El misterio de la isla española con la que soñaban las legiones romanas: «Su conquista era clave»
Durante la recuperación de los territorios del viejo Imperio, Bizancio veía en Menorca un bastión básico para dominar el Mediterráneo
Belisario, la mano derecha de Justiniano I, envió a un enigmático general del que poco sabemos a dominar las Baleares en el siglo VI
Las 'XXI Jornadas de investigación histórica de Menorca' han analizado este año la presencia vándala y bizantina en las islas
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Iniciar sesiónPuede que quedaran muy alejadas en el tiempo, pero las glorias de las viejas legiones resonaban con fuerza en la Constantinopla del siglo VI, corazón del Imperio romano de Oriente. Y a Justiniano I le fascinaban hasta la obsesión. Por ello, el 'imperator' se ... propuso ensanchar sus fronteras hasta recuperar los territorios que cónsules y césares habían dominado a golpe de 'gladius' en la era dorada de la Ciudad Eterna. Sus ojos se posaron entonces en el norte de África, Sicilia, Italia, Hispania… Y, como explica a ABC Margarita Vallejo, doctora en Historia por la Universidad de Alcalá, también sobre una perla que ejercía de centinela impávido en el Mediterráneo: Menorca.
«Lo tengo claro: era un punto central dentro de la expansión bizantina. Para empezar, porque junto a Mallorca servía de avanzadilla para conocer los movimientos de sus enemigos en las costas europeas; pero también porque permitía a Bizancio tener controlado el reino vándalo afincado en Cartago», afirma la también autora de 'Hispania y Bizancio: Una relación desconocida'. Las razones que llevaron al 'imperator' a mirar con ojos cariñosos aquel territorio permitirían llenar un libro. Y, por descontado, una conferencia de dos horas como la que Vallejo impartió durante las 'XXI Jornadas de Investigación histórica de Menorca', celebradas a finales de noviembre y organizadas por la Societat Històrico Arqueològica Martí i Bella (SHAMB).
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Vallejo inauguró un ciclo de coloquios que se extendió durante tres jornadas y reunió a cientos de personas. El evento, que contó con una infinidad de historiadores y arqueólogos, versó sobre un tema al margen de la historia más canónica: el tránsito por la época tardo imperial de la isla, su conquista por parte de los vándalos, la llegada de las tropas de Justiniano y su incorporación a Al-Ándalus. «Arrancamos las jornadas en 2004. Desde entonces, cada año hemos buscado un planteamiento que navegue entre lo local y lo general. En este caso, hemos analizado la situación de Menorca durante tres siglos, pero también la del Mediterráneo», afirma a este diario Alberto Coll, de la junta directiva de la SHAMB.
Vigía y puerto
Pero el magnetismo que la Ciudad Eterna sentía por las Baleares no llegó con Justiniano. Mucho antes, en el 123 a.C., Quinto Cecilio Metelo desembarcó en las islas y acabó con los últimos reductos de la cultura talayótica en nombre del Senado. «La situación de sus puertos en el centro del Mediterráneo ofrecía grandes ventajas a la hora de navegar hacia la Península», explica Coll. La romanización –primero republicana y luego imperial– se extendió durante quinientos años, hasta que el pueblo de los vándalos expulsó a las legiones a finales del siglo V. «Para entonces, el Imperio ya se había dividido en dos partes: la de Occidente, que cayó en el 476 a manos de los bárbaros, y la de Oriente», sentencia Vallejo.
Las Baleares se transformaron así en una base naval para las flotas vándalas; una pesadilla para Constantinopla. Y en esas, como se suele decir, sentó Justiniano sus reales en un trono venido a menos, pero en el que todavía se palpaban las glorias militares de la antigua capital. «El emperador, que era de origen latino, entendía que debía devolver la gloria al imperio y hacerse con toda aquella parte occidental tomada por los bárbaros. La diferencia es que él quiso vertebrar el nuevo territorio a través de una única religión: la cristiana ortodoxa», completa la experta. Aquella idea tuvo nombres y apellidos: 'Recuperatio imperii' o 'Renovatio imperii', que poca traducción necesitan.
Dentro de esa política expansiva bizantina, las islas centrales del Mediterráneo se atisbaron a la par como un escollo y una oportunidad. «Córcega, Cerdeña y las Baleares estaban bajo dominio vándalo, y era vital su conquista», añade Vallejo. Las últimas, por su ubicación, eran todavía más determinantes, pues servían de puerto y torre de vigía para los enemigos. «Justiniano las necesitaba para conocer los movimientos de los ostrogodos, presentes en la Galia, y de los visigodos, afincados en Hispania», insiste. La pregunta es obligada: «¿Qué ofrecía Menorca que no pudiera otorgar Mallorca?». Y la respuesta, instantánea: «La cercanía geográfica con el norte de Italia y la Galia». Queda apuntado, Margarita.
Misterioso general
Un gran objetivo necesitaba de un militar a la altura, y Justiniano escogió a su general fetiche, Flavio Belisario, para dirigir la 'Renovatio imperii'. Este puso camino hacia Cartago en el verano del 533 acompañado, según el cronista de la época Procopio de Cesarea, por apenas «cinco mil hombres que no sabían ni dónde lanzar el ancla». Lo que se suele dejar a un lado es que, mientras combatía contra los vándalos en el norte de África, este genio de la guerra delegó en sus acólitos más destacados la conquista de otros tantos territorios que no podía tomar en persona.
Honderos baleares: de aterrorizar a Roma, a francotiradores de las legiones
Los enemigos más aguerridos de Quinto Cecilio Metelo fueron los honderos baleares. Hasta tal punto les temía el romano, que se vio obligado a recubrir las cubiertas de sus buques con pieles para evitar el impacto de los proyectiles talayóticos. Desde entonces, estos combatientes se hicieron populares por su puntería y su adiestramiento. Ya lo decía Estrabón, el famoso cronista del siglo I: «Desde la niñez ni siquiera daban pan a sus hijos si no usaban sus hondas primero». Tan famosos se hicieron, que combatieron con Aníbal Barca como mercenarios en la Península Ibérica allá por el 221 a.C. Un siglo después, Julio César también los reclutó como tropas auxiliares.
Los testimonios son esquivos. Procopio, que acompañó a Belisario en sus conquistas, tan solo ofrece los nombres de los oficiales y los territorios a los que fueron destinados. Aunque el caso de las Baleares es diferente. «Envió a un tal Apolinar, del que nos ofrece varios datos más que del resto de oficiales. Nos dice que era itálico y que, ya de joven, había viajado al reino de los vándalos mientras estos no eran belicosos. Con total probabilidad, para estudiarlos», añade Vallejo. La experta está convencida de que este personaje, del que poco dicen los libros más allá de que se hizo con la región en el año 534, era uno de los hombres más cercanos al general. «No cuenta mucho de la conquista, pero sí especifica que, después, le entregó el gobierno de las islas», sentencia.
Vallejo confirma que el misterio de Apolinar sigue vivo todavía. Poca constancia queda de él. Lo que sí tenemos a cambio son una infinidad de restos arqueológicos que nos hablan de los cuatro siglos que Menorca permaneció bajo dominio bizantino. Desde basílicas, hasta las características bulas de plomo y oro. Fue una época en la que la isla se convirtió en uno de los centros comerciales del Mediterráneo y en el anhelo del resto de imperios emergentes. Uno de ellos fue el musulmán, que tomó la zona en el siglo X. Aunque eso es otra historia.
Tres días de conferencias
La coqueta Ciutadella, urbe ligada a mil y una culturas a lo largo de los siglos, fue la encargada de acoger las 'XXI Jornadas de investigación histórica de Menorca'; un total de ocho comunicaciones y cinco ponencias ligadas, como explicó Alberto Coll, a «un período clave de nuestra historia: la transición de la Antigüedad tardía a la alta Edad Media». A lo largo de tres jornadas, los participantes –de arqueólogos a historiadores– abordaron los rastros que vándalos y bizantinos dejaron en Menorca y alrededores durante los siglos en los que habitaron la isla. Y vaya si los hubo.
Entre las ponencias más destacadas se contó la de Mateu Riera Rullán. El profesor asociado de la Universidad Autónoma de Barcelona desveló las últimas novedades del proyecto que codirige en la cercana isla de Cabrera: la excavación y recuperación de un monasterio del siglo VII que el papa Gregorio Magno ordenó investigar por los comportamientos «perversos» y «criminales» de los monjes que habitaban sus muros. «Lo más probable es que el pecado fuera el de la avaricia, aunque no podemos estar seguros», explicó.
Más allá de la anécdota, el experto insistió en que el yacimiento servirá de modelo para identificar otras construcciones similares de la época. «Hemos comprobado, por ejemplo, que la edificación tenía un primer piso, y que la planta baja estaba pavimentada con losas», finalizó.
Por su parte, Josep María Gurt, catedrático de Arqueología en la Universidad de Barcelona, se zambulló en la importancia de Menorca como puerto de llegada y cruce de caminos de flujos humanos y culturales a través del Mediterráneo. «Desde el mar arribó un cristianismo que se manifestó en el mundo urbano a través de diferentes edificios», explicó. En este sentido, el experto analizó las basílicas que se levantaron en esta época –sus características, ubicación y decoración– y algunos enclaves portuarios.
El cierre corrió a cargo de Josep Amengual i Batle, doctor en Teología y en Historia. El que es todavía uno de los mayores expertos en el pasado de Menorca analizó los tres obispados que hubo en las Baleares y su evolución e importancia a través de los siglos.
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