«Morirían por el Rey de España»: cuando Ceuta decidió por voluntad popular ser española
En noviembre, un comité marroquí pedía la liberación de esta «ciudad ocupada», una vieja reivindicación que se olvida de un episodio histórico fundamental para entender la situación actual de sus habitantes
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Madrid
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Iniciar sesiónPocos días después de que la Princesa de Asturias realizara una discreta visita a Ceuta, la cual llenó de ilusión a la ciudad pese a que doña Leonor tuvo una agenda totalmente privada y cerrada a la prensa, recordamos un episodio olvidado que representa ... muy bien el cariño que sus habitantes han mostrado desde hace siglos por España. Un hecho histórico que contrasta con la reunión celebrada en noviembre por el Comité Nacional para Reivindicar la Liberación de Ceuta y Melilla.
«Asistieron 98 estructuras fundadoras. El objetivo de esta reunión era elegir al presidente del comité, cuya actividad militante había sido congelada. Abdelhamid Aakid se presentó como el único candidato para presidir los comités y su designación será anunciada en los próximos días», declararon los miembros de la organización.
La reivindicación de las que se denominan «ciudades ocupadas» es un tema recurrente en el país vecino, aunque gracias a las buenas relaciones existentes en estos momentos tras el reconocimiento por parte del Gobierno español de la marroquinidad del Sáhara esta reivindicación parece embargada. Sin embargo, aunque esa sea la postura oficial, hay varios grupos que insisten en mantener sus aspiraciones.
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Hace cinco años, Marruecos también volvió a tensar la cuerda con España. Fue un nuevo golpe a las relaciones entre estos dos países que, tradicionalmente, han sido socios prioritarios en materias tan importantes como la lucha contra la inmigración ilegal y el terrorismo yihadista. «Llegará el día en que vamos a reabrir el asunto de Ceuta y Melilla, territorios marroquíes como el Sáhara», advirtió su primer ministro, Saadeddine Othmani en una cadena de televisión egipcia.
Cuatrocientos años
En la misma entrevista se atrevió a decir, sin el más mínimo reparo, que no reconocía la soberanía española sobre estas dos ciudades, a las que calificó de «ocupadas». Una consideración que, por supuesto, provocó un nuevo enfrentamiento con España. El Gobierno de Marruecos parecía olvidar que Ceuta y Melilla pertenecen a España desde hace casi 400 años. En el caso de la primera, además, por decisión propia de los ceutíes, que por voluntad popular quisieron mantenerse fieles a Felipe IV y no declararse en rebeldía, con el objetivo de no pasar a formar parte de Portugal.
En la polémica de 2020, el Gobierno de Pedro Sánchez pidió explicaciones a través de su entonces secretaria de Estado de Asuntos Exteriores, Cristina Gallach, que convocó de urgencia a la embajadora de Marruecos en España, Karima Benyaich, para informarle de que «España espera que todos sus socios respeten la soberanía e integridad territorial de nuestro país». Luego, la vicepresidenta primera, Carmen Calvo, respondió así a las declaraciones de Othmani: «Ceuta y Melilla son españolas y no hay tema. Lo conoce muy bien el Gobierno marroquí. Esto no lo discute el Gobierno de España ni se discute en este país».
Según planteó la historiadora Josefina Castilla en 'Algunas consideraciones sobre la lealtad de Ceuta a la Corona Hispánica en 1640' (UNED, 1991), «resulta verdaderamente curioso plantearse las causas que llevaron a los ceutíes a permanecer fieles a la Corona Hispánica en 1640, cuando se produjo el levantamiento de Portugal. Para llegar a ellas es ineludible observar la trayectoria seguida por este presidio del Norte de África en las centurias inmediatamente anteriores. La conquista portuguesa de Ceuta se produjo en agosto de 1415 durante el reinado de Juan I de Portugal, que vio en la ciudad la oportunidad de iniciar desde ella el comercio con África, pero también el modo de cerrar la expansión castellana en la zona».
Ceuta, una guarnición
Con Portugal, la ciudad pasó a convertirse en una simple guarnición, impidiendo a sus ciudadanos cualquier tipo de manifestación al margen de las estrictamente militares. Sin embargo, con el paso del tiempo, el enclave fue asemejándose cada vez más a una población del sur de España en la que no faltaban las fiestas religiosas ni las civiles. Esta paulatina pero constante «españolización» de Ceuta fue clave para que los autóctonos declarasen su lealtad a España en 1640. De hecho, ya antes los castellanos enviaban frecuentemente tropas para colaborar en la defensa de la plaza, que estaba permanentemente amenazada por las tribus africanas del sur.
El mismo Felipe II, antes incluso de convertirse también en el Rey de Portugal, ya venía ofreciendo ayuda a los ceutíes en su constante lucha contra los magrebíes del Norte de África, lo que contribuyó a crear un ambiente previo de simpatía hacia la dinastía de los Austrias en la figura del monarca castellano. «Conviene tener en cuenta que la población musulmana huyó tras la conquista de la plaza por Portugal, pero siempre permaneció a la espera y confiada de que la ocupación fuera temporal. Además eran bastante frecuentes las correrías y escaramuzas entre los ceutíes y los moros al salir los primeros de sus lindes en busca de forrajes y leña», aclaraba Josefina Castilla.
Cuando Portugal fue anexionada por Felipe II, el Rey de España permitió que conservara sus propias instituciones. Eso permitió que se desarrollara como una nación casi independiente, que tenía un importante imperio ultramarino, que le daba grandes beneficios económicos. Pero cuando décadas después el conde-duque de Olivares Olivares se convirtió en el todopoderoso valido de Felipe IV, se propuso «castellanizar» toda la Península, incluidos los enclaves norteafricanos. Eso se tradujo en una mayor presión fiscal que generó sucesivos levantamientos en Oporto (1628), Santarém (1629) y Évora (1637).
La revuelta
El 1 de diciembre de 1840 se produjo la famosa revuelta, después de que los portugueses se levantaran en armas y proclamaran al duque de Braganza como nuevo Rey de Portugal, con el nombre de Juan IV. Sus conjurados aprovecharon el conflicto de Cataluña para comenzar las hostilidades contra España y recuperar el trono. Olivares había intentado evirtarlo en repetidas ocasiones, ya fuera mediante el ofrecimiento al duque del virreinato de Milán o de cualquier otro cargo importante en la Corte, pero este no aceptó ninguna de sus propuestas.
Las Cortes lusas reconocieron a Juan IV como legítimo soberano , al igual que los gobernadores de los territorios ultramarinos. Todos, a excepción de uno: el de la pequeña Ceuta que ahora el Gobierno marroquí asegura que está «ocupada». Cuando a finales de 1640 llegaron las noticias a la plaza norteafricana, el gobernador Francisco de Almeida decidió ganar tiempo sin decantarse por uno u otro bando hasta conocer mejor lo que ocurría en los círculos más estrechos de poder. «Parte de la historiografía dedicada al tema afirma que esta actitud le costó el puesto, siendo sustituido poco después por el marqués de Miranda de Anta, primer gobernador de Ceuta origen castellano», explica Antonio José Rodríguez en su artículo «La ciudad de Ceuta y la monarquía hispánica (1640-1700)», publicado en la revista «Erasmo» en 2015.
Pero eso ocurrió más tarde, porque lo más sorprendente de lo acontecido en aquella ciudad es que las noticias del alzamiento causaron estupor e indignación entre sus habitantes. Rápidamente la mayor parte de la población ceutí tomó partido, reconociendo a Felipe IV como su legítimo Rey, más allá de los intereses políticos de la nueva corona de Portugal. Muchos vecinos, incluso, escribieron cartas formales de apoyo a la Corte portuguesa, incluídos el gobernador Almeida –que acabó decantándose por España– y sus aliados más íntimos.
Fidelidad a España
Todos ellos alegaron la calidad de los servicios personales de Felipe IV y afirmaron que «morirían por el Rey» si fuera necesario. Un claro alegato de fidelidad a nuestro país que muchos historiadores pasan hoy por alto. «De hecho, aunque en principio se sospechó que el gobernador de Ceuta, Francisco de Almeida, pudiera estar implicado en alguna trama para entregar la plaza, parece que las cosas no fueron así. La carta que despachó a su hijo, que se encontraba en Lisboa a finales de diciembre, nada decía de una traición, como se comprobó tras ser abierta en Sevilla por varios secretarios y escribanos que formaron una junta particular para tal efecto», cuenta Rodríguez.
Es cierto también que el mandato de Almeida en Ceuta había terminado y en Lisboa ya habían nombrado a su sustituto –el marqués de Miranda de Antas–, por lo que él temía que este pudiera llegar con sus despachos en breve a reclamar su sillón. El duque de Braganza, de hecho, envió a dos emisarios para exponer la situación a Ceuta y Tánger, que también se había negado a apoyar el levantamiento, pero estos no pudieron ni siquiera llegar a ninguna de las dos ciudades, puesto que fueron apresados en Gibraltar.
Apenas hubo dudas por parte de los ceutíes para optar por seguir fiel a Felipe IV. En primer lugar, porque la élite de la ciudad, aunque de origen luso, era natural de Ceuta y estaba más preocupada por su propia supervivencia que por su amor a Portugal. La ciudad dependía enormemente del aprovisionamiento exterior y la mayoría de los productos venían de Andalucía a través de Gibraltar. Y casi todos los ciudadanos ceutíes, además, dependían en cierta manera de la Real Hacienda española, ya que eran soldados o servidores del Rey, además de beneficiarse de las pensiones que daba la Corona en forma de tenzas y moradías.
La lealtad
La vinculación de la economía ceutí con los castellanos también era clara, tanto antes como después del movimiento secesionista portugués, por lo que el dinero y el mantenimiento de este sistema de pensiones influyeron en la fidelidad de Ceuta. «Estos condicionantes afectaron claramente a la lealtad de la ciudad. De ahí que muchos autores hayan puesto el énfasis en la sumisión de la ciudad a Felipe IV, su verdadero y legítimo monarca, con la élite local decantándose por permanecer fiel sin optar nunca por aclamar a Juan IV», subraya Antonio José Rodríguez.
Lo que más contribuyó a esta fidelidad, continúa el autor, «fue la actuación de las autoridades madrileñas, que dispensaron distintas mercedes a la ciudad e intentaron en todo momento congraciarse con ella, nombrándola primeramente muy noble y muy leal ciudad en 1641, además de establecer numerosos indultos y compensaciones».
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