«La muerte en un vaso»: cuando el abuso de la ginebra sumió en una grave crisis al Imperio británico
El consumo excesivo de esta bebida alcohólica tan de moda hoy puso en un grave problema de salud pública a Gran Bretaña a mediados del siglo XVIII
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Es bien sabido que Winston Churchill era un gran aficionado a las bebidas alcohólicas. Dicen las malas lenguas que, incluso, el alcohol le ayudó a curarse de unas graves heridas. El alcohol de beber, claro. Qué contradicción. El milagro en cuestión se produjo después ... de que el político –que aún no era primer ministro de Gran Bretaña– fuese atropellado por un automóvil cuando descendía de un taxi en la Quinta Avenida de Nueva York. El impacto le lanzó varios metros por la calzada y el incidente le provocó un traumatismo craneoencefálico. Churchill fue trasladado al Hospital Lennox, donde permaneció ingresado durante ocho días.
En el informe de alta hospitalaria se mencionaban, además, un esguince del hombro derecho, una herida superficial en la zona nasal y dos fracturas costales. Lo curioso de este episodio, sin embargo, es que en el tratamiento que le prescribió el médico se podía leer: «Se certifica que la convalecencia post-accidente del Honorable Winston Churchill requiere la ingesta de bebidas alcohólicas, especialmente con las comidas. La cantidad es, naturalmente, indefinida, pero el requerimiento mínimo es de 250 centímetros cúbicos».
Quizá por eso, el primer ministro comentó años después que «el gin tonic ha salvado más vidas y cabezas inglesas que todos los médicos del Imperio». A lo que Churchill no hacía referencia es que el abuso en el consumo de ginebra en Gran Bretaña había provocado grandes estragos en la salud pública en el siglo XVIII, hasta el punto de poner en peligro el honorable imperio. Prueba de ello son los dramáticos anuncios que circularon en los periódicos y las calles en 1751, especialmente, uno diseñado por el artista grabador, ilustrador y pintor satírico William Hogarth.
En el cartel podía verse a una mujer, con sus ropas hechas harapos, la cabeza hacia atrás, absolutamente borracha, con un bebé que está a punto de resbalársele de las manos escaleras abajo. Aquel anuncio con más de dos siglos y medio de antigüedad era un intento de representar las graves consecuencias del alcoholismo, contrastando la feliz normalidad de quienes bebían cerveza inglesa frente a quienes preferían la ginebra.
La mayor droga
Eso era para los ingleses la ginebra: la mayor droga que podía consumir el hombre, una bebida que amenazaba con desgarrar a la sociedad de Inglaterra. Las láminas de Hogarth se publicaron para apoyar el 'Acta de la Ginebra', la ley con la que el Gobierno inglés quiso prohibir su elaboración, venta y consumo, en una especie de ley seca, que se implantó por primera vez en 1736.
Su origen se remonta a los siglos XV y XVI, en los Países Bajos. En un tratado de destilación de 1582 ya se menciona al «acqua-juniperi», antecesor del 'jenever' holandés y del gin inglés. En cualquier caso, parece que fue Franciscus Sylvius, profesor de la Facultad de Medicina de la ciudad de Leyden (Holanda), quien destiló el fruto del enebro con alcohol puro, con el objetivo de producir una medicina, atendiendo a las propiedades beneficiosas que siempre ha tenido el enebro para el riñón. Pero si son los holandeses quienes tienen el mérito de su invención, es a los ingleses a quienes corresponde el de su popularidad, refinamiento y alto consumo. Y todo ello gracias a un holandés, Guillermo de Orange, que cuando accedió al trono británico en 1689 como Guillermo III, llevó consigo a la isla la fórmula de la ginebra.
Sin embargo, parece ser que se fue de las manos, como demostraría más tarde el 'Acta de la Ginebra', pues se hizo tan popular en Inglaterra, que los soldados que volvían de los Países Bajos la bebían no como medicina, sino como bebida predilecta, con la excusa de que debían tomarla una vez al día por prescripción médica. El entusiasmo que suscitó fue tal que su consumo provocó un serio problema para el país.
Las casas de destilación
Ante el aumento del consumo, los empresarios no dudaron en añadir a la ginebra cualquier aditivo para hacerla lo suficientemente aceptable, sin reducir su producción. Era como si la población más pobre, que aspiraba a beber como el Rey, aceptara cualquier ginebra sin darse cuenta de que ellos no podían permitirse la ginebra que bebía el Monarca. Pero las casas de destilación de mala ginebra crecían a medida que aumentaban los consumidores.
Para ello «usaban ácido sulfúrico, aceite de trementina y cal. Era como la muerte en un vaso», asegura a la BBC Lesley Solmonson, autor de 'Ginebra: Una historia global'. «Fue ferozmente adulterado», añade Jenny Uglow, autora de 'Hogarth: Una vida y un mundo', quien cuenta que la ginebra «fue vendida en todas partes. Desde tiendas de ultramarinos a los establecimientos de los barcos. Había un bar en cada edificio».
Las consecuencias pronto se hicieron evidentes, al producirse un grave deterioro de su calidad, causando estragos físicos y psíquicos entre los cientos de miles de consumidores. El ejemplo más impactante de la época fue, posiblemente, el de Judith Defour, quien fue condenada en 1734 por llevar a su hija fuera de la casa y estrangularla para vender su ropa para recaudar dinero con el objetivo de comprar ginebra. La autora terminó confesando y fue ahorcada.
Reducir el consumo
La consecuencia fue la prohibición a través del 'Acta de la Ginebra' de 1751. Pero, como era de esperar, el resultado no fue el deseado: proliferaron las destilerías clandestinas, el precio subió hasta límites insospechados y, sobre todo, se produjo un grave deterioro de su calidad, causando estragos físicos y psíquicos entre los cientos de miles de consumidores. El acta redujo el consumo y eliminó eficazmente la mayor parte de las tiendas pequeñas, donde se producían los peores excesos, pero no acabó con el problema, pues desencadenó el mayor interés por la ginebra de la historia.
Más tarde se levantó la prohibición y la ginebra inglesa recuperó definitivamente su esplendor, gracias a las normas que regularon su elaboración, comercio, consumo y fiscalidad. A principios del siglo XIX, James Burrough produjo la famosísima Beefeater, una de las más vendidas del mundo hoy en día. A él se debe la magistral fórmula de Gin-Dry, cuyo componente esencial, el agua de Londres, dio denominación a la ginebra London-Dry. La fórmula secreta desde entonces se guarda en la Torre de Londres, custodiada por los famosos Beefeaters, guardias cuya vestimenta de estilo medieval hace las delicias de los turistas.
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