aires.
Eficaces, baratas y letales. En los años siguientes, Estados Unidos comenzó la producción a gran escala de esta munición. Y no tardó en desplegarla en la 'Operación Tormenta del Desierto', la invasión de Iraq en los años noventa. Fahey sostiene que los carros de combate aliados –los M1A1, los M1 y los M60 Patton norteamericanos y los Challenger británicos– dispararon «miles de estos proyectiles de uranio empobrecido de gran calibre» contra sus equivalentes de Medio Oriente. Y otro tanto hicieron los A-10 y AV-8B –ambos aviones de ataque a tierra– para apoyar a la infantería. Los francotiradores hicieron lo propio y los utilizaron para abatir blindados. No quedó piedra sobre piedra.
Después, los proyectiles de uranio empobrecido han pasado por diferentes países de la Guerra de los Balcanes. Desde entonces, es una de las armas secretas norteamericanas y británicas; países que, además, han desarrollado armas específicas para su uso. «Algunas versiones del M1A1 disparan grandes cantidades de esta munición de 120 mm. Hasta hace poco, el sistema Phalanx de la Marina empleaba también estos cartuchos para derribar los misiles que se aproximaban», explica el Museo en sus dossiers sobre el tema. El problema, según desvela Scott Peterson en 'La contaminación por uranio empobrecido durante la invasión de Iraq', es que el Pentágono «ha sido hermético en lo que se refiere al uranio empobrecido» y no ofreció información fiable sobre las toneladas producidas hasta hace pocos años.
En el mencionado ensayo, el experto sostiene que solo ha habido algunas revelaciones parciales sobre la cantidad de uranio empobrecido utilizada en Iraq: «Un portavoz del Comando Central estadounidense declaró que los aviones de combate del tipo A-10 dispararon 300.000 proyectiles. La mezcla normal para el combate de esos 30 milímetros de descarga es de cinco cartuchos de uranio empobrecido a uno, una mezcla que habría dejado en Iraq 75 toneladas de este material». Y eso, sin contar con los lanzados desde carros de combate o armas pequeñas, que representarían otro 20% más.
Riesgo atómico
Pero la munición esconde un oscuro secreto que la acompaña desde que fue forjada. La principal crítica hacia ella es que su radioactividad podría tener graves consecuencias para la salud y el medio ambiente. Por el momento, los estudios llevados a cabo por la Oficina para las Enfermedades de la Guerra del Golfo en 1998 sostienen que cada proyectil lanzado desde un tanque Abrams provocaría entre 900 y 3.400 gramos de polvo de uranio que puede ser inhalado con extrema facilidad y «permanecer en el cuerpo humano durante años». Y, por si no fuera poco, puede propagarse a través del agua y, por descontado, del aire.
«Si hay piezas o incluso proyectiles completos de uranio empobrecido alrededor, no es un riesgo agudo para la salud, pero seguro que la radioactividad estará por encima de los niveles de la dosis de protección radioactiva», afirma el vicedirector general de Ciencias Nucleares y Aplicaciones de la Agencia Internacional de Energía Atómica de la NNUU en Viena, Werner Buekat. La máxima que esgrime este experto en sus informes es que es «necesario descontaminar los lugares» que se hayan visto afectados después de la batalla. Otros tantos analistas han confirmado a lo largo de los últimos años que la munición contamina de forma inmediata la tierra y que, si esta es ingerida por niños, les provocará severos problemas de salud.
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Entre las dolencias que se podrían generar destacan enfermedades por radiación debido al daño tisular inmediato; las mismas que se dieron en territorios afectados por las armas nucleares. Y eso, en pequeñas dosis. En grandes podría provocar la destrucción de los tejidos e, incluso, ser fatal. Amén de aumentar el riesgo de cáncer. Por el contrario, los informes de posguerra elaborados por el Pentágono y el Reino Unido son partidarios de que estas afirmaciones no son más que meras exageraciones. Así lo confirmó el Ministerio de Defensa británico el pasado martes: «La munición de uranio empobrecido no tiene nada que ver con armas o capacidades nucleares». En sus palabras, las investigaciones científicas demuestran que «cualquier impacto en la salud de las personas o en el medio ambiente es probablemente bajo».
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