El misterio de la colosal ciudad que Almanzor construyó en Córdoba y desapareció para siempre en la Reconquista
¿Dónde se ubica Al-Madina Al-Zahira? Los expertos afirman que al este del Guadalquivir, pero existen hasta una veintena de teorías distintas
Almanzor: las devastadoras prácticas de la «bestia» que asoló España
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Iniciar sesiónPalacio para unos, fortaleza para otros y urbe gigantesca para los últimos. Poco se sabe de Al-Madina Al-Zahira (Medina Alzahira, la 'Ciudad Resplandeciente'), el enclave que Almanzor construyó a mediados del siglo X como símbolo de su poder. Tan solo algún ... resto escondido en un museo y varias crónicas en las que se narra su grandeza: desde columnas cristalinas como el agua, hasta «albercas adornadas con surtidores en forma de leones». Por no saber, no sabemos ni el lugar exacto en el que el Háyib –chambelán– de Hisam II ordenó levantar sus muros, un misterio que se erige indestructible desde hace dos milenios. De lo que nadie duda es de que existió, de que se ubicó en algún punto cercano a Córdoba y de que, tras la muerte del azote del cristianismo, fue destruida hasta los cimientos por sus enemigos.
Construir la perla
La construcción de esta perla arquitectónica, hoy perdida de los mapas, alberga cierto sentido histórico. Según las crónicas árabes, Almanzor, entonces Háyib del débil y jovencísimo Hisham II, decidió levantarla harto ya de la persecución que sufría por parte de los enemigos que soñaban con su puesto. El historiador Felipe Maíllo Salgado confirma esta teoría. En su biografía sobre este personaje elaborada para la Real Academia de la Historia desvela que la empresa contaba con un objetivo básico: escapar del control de la madre del Califa. Más que lógico, pues los tentáculos de Subh Umm Walad eran más robustos en la corte cordobesa.
Pero teorías las hay a pares. La gran biógrafa italiana de este militar, Laura Bariani, explica en su ensayo magno 'Almanzor' que el Háyib «empezó a temer por su propia vida, sobre todo cada vez que se dirigía a la residencia del califa». Demasiados enemigos en la vieja Córdoba. La conclusión es que, por un lado, su nueva residencia le ofrecía seguridad. Y, por otro, demostraba su independencia y poder frente al poder de Hisam II. Lo más llamativo es que nada estaba hecho al azar. Hasta el mismo nombre de la nueva urbe, Al-Madīna al-Zāhira, evocaba el de la residencia califal de Madīnat al-Zahrā.
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En todo caso, lo que sí está claro es que su construcción arrancó en el 978 y que el núcleo principal se levantó en apenas dos años; para el resto, hubo que esperar seis más. Primero se alzaron las murallas y las torres, claves para la defensa del enclave contra los posibles hostigamientos cristianos. «Una vez nivelado el terreno del recinto interior, les llegó el turno a los bellísimos palacios de nombres atrayentes, como la Almunia de la Alegría o la Almunía de la Perla», desvela la autora italiana en su obra. Esta última contaba con una torre desde la que Almanzor tenía una vista completa de todo el territorio.
El historiador español es de la misma opinión. En su dossier confirma que «en el interior de la ciudad se erigió un fastuoso palacio desde donde Almanzor regía al-Andalus como soberano absoluto». A su vez, es partidario de que ordenó construir casas para sus hijos y para los dignatarios más selectos de su séquito, así como «viviendas y locales para las oficinas de la cancillería y para el personal». Otro tanto sucedió con todas las instalaciones necesarias en caso de guerra. Desde cuarteles y caballerizas para la guardia más cercana, hasta almacenes en los que guardar armas y grano de los que valerse en caso de asedio.
Los textos clásicos hablan de un enclave copado por columnas «transparentes como el agua» y «esbeltas como cuellos de doncellas», además de «albercas adornadas con surtidores en forma de leones». Una auténtica belleza. Sin embargo, Al-Madina Al-Zahira cumplía también una función defensiva. Sus reducidas dimensiones con respecto a otras grandes urbes, así como su ubicación –la teoría más extendida afirma que junto al Guadalquivir–, la hacían fácil de defender de cualquier enemigo, cristiano o musulmán. En este sentido, parece ser que Almanzor exigió que el enclave tan solo tuviera una puerta; de esta forma, reducía los puntos más débiles de la muralla.
Con todo, las crónicas confirman que el grueso de los edificios relacionados con Al-Madina Al-Zahira no se hallaban dentro de sus muros, sino alrededor de la muralla. En palabras de Bariani, allí residían notables de la época como «el padre del poeta Ibn Hazm, visir de los amiríes», una buena parte del personal dedicado a los servicios y casi la totalidad de las tropas. «Estas eran llamadas a la Ciudad Resplandeciente solo en caso de peligro», añade la experta. Pronto, y según el escritor de la época Ibn Jaqan, aquellos arrabales se ensancharon a golpe de mercados y casas y terminaron por fusionarse con los de Córdoba.
Gran enigma
El emplazamiento de La Ciudad Resplandeciente es uno de los grandes enigmas de la historia de Al-Ándalus. Hoy, más de mil años después de que fuera construida, todavía se desconoce su ubicación exacta, aunque nadie duda de su existencia. La versión más extendida sostiene que fue edificada a orillas del río Guadalquivir, al este de la califal Córdoba. Es la teoría que mantiene, por ejemplo, Maíllo: «La ciudad estaba emplazada al lado del río, aguas arriba de la capital cordobesa hacia el este y en la misma orilla del río». Lo bastante cerca como para vigilar la urbe, pero, a la vez, alejada de su órbita de influencia.
Pero, al menos por el momento, los arqueólogos todavía no ha dado con sus restos. Y eso ha hecho que autoridades como Manuel Ramos afirmar que la ciudad de Almanzor habría estado ubicada en el extremo opuesto, allá por Turruñuelos, junto a la carretera de Trassierra. En un artículo escrito para el ABC de Córdoba, este notario argumentó que en los años cincuenta, durante la reurbanización de la zona, se halló una «estructura rectangular con enormes muros y sorprendentes dimensiones» –unas veinte hectáreas– que podrían corresponderse con los de la Ciudad Resplandeciente. Una idea osada a la par que rupturista.
«Se nos dijo entonces que aquella 'ciudad' eran los arrabales occidentales de Córdoba citados en las fuentes. Sin embargo, la arqueología acotaba y hacía coincidir aquellos restos con el periodo álgido de Córdoba, con la corta vida de Medina Alzahira», explicaba el autor. A su favor, el experto utilizaba la 'parasanga', la distancia que, según las crónicas, existía entre la mezquita de Medina Azahara y la de Al-Madina Al-Zahira. En total, 4.000 metros. «Esta es la distancia que precisamente existe entre Turruñuelos y la mezquita de Azahara en línea recta. ¿Coincidencia...?», añadía el notario en su artículo. Los indicios, insistía, son muchos. Aunque haría falta el trabajo de arqueólogos e historiadores para corroborar alguna de la veintena de teorías existentes.
Poco después de la publicación de este artículo, otros tantos expertos confirmaron, también en las páginas de ABC, en que aquella hipótesis era poco más que rocambolesca. Juan Murillo, jefe de la Oficina de Arqueología de la Gerencia de Urbanismo de Córdoba, insistió en que «no hay ninguna base para plantear esa opción» y que el debate está resuelto desde hace años: las fuentes confirman que se hallaba al este de Córdoba, y «no entre Córdoba y Medina Azahara». A él se sumaron los arabistas José Ramírez del Río y Juan Pedro Monferrer, así como otras tantas personalidades y estudiosos sobre la urbe. Aunque, a la par, también admitieron que no existen indicios materiales de la Ciudad Resplandeciente; al menos, por el momento.
Destrucción total
Los testimonios que hablan de la grandeza de la ciudad se cuentan por decenas. Y cada uno, más extravagante que el anterior. El poeta del siglo X Sá'id de Bagdad, por ejemplo, escribió que un embajador «del más potente de los reyes cristianos de aquellos tiempos» se presentó ante Almanzor ávido de «informarse sobre la situación de las fuerzas musulmanas». El chambelán le citó en Al-Madina Al-Zahira. Lo que vio aquel legado le estremeció. «Poco antes del amanecer aparecieron mil soldados vestidos de oro y plata con cinturones también de oro y plata», explicaba el cronista. Toda aquella riqueza recogida en una única capital le llevó a pedirle una tregua; nada se podía hacer contra aquel rico general musulmán.
Pero su diseño no evitó que fuese destruida tan solo treinta años después de su construcción. Tras la muerte del Háyib, el omeya Muhámmad al-Mahdi se alzó en armas contra Hisam II. Su objetivo era hacerse con el trono, pero sabía que el poder del califa niño emanaba de los descendientes de Almanzor, los amiríes. Para triunfar, por tanto, debía acabar con aquel bastión geográfico y simbólico. Según los textos del escritor del siglo XIII Ibn 'Iḏari, en febrero de 1009 «ordenó destruir Al-Madina Al-Zahira, derribar sus muros, arrancar sus puertas, desmantelar sus palacios y borrar sus trazas, dándose prisa en eso».
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