Max Hastings desentraña en ABC los «estúpidos errores» que pudieron provocar la destrucción atómica del mundo en 1962
El maestro de espías alumbra un ensayo ecuánime de la crisis de los misiles de Cuba, el evento que pudo sumir a Occidente en una guerra nuclear
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Iniciar sesiónA pesar de su corrección británica, Max Hastings deja escapar de cuando en cuando un toque irreverente. Desde el principio hasta el final de la entrevista, unos sesenta minutos, repite un sinfín de veces un adjetivo: estúpido. Y, salvo contadas excepciones, se lo arroja ... sin remilgos a la caterva de políticos y militares de la Guerra Fría que casi llevaron al mundo al desastre nuclear en octubre de 1962. Aunque, como maestro en la materia que es, pone el foco en los espías: «Desde la crisis de los misiles de Cuba, hay más gente estúpida que inteligente en el espionaje». Por suerte, a cambio hubo dos diques de contención que evitaron la debacle: Nikita Kruschev y John F. Kennedy, líderes de la URSS y Estados Unidos.
Hastings habla sin remilgos. Su currículum como antiguo director de 'Daily Telegraph', columnista de 'The Times' y autor de más de treinta ensayos históricos le ha arrebatado los pelos de la lengua. Aunque también influye la seguridad que le da haber dedicado tres años de investigaciones y entrevistas para alumbrar el ensayo que presenta estos días: 'La crisis de los misiles de Cuba 1962' (Crítica).
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Todo ello, sumado a la edad, que siempre es un grado. «Tengo 77 años. Me estoy haciendo muy viejo. Ahora hago libros más cortos. Ya no pienso tan rápido como hace una década. Me impresiona ver las obras que escribía entonces, eran extensísimas y abarcaban muchos temas diferentes», sentencia.
Partida de tahúres
No le dura mucho la morriña. Desde Gran Bretaña, y a través de videoconferencia, se rehace para explicar la situación política que reinaba en los sesenta. Fidel Castro había tomado el poder en Cuba con su revolución barbuda y Kruschev le lanzaba miradas cariñosas desde la URSS. Lógico, pues la isla se hallaba a un suspiro de Estados Unidos. En esas, el líder soviético, sumido en el anhelo de recuperar las viejas glorias militares de la Segunda Guerra Mundial, acordó enviar en secreto armas nucleares hasta aquellas costas para presionar a su enemigo natural. «Fue una respuesta, Kennedy había hecho lo mismo en Turquía, Italia y Gran Bretaña», añade.
EE.UU. se percató de aquellas actividades en el Caribe, pero demasiado tarde, cuando las primeras bases estaban montadas en lugares como Matanzas, La Habana o Mariel y el grueso de los misiles de corto y medio alcance –el punto fuerte de la URSS– había pisado tierra. «Fue el primer fallo de inteligencia. Algunos exiliados cubanos habían advertido de que los buques soviéticos no transportaban equipos agrícolas, pero no les creyeron», sentencia Hastings.
La crisis de los misiles de Cuba 1962
- Editorial Crítica
- Páginas 640
- Precio 27,90 euros
En parte no le extraña, ya que está convencido de que, «durante cualquier crisis, solo el 10% de la información de inteligencia es verdadera, y los gobiernos no saben cuál». Un avión U-2 corroboró sus miedos: armas nucleares.
En el seno de la Casa Blanca se vivió entonces un agrío debate: invadir y bombardear Cuba, o valerse de la diplomacia. Aquí, Hastings vuelve a la carga: «Los generales norteamericanos, influidos por la victoria en los cuarenta contra Alemania y Japón, presionaron mucho para lo primero. Fueron los que peor se comportaron. Los estúpidos creían que humillarían a la URSS». Pero el presidente se mantuvo estoico y obvió también los informes de la CIA que auguraban un paseo militar; el temor a que una guerra nuclear destruyera el mundo civilizado le parecía demasiado grande. Además, el peso de la Operación Zapata, el fallido golpe de mano contra Castro en Bahía de Cochinos, estaba fresco en su memoria.
Viva la desinformación
Pero no crea el lector que los soviéticos fueron mucho más listos. Su inteligencia no se había planteado, para empezar, que los norteamericanos iban a reaccionar con la histeria colectiva y una escalada militar que podía desembocar en una guerra. «Fueron estúpidos», insiste Hastings. Y tampoco tenían un plan fantástico a medio plazo. «Los mismos americanos pensaban que había una jugada de ajedrez magistral detrás de aquello, pero no. Solo era una demostración de fuerza», añade el experto.
La tensión política fue en aumento y, en pocas jornadas, el mundo tembló ante la posibilidad de una guerra nuclear. Por fortuna, Kruschev entendió que, en caso de conflicto atómico, su país estaba perdido. «La diferencia en ojivas era de 17 a 1; no tenía nada que hacer».
Así, el 29 de octubre, trece días después de que el conflicto estallara de forma silenciosa, Radio Moscú informó a los rusos de que la URSS retiraría los misiles de Cuba. «El líder soviético cedió por una combinación de causas. Una de ellas fue que se percató de que Castro, al que veía en principio como un revolucionario de 1917, era un irresponsable al que no le importaba que se desatara una guerra nuclear. También pensó erróneamente, porque su servicio de inteligencia no lo desmintió, que EE.UU. iba a invadir la isla», completa el inglés. En todo caso, y aunque le costó el poder dos años después, Hastings es partidario de que Kruschev demostró inteligencia: «Aunque estaba manchado de sangre por la guerra, era más sabio entonces que Vladimir Putin hoy».
En todo caso, aquella inteligencia le costó el odio de un Castro deseoso de dar un escarmiento a Estados Unidos. No en vano, se despidió de Kruschev con un adjetivo que destinaba a sus enemigos más acérrimos: «¡Maricón!». La última pregunta, obligada, es sobre Ucrania y el zar del siglo XXI. Y Hastings acaba como empezó: «Su comportamiento ha sido estúpido. Ha condenado al desastre a una Rusia que vivía su mejor momento económico».
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