Muertos y traiciones: la olvidada guerra civil dentro de ETA que pudo acabar con el terrorismo en España
El debate sobre si debían usar la violencia no fue impulsado dentro de la banda terrorista antes de la muerte de Franco, pero continuó después, provocando fuertes divisiones entre sus miembros, dando lugar a traiciones, venganzas y asesinatos entre ellos
Israel Viana
Madrid
«La necesidad de practicar la violencia está presente desde el mismo nacimiento de la organización: puede decirse que es consustancial a la misma, a pesar de los altibajos que sufre», apuntaba José María Garmendia en su 'Historia de ETA' (Haranburu), publicada en 1996, cuando ... la banda terrorista todavía estaba en activo. De hecho, ese año asesinó a cinco personas, incluídos Fernando Múgica en presencia de su mujer y su hijo, y Francisco Tomás y Valiente, tiroteado en su despacho. Y el anterior, 15, de los cuales seis murieron en el tristemente famoso atentado del Puente de Vallecas.
El historiador vasco destacaba en su libro que no siempre fue así, que ETA se pasó los primeros nueve años de su historia dedicada 'únicamente' a colocar pequeños artefactos explosivos que no causaban víctimas mortales, sino daños materiales, y a realizar pintadas callejeras de «Gora Euskadi» (Viva el País Vasco). La banda terrorista había sido fundada por un grupo de estudiantes que formaban parte de EKIN, un colectivo de disidentes radicales de la dictadura, el 31 de julio de 1959.
En el verano de 1968, sin embargo, todo cambió. ETA decidió que había llegado la hora de acabar con la vida de algún policía para hacer más ruido. Los elegidos fueron los jefes de las Brigadas de Investigación Social de Bilbao y San Sebastián, pero la sangre llegó antes. El 7 de junio, un joven guardia civil llamado José Pardines se encontraba de servicio con un compañero en el control de la carretera de Aduna a la altura de Villabona (Guipúzcoa). Su jornada transcurría con normalidad, hasta que al agente le llamó la atención un Seat 850 Coupé con una matrícula que pertenecía a un vehículo robado.
Dentro iban los etarras Iñaki Sarasketa y Txabi Etxebarrieta. Este último era el joven bilbaíno que se había convertido en el líder de la banda un año antes. El mismo que había impulsado el debate dentro de la organización sobre si era necesario iniciar la lucha armada y sembrar de cadáveres sus aspiraciones independentistas. Él defendía que sí, por lo que cuando Pardines paró el coche para comprobar su documentación, sus ocupantes salieron y le pegaron un tiro en la cabeza. A continuación le remataron con cuatro disparos más. Era la primera víctima mortal de la historia de ETA.
Después de Franco
El debate sobre si debían usar la violencia no solo se produjo antes de la muerte de Franco, sino que continuó después de instaurarse la democracia, provocando fuertes divisiones entre sus miembros y dando lugar a la escisión de algunos de sus miembros en otras ramas, con sus traiciones, venganzas y asesinatos incluidos. Una especie de guerra civil dentro de la organización con sus propios muertos. La dictadura ya no era excusa, pues continuaron matando hasta sumar 853 víctimas mortales, 3.500 atentados y más de 7.000 heridos.
La decisión de asesinar se tomó exactamente durante las conversaciones que se produjeron en la V Asamblea de ETA
La decisión de asesinar se tomó exactamente durante las conversaciones que se produjeron en la V Asamblea de ETA, celebrada en dos sesiones diferentes que fueron acogidas por los jesuitas: la primera, en 1966, en la casa parroquial de Gaztelu (Guipúzcoa), y la segunda, en 1967, en la Casa de Ejercicios Espirituales que la congregación tenía en Guetaria, también en Guipúzcoa, y que se conocía como 'Villa San José'. En esta segunda fue donde se marcó el futuro ideológico y estratégico del grupo terrorista.
Hasta ese momento, en ETA habían convivido varias posturas: una más defensora de las posturas de Sabino Arana, conocido como el padre del nacionalismo vasco, y otra que optaba por la lucha de clases. Sin embargo, cuando Etxebarrieta llegó a la organización con solo 23 años, consiguió reunir a un buen grupo de militantes a su alrededor con el objetivo de iniciar la lucha armada como única vía posible, según defendía, de liberar al pueblo vasco de la 'opresión' de España y lograr la independencia.
El referente de Ghandi
Desde ese mismo momento aparecieron los primeros disidentes, que optaban por otras vías alejadas de la violencia a pesar de estar vivo Franco. El debate comenzó en las páginas de la revista 'Zutik', el órgano oficial de ETA, unos años antes de la reunión en 'Villa San José'. Curiosamente, las diferentes posturas estuvieron influenciadas por dos fenómenos que se producían lejos del País Vasco: las revoluciones de liberación nacional de los países tercermundistas y la doctrina de la no-violencia promovida por Mahatma Ghandi en la India.
«La dictadura de Franco y, en general, la dominación de Euskadi por parte de España, se basa en la fuerza»
Los partidarios del primer grupo, que defendían el uso de la violencia, expusieron así sus ideas en el número de 'Zutik' publicado en abril de 1962: «España obtiene demasiadas ventajas económicas de Euskadi como para que podamos creer que vendrá el día en que se resigne a perder su 'colonia', si nosotros no estamos dispuestos a conquistar nuestro derecho por la fuerza. Partiendo de esa premisa, es evidente que el camino que hemos de seguir es similar al de los argelinos o los angoleños».
La segunda postura, con Ghandi como referente, era partidario de la vía política en un número posterior titulado 'En torno a la no-violencia': «La dictadura de Franco y, en general, la dominación de Euskadi por parte de España, se basa en la fuerza. Atacarla con medios violentos sería llevar la lucha a su terreno [...]. La acción no-violenta permite emplear [en nuestras reivindicaciones] a gente que, por sus principios pacíficos, no trabajaría con ETA si esta tuviese un significado violento. Nuestro comunicado, sin embargo, está en las antípodas de los que no están dispuestos a arriesgar siquiera una temporada de cárcel por el ideal. Es decir, en las antípodas de los franquistas engañados a sí mismos».
«Un grupo que lanza bravuconadas»
Así se llegó a la citada V Asamblea, que algunos expertos han considerado «el principal acontecimiento político del nacionalismo desde la postguerra, y su repercusión histórica ha sido mayor que la del Congreso del PNV en 1977», explica el informe 'Txabi Etxebarrieta y el 68 vasco', editado por la fundación Iratzar, que defiende que el joven líder fue una figura central de las dos reuniones de esta presididas por él. La segunda fue la más relevante, celebrada entre el 21 y el 26 de marzo de 1967 con 40 delegados de ETA. De estos, solo 18 habían asistido a la primera, en diciembre del año anterior.
En la Casa de Ejercicios Espirituales de los jesuitas en Getaria, con Etxebarrieta como presidente, se presentaron trabajos como el 'Informe verde revisado' y las ponencias de los llamados culturalistas, tituladas 'Ideológica' y 'Sobre el Frente Nacional'. La intervención de estos últimos, que eran minoría, fue muy dura con la historia de ETA, por no haber tenido todavía el valor de lanzarse por el camino de la violencia. «Hemos creado una rama militar pero no ha habido actos militares. ETA parece más un grupo que lanza bravuconadas que un grupo revolucionario. Nuestra violencia es puramente verbal», apuntó su líder, Federico Krutwig.
En su postura, sin embargo, había mucha autocrítica en los referente a la realidad del País Vasco, lo que les llevó a darse de baja de la organización al final de esta asamblea. Según recoge Anjel Rekalde en su libro 'Mugalaris. Memorias del bidasoa', Krutwig argumentó a sus compañeros: «No podemos ignorar que las tres cuartas partes de Euskal Herria están desnacionalizadas, que hay una enorme masa de población difícil de sensibilizar a lo nacional, que hay fuerzas potentes como la Iglesia Católica, el carlismo español y el izquierdismo español que se oponen al problema vasco y que hay una gran parte del proletariado vasco bastante aburguesado. La lucha armada de ETA y su demanda de justicia social son ejercicios irreales».
Los polimilis
La opción que ganó fue la de Etxebarria, que un año después asesinó a Pardines. En 1973, la banda acabó con el presidente franquista Carrero Blanco, que llevó a muchos miembros del conocido 'Frente Obrero' de ETA, representado por quienes querían dar paso a una solución más política en contra la posición del 'Frente Militar' abandonaron la organización terrorista. Otro hecho que provocó una brecha interna fue la bomba colocada en la Cafetería Rolando en la calle del Correo de Madrid, el 13 de septiembre de 1974, que mató a una docena de clientes en la que fue la primera matanza indiscriminada de civiles de su historia.
En la VI Asamblea volvió la división entre quienes querían la violencia y los que preferían la vía política
Tras esta masacre, ETA celebró su segunda VI Asamblea, en la que volvió a surgir de nuevo el enfrentamiento entre quienes querían seguir con las bombas y los tiros en la nuca, dando prioridad al aparato militar, y quienes defendían que la supremacía de la actividad debía ser llevada a cabo por medio de la política. Entonces se culminó la ruptura entre los «militares» (ETA militar) y los «polimilis» (ETA político-militar). Esta última facción entró en la Transición creando un partido independentista de izquierdas, con el que, incluso, se presentó a las elecciones de 1977.
La primera, sin embargo, adoptó como filosofía el «enfrentamiento armado contra el Estado español», atentando contra el ejército, las Fuerzas de Seguridad y los supuestos colaboracionistas políticos. Y, en ocasiones, dirigió esa violencia contra los propios miembros de ETA que abogaban por esa vía política, ahondando en esa guerra interna. Eduardo Moreno, alias 'Pertur', uno de los líderes de los «polimilis», llegó a desaparecer sin dejar rastro el 23 de julio de 1976, con solo 25 años, cuando defendió que, con la Transición en marcha, el diálogo era la mejor estrategia. Así lo comentó en su ponencia 'Otsagabia': «La organización que ha de ejercer la dirección política del proceso revolucionario no tiene que practicar la lucha armada».
La desaparición de Pertur
No es que los 'polimilis' fueran santos, pues en abril habían secuestrado al industrial Ángel Berazadi. En ese momento, Pertur se mostró partidario de aceptar el rescate y liberarlo, pero los 'comandos Bereziak' de ETA-militar, controlado por los sanguinarios Antxon, Pakito y Apala, optaron por asesinar al rehén. La situación se volvió muy tensa, pues la vía política se topó con estos jefes, que consideraron la opción de la paz como una traición. «Estas bestias han convertido Euskadi norte en un Estado policial [...]. No logro zafarme de esta dinámica infernal de conspiraciones, infundios y mentiras que tienden a eliminar a los rivales políticos no por el debate, sino a través de sucias maniobras», advertía Pertur sobre esta guerra interna, en una carta enviada a su compañero Iñaki Múgica, alias 'Ezkerra'.
Sus propios compañeros llegaron a secuestrarle unos días con la excusa de que había infringido los códigos internos al remitir una carta a los presos de Burgos y bajo la sospecha de mantener contactos con el Gobierno español. Poco después, el 23 de julio de 1976, recibió una nota anónima de alguien que quería reunirse con él. Cuando acudió, tan solo se sabe que se cruzó con Apala y Pakito y nunca más se le volvió a ver. Poco después, el segundo se convirtió en el dirigente de ETA, para dar paso a la época más sangrienta de la banda.
El ex secretario general de Eusko Alkartasuna (EA), Gorka Knörr, aseguró años después que Pertur había sido asesinado por este comando y recordó el día que fue a visitarlo con su madre, antes de que desapareciera, a la comuna francesa de San Juan de Luz. Al despedirse, esta le dijo al etarra: «A ver si nos vemos pronto en el otro lado, Eduardo». Y este respondió: «No sé, Teresa, porque con esas bestias puede pasar cualquier cosa». No se equivocó, aunque ETA se apresuró a culpar al Estado de su desaparición.
No son pocos los casos en los que ETA dejó claro que la disciplina dentro de la banda tenía que aplicarse con mano de hierro. En 1984, de hecho, la banda asesinó a Miguel Solaun, el primer líder histórico que aceptó la reinserción. Dos años después, la organización hizo lo mismo con Yoyes, en presencia de su hijo de tres años, después de que esta hubiera decidido distanciarse de la violencia y buscar refugio en México. «Un ejército no puede permitirse el lujo de la traición de sus militantes y, mucho menos, de sus generales», justificó la acción el entonces dirigente de Herri Batasuna, Iñaki Aldekoa. «No era Santa Teresita del Niño Jesús», defendió igualmente Aitor Esnaola, condenado en 2013 por ocultar 1.600 kilos de explosivos para fabricar bombas.
Esta guerra interna, sin embargo, no acabó con la banda. Algunos responsables políticos creyeron que todas estas tensiones serían determinantes para su fin, pero no. Ni las escisiones, ni las divisiones -prácticamente una por cada asamblea que celebró en sus primeras décadas- ni las disidencias desde su fundación. Tampoco la amnistía de 1977 ni el amplísimo estatuto de 1981. Años después, Garmendia, que había sido uno de los fundadores de la banda y la abandonó por su deriva violenta, aseguró: «Estuve en el nacimiento de un monstruo».
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