El misterio de Fawcett: el explorador que desapareció buscando la «Ciudad perdida» e inspiró Indiana Jones
Con motivo del estreno de 'El dial del destino' os traemos aquí la historia del arqueólogo que se perdió en la selva del Amazonas en 1925 y cuyo paradero, todavía hoy, sigue interesando a muchos expertos
Indiana Jones es un héroe, su inspirador no
Madrid
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Iniciar sesiónHace un mes, el crítico de ABC, Oti Rodríguez Marchante, se refería así a la última película de la famosa saga que Steven Spielberg inauguró en 1981: «Todo es muy bueno en este último Indiana Jones, salvo lo que es excelente y de prodigioso ... ingenio. El tiempo no maltrata a este héroe ni tampoco a su protagonista, un Harrison Ford que está viejo, y joven, y ágil, y torpe, y que le da sentido él mismo a la aventura que se cuenta, que es un alarde de ritmo, de gracia, de magia cinematográfica y de máximo divertimento… hasta que se eleva hasta el mismo cielo del cine».
No obstante, 'Indiana Jones y el dial del destino' es solo la ficción, y aunque el éxito de taquilla está asegurado, no podemos olvidar que detrás de esta gran historia se esconde la de un explorador real que fracasó en su obsesión y desapareció para siempre en la selva amazónica hace un siglo. Su nombre, Percy Fawcett, un coronel y arqueólogo inglés, nacido en la pequeña localidad de Torquay que, en 1906, realizó su primera expedición a Brasil, con 39 años, para cartografiar un área del Amazonía en la frontera entre Brasil y Bolivia, por encargo de la Royal Geographical Society. Hasta 1924 realizó siete expediciones en las que se ganó la confianza de los lugareños.
En uno de esos viajes, el explorador inglés, uno de los que inspiró a Spielberg para forjar la personalidad de Indiana, y sobre el que también se hizo una película protagonizada por Charlie Hunnam en 2017 ('Z. La ciudad perdida'), escuchó en Fort Frederick una leyenda que hablaba de la existencia de una antigua civilización oculta en la selva amazónica. Una ciudad cubierta por el paso del tiempo y la vegetación y que, durante siglos, los europeos identificaron con la legendaria ciudad de El Dorado.
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Con el tiempo, el rumor se convirtió en sospecha y luego en determinación en la mente del intrépido explorador británico. Su obsesión fue tan grande que no dudo de que la «ciudad perdida» existía y él iba a encontrarla. Se convenció de ello en 1910, mientras recorría una zona desconocida del río Heath, en Bolivia, y se topó con una tribu de indígenas especialmente hostiles. «Empezó a caer sobre ellos una lluvia de flechas de dos metros de largo envenenadas que perforaron el costado de las canoas en las que viajaban», cuenta el periodista David Grann en 'Z. La ciudad perdida', el libro que inspiró la película de 2017 dirigida por James Gray.
«¡Amigo, amigo, amigo!»
En dicho ataque, uno de sus compañeros estuvo a punto de morir, pero no fue impedimento para seguir adelante. En un primer momento, Fawcett ordenó a sus compañeros que, en señal de paz, bajaran los rifles y comenzaran a cantar, pero su estrategia no funcionó y los indígenas siguieron lanzando flechas. A continuación, el explorador tomó la iniciativa en una acción que se quedó grabada en la memoria de sus compañeros para el resto de sus vidas. Se desató el pañuelo que llevaba al cuello y lo agitó por encima de su cabeza, mientras gritaba una palabra del dialecto indígena que se había aprendido años atrás: «¡Amigo, amigo, amigo!».
Justo en ese instante, el ataque cesó. Cuando llegó a la otra orilla, los indígenas se lo llevaron consigo al interior de la selva. En uno de sus comunicados, Fawcett escribió: «Los indios nos ayudaron a montar el campamento, se quedaron toda la noche con nosotros y nos dieron mandioca, plátanos, pescado, collares, loros y, de hecho, todo cuanto tenían». Tras esta expedición, comenzó a pensar que el rumor de la civilización perdida podría ser cierto y que la selva y los indígenas escondían secretos que los historiadores y etnólogos nunca habían podido descubrir.
Fawcett dedicó el resto de su vida a buscar aquella ciudad legendaria en la selva que él denominaba simplemente «Z». Estaba obsesionado con ella. Según él, se trataba de un núcleo urbano compuesto por grandes monumentos y murallas, cuyo origen se encontraba en el relato de un marino portugués del año 1500 que lo oyó de sus captores tupinambos, ávidos caníbales que hicieron una excepción con él a cambio de que se casara con la hija de su jefe. No está muy claro de dónde lo sacó, pero nuestro protagonista se hizo con un viejo mapa de Z y, en 1925, cuando tenía ya 58 años, se marchó a su búsqueda.
La desaparición
Esta vez le acompañaron su hijo Jack y el hijo de un amigo, con los que se adentró en la jungla del alto Xingú y, sin dejar un solo rastro, desapareció para siempre. Nunca más se supo de ellos. Tampoco de los más de cien exploradores que, según dicen, fueron en su búsqueda en los años siguientes. A día de hoy, todavía se ignora si vivió o murió durante aquel viaje o donde se encuentran sus restos. En 1955, incluso, ABC informaba de que «Bryan Fawcett buscará a su padre y a su hermano, perdidos hace treinta años en la selva brasileña».
Su desaparición es uno de los grandes misterios del siglo XX en el ámbito de la exploración, hasta el punto de que también inspiró 'El mundo perdido' de Conan Doyle y aparece en uno de los tomos del álbum de Tintín. Algunas leyendas aseguran que sigue allí y otras hablan de un buen número de indios de piel blanca que, supuestamente, serían sus hijos o nietos.
«Percy Fawcett se perdió en busca de aquella de aquel palacio maravilloso, por cuyas ventanas salía una luz que no se apagaba desde hacía siglos y siglos. Ahora, Bryan Fawcett vuelve a partir en busca de esa luz maravillosa. Se ha dicho que en los últimos años que el hombre ha perdido todo el interés por el misterio, y que por eso la vida carece, en general, de atractivo. Pero eso no es así, no todos los hombres han perdido el interés por el misterio. Entre ellos está el hijo de Fawcett, y otros que no necesitan, para buscar esos misterios, partir a tan lejanas tierras. Que la fortuna guíe a este explorador que va detrás de la sombra de quienes llevaron, o llevan, su misma sangre», concluía este diario en 1955.
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