El líder de Falange que exigió a Franco destruir la organización y convocar elecciones: «Ya no tengo fe»

De aquellos polvos los lodos del terror. Al calor de los vientos de cambio, el que fuera presidente de la Junta Política de FET y de las JONS entre 1939 y 1942, Ramón Serrano Suñer, envió una extensísima carta al dictador –recogida por Jesús Palacios en 'Las cartas de Franco'– en la que le solicitaba que licenciara a la Falange de forma definitiva. Su lógica: acercarse a los Aliados y evitar que, llegado el momento, estos exigieran su disolución. Poco caso le hizo su cuñado. En parte, porque la organización vertebraba la ideología del Régimen; en parte también, porque el autor se hallaba en el ostracismo político tras haber salido de forma abrupta del gobierno tres años antes.

Arrancaba abotargado Serrano Suñer. En las líneas iniciales, el antiguo líder de Falange admitía que poca ilusión le quedaba por el régimen de Franco: «Meses antes de cesar te confesé con ingenuidad […] que tenía perdidas mi ilusión y mi fe en nuestra empresa. Desde entonces, física y moralmente maltrecho, hubiera necesitado no ya sólo un completo alejamiento de toda actividad pública, sino incluso por algún tiempo de toda otra privada o profesional para recomponer en parte mi salud destrozada y serenar mi espíritu». Para el 'cuñadísimo', su sustitución por el conde de Jordana, más cercano a los Aliados –curiosa ironía–, había sido un duro mandoble que todavía le escocía. Lo mismo que había sucedido con sus relaciones con el dictador.

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Pintaban bastos, decía el viejo político. Como ejemplo, ponía la victoria en las elecciones inglesas del laborista Clement Attlee sobre el gran triunfador de la Segunda Guerra Mundial, el conservador Winston Churchill. Las corrientes más moderadas se abrían paso, era una realidad. Sobre esa base, Serrano Suñer clamaba por dar un paso adelante en lo que a la dirección del país se refería. «Por eso, la evolución política sigue siendo ahora tan necesaria como antes; meditándola tanto como se quiera, ejecutándola con la necesaria cautela y sin soltar, alegremente, resortes fundamentales para que se produzca y se mantenga el orden», añadía.

Serrano Suñer afirmaba que Falange había hecho su trabajo a principios de los años treinta. Sus ideólogos habían ofrecido «tradición nacional, fe religiosa y cultura espiritualista» en una época –la de la Segunda República– de «revolución marxista» amparada por el gobierno del Frente Popular. Sin embargo, escribía también que el partido fundado por José Antonio Primo de Rivera no había tenido tiempo material de consolidar su revolución debido al estallido de la Guerra Civil. Y también que, tras el Decreto de Unificación de 1937 –en el que el grupo quedó fusionado al carlismo–, sus ideas se habían difuminado.

Después disparaba con bala ya que, en sus palabras, FET y de las JONS se había centrado durante la Segunda Guerra Mundial en mantenerse en el poder fuera al precio que fuera: «La Falange no fue nunca la fuerza básica del Estado. Sólo en tiempo ya lejano luchó por hacerse sitio. Luego no hizo más que cuidarse de su permanencia en el disfrute del Poder de cualquier forma y quedó reducida a ser la etiqueta externa de un régimen políticamente neutral. En política exterior tuvo una clara significación germanófila». Y lo decía sin inquina, ya que él mismo había sido «resueltamente germanófilo» durante su etapa como líder del grupo y ministro de Asuntos Exteriores.

Serrano Suñer decía entender todo aquel proceso: el fascismo era poderoso en su momento, Hitler y Mussolini dominaban Europa... «Si el Eje hubiera triunfado España habría tenido un papel en el mundo gracias a nuestra presencia en el Poder», afirmaba. Y lo mismo le pasaba con los movimientos de la Falange, un grupo que se había visto aupado de la nada hasta la cúspide de la pirámide.

Pero el tiempo había pasado, y la política internacional había cambiado. «Ahora la realidad –bien distinta a la que se nos ofrecía cuando empezamos en Salamanca llenos de pureza ideal nuestra tarea– es que el signo político entonces en auge ha sido destruido con la derrota militar del Eje y que las democracias han quedado triunfantes, si bien amenazadas de otros males», explicaba. Aunque España había estado «obligada a aprovechar la coyuntura internacional», decía, tocaba dar un volantazo para acercarse más y más a los vencedores de la contienda. ¿El problema? Que el golpe de timón no sería honroso para Falange. Y de ahí, la solución:

«La Falange debe ser hoy honrosamente licenciada con la conciencia de haber servido a España en su momento. Si mañana fuera derribada por coacción exterior pesaría sobre ella la vergüenza de haber antepuesto su vanidad al servicio de la Patria. Y, aunque ello fuera obra no de la Falange, sino de 'aquellos jefecillos que piensan que la salud de la comunidad va ligada directamente a su permanencia en el Gobierno', ante la Historia el hecho sería aquél. La Falange en sus mejores días tiene una historia de honor que ha de ser respetada. No se puede ahora inventar una Falange democrática y aliadófila sin faltar a aquel respeto».

Entendía Serra Suñer que la eliminación de la Falange era necesaria para que España se salvase de la invasión Aliada en un futuro cercano. Aunque pedía al dictador que lo hiciera bajo una serie de premisas: «La Falange debe ser relevada con honra y con libertad para justificarse y seguir sirviendo a España. Permitásele, disuelta oficialmente, reponer su primitivo ambiente. Lo que nos quede de autenticidad permanecerá».

Pero no acababa ahí Serrano Suñer. Ni mucho menos. El antiguo político invitaba a Franco a viajar hacia un Gobierno de frente nacional que accediera al poder mediante la victoria en un plebiscito popular que le granjeara el apoyo de la población. Sobre él, estaba convencido, podría reinstaurarse la Monarquía y se podría virar de la «extrema derecha» a la «zona templada de la izquierda». El dictador fue claro y escribió en el margen de la carta, al lado de esta frase, un sencillo 'No'. Por último, el antiguo líder de Falange aconsejaba encumbrar a políticos de la talla de «Ortega y Cambó»; de su mano, creía, la sociedad rojigualda se uniría para acometer las tareas necesarias. El Caudillo, una vez más, fue claro en una nota al pie de la página: «'Je, je, je, je'».

Huelga decir que este mensaje fue obviado. Franco, es innegable, se acercó a los Aliados. Sin embargo, FET y de las JONS no se disolvió hasta 1977, tiempo después de la muerte del dictador y en plena Transición.