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Los mandamientos secretos de los tres mejores generales de Hitler para doblegar Europa por tierra, mar y aire

Erwin Rommel, Hermann Göring y Karl Dönitz aprovecharon los conocimientos que habían obtenido en la Primera Guerra Mundial para dar cuatro años de victorias al Tercer Reich

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ivisiones acorazadas alemanas en la IIGM ABC
Manuel P. Villatoro

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Adolf Hitler no fue el único miembro del partido nazi que participó en las dos contiendas más sangrientas del siglo XX. Ejemplo de ello fue el popular Erwin Rommel, más conocido como el Zorro del Desierto por los éxitos cosechados con el Afrika Korps. Al estallar la Primera Guerra Mundial, con 18 años, estaba encuadrado como 'Leutnant' (teniente) en una compañía de artillería de reserva. No tardó en solicitar su traslado al 124º Regimiento de Infantería cuando se enteró del inicio de las hostilidades. Como explicó en sus memorias, tras un duro entrenamiento partió a Francia, donde combatió en varias escaramuzas.

El zorro al ataque

Así hasta que, en septiembre, demostró su arrojo al cargar, cerca de Varennes y a bayoneta calada, contra un número ingente de enemigos. «Incluso contra una superioridad de tres a uno en mi contra, tenía completa confianza en el arma y en mi habilidad», escribió su libro de memorias, 'La infantería al ataque'. Cayó herido de gravedad, pero se recuperó y recibió la Cruz de Hierro de 2ª Clase. No fue su única distinción, pues en enero de 1915 obtuvo la de 1ª Clase al atacar en el bosque de Argonne a una unidad gala que le superaba en número para ganar tiempo y lograr que sus compañeros se retiraran sin ser masacrados.

Cuando el frente italiano se abrió fue trasladado allí junto al Batallón de Montaña de Württemberg, la élite del ejército alemán de la época. A finales de 1917 dirigió varios asaltos exitosos en la zona, aunque el que jamás olvidó se sucedió a partir del día 25. Aquella jornada, la unidad de Rommel recibió órdenes de conquistar las posiciones de la montaña de Matajur (ubicada 150 kilómetros al este de Venecia). La misión fue un éxito. A golpe de sigilo y estrategia, el futuro Zorro del Desierto destruyó las diferentes líneas defensivas enemigas y causó tanto pavor en el comandante contrario que, cuando este le vio llegar, se rindió sin disparar un solo cartucho.

El mariscal Erwin Rommel dirigió las operaciones de las tropas alemanas en el desierto norteafricano. ABC

El resultado: tras 52 horas de combate sin descanso y de escalar 3 kilómetros de pared casi vertical, el oficial capturó a unos 9.000 prisioneros a cambio de 6 muertos y una treintena de heridos. Aquella gesta le valió el mayor honor de la Alemania Imperial. «A la vuelta, el correo nos esperaba y había dos pequeños paquetes en él. Contenían la [medalla] 'Pour la Mérite' para el Major Sprösser y para mí», afirmó.

Aquellas victorias le permitieron, años después, aprovechar los escasos recursos que atesoraba en África y plantar cara a los británicos en el norte de África con un contingente anémico. Aunque también le metieron en la cabeza que podía vencer a cualquier enemigo que se enfrentara a él. Algo imposible en un conflicto en el que los carros de combate empezaban a cobrar importancia.

Genio de la aviación

Otro miembro del NSDAP que pudo presumir de haber luchado en la Primera Guerra Mundial fue el comandante en jefe de la 'Luftwaffe', Hermann Göring. Nacido en 1893, superó sus estudios militares y arribó a la contienda de 1914 con grado de segundo teniente. Tras combatir como soldado de infantería en Alsacia, donde obtuvo la Cruz de Hierro de 2ª Clase, decidió unirse a la fuerza aérea.

En principio fue rechazado, pero consiguió hacerse con un puesto de observador y, en la primavera de 1916, obtuvo la formación como piloto de caza. Lo cierto es que, a partir de entonces, se convirtió en un verdadero 'as' de la aviación.

Proceso de Nuremberg. En la imagen, Herman Goering comiendo en un plato de aluminio en el Palacio de Justicia de Nuremberg ABC

En los meses siguientes fue de escuadrón en escuadrón acumulando biplanos destruidos. En el verano de 1918 obtuvo la codiciada orden 'Pour la Mérite' cuando sumaba 21 aparatos derribados. No obstante, el mayor honor que recibió fue el de comandar el ala 'Jagdgeschwader I' después de la muerte del mítico Barón Rojo y de su sucesor. Su llegada no fue bien recibida, pues en la misma había veteranos con hasta una cuarentena de victorias a sus espaldas. Acabó el enfrentamiento con 22 bajas y el rango de capitán. Huelga decir que, años después, se había convertido en un personaje reconocido dentro de Alemania cuya presencia con Hitler le granjeó muchos seguidores al Partido Nazi.

Guerra submarina

La Kriegsmarine, la marina de guerra alemana, también contó con muchos integrantes que habían participado en el gran conflicto iniciado en 1914. Su mayor exponente fue Karl Dönitz, al frente de las fuerzas navales del Tercer Reich desde 1943 y sucesor de Hitler durante algo menos de un mes cuando este se suicidó en 1944. Nacido en 1891, ingresó en la armada con 20 años. Cuando la Primera Guerra Mundial llamó a las puertas de Europa, y hasta 1916, sirvió en el navío 'Breslau'. Según explicó en sus memorias ('Diez años y veinte días') ese período le sirvió para aprender cuáles eran los puntos débiles de los buques de superficie. Y todo, mientras hacía la vida imposible a la flota rusa.

Poco después se introdujo de lleno en el arma submarina como primer oficial y comandante. «Fui un submarinista entusiasta. Formé parte de aquellos marinos desterrados que componían la dotación de un arma solitaria, porque el tripulante ha de arreglárselas por sí mismo y […] llevar a cabo una misión que exige fortaleza y un corazón animoso». Allí aprendió los secretos de la guerra bajo las aguas.

Versado y aguerrido, Dönitz fue capturado por los británicos el 3 de octubre de 1918, cuando se enfrentó con su submarino a uno de los típicos convoys ingleses, formados normalmente por «entre 30 o 50 cargueros» y una barrera de buques escolta. Aquel día descubrió, sin embargo, que la clave de la guerra bajo las aguas era atacar en grupo a estas grandes masas de navíos. Así desarrolló la que, a la postre, fue estrategia de las 'manadas de lobos' en la Segunda Guerra Mundial. Regresó a Alemania en el año 1919, cuando la contienda había tocado a su fin. En Kiel, sus superiores le preguntaron si quería continuar en su puesto o prefería licenciarse. Al fin y al cabo, había pasado por un duro cautiverio. Su respuesta fue irónica: «¿Cree usted que llegaremos pronto a tener otra vez submarinos?».

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