Legionarios romanos: ¿cuánto cobraban los soldados más letales de la antigüedad?
La cantidad aumentó a lo largo de los siglos, acorde a la inflación y a los intentos de los emperadores de ganarse a los combatientes
'Recuperatio imperii': la loca estrategia para devolver su grandeza al derrotado Imperio romano
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Iniciar sesiónFue una jornada muy especial, ¡la de la paga! Tanto, como para que un cronista clásico de la talla de Flavio Josefo dejara constancia de ella en sus textos. Corría el 70 d. C. y, en mitad del asedio de Jerusalén, el emperador montó ... una ceremonia con pompa y tambores para entregar la soldada a sus legionarios. «Ordenó a sus oficiales que formasen las tropas y repartiesen el dinero a cada hombre a la vista del enemigo. Las tropas, como era costumbre, sacaron sus armas de donde estaban guardadas y avanzaron vestidas con cota de malla. Nada era más gratificador para los romanos que esta imagen», escribió. Y eso que, aunque cueste creerlo, no cobraban demasiado...
Hacia el salario
La existencia de Roma, sin contar la era de Bizancio, se extendió durante más de un milenio; un larguísimo trayecto vital en el que la remuneración de los legionarios se adaptó a las necesidades económicas del día a día. Durante la era republicana, hasta el siglo V a. C., los ejércitos de la Ciudad Eterna no eran permanentes y los ciudadanos abandonaban sus oficios en los meses más benévolos del año para combatir en guerras cortas y quirúrgicas. La soldada, por tanto, no era una opción. Pero todo cambió tras las luchas contra los etruscos en regiones como Veyes, Capena y Faleria. A partir de entonces, el estancamiento de los conflictos obligó al Senado a compensar con dinero a los voluntarios. Aquel fue uno de los primeros sueldos.
Fue mucho después, en el II a. C., cuando Cayo Mario destrozó esta tendencia. Más recordado por su actividad política como cónsul –cargo que ostentó hasta en siete ocasiones– que por sus éxitos militares, fue el verdadero arquitecto de los ejércitos que, siglos después, dominarían buena parte de Europa. Y todo, gracias a una serie de reformas instauradas a partir del 107 a. C. tales como reformular la estructura de los contingentes o reclutar a las clases más bajas de la sociedad. Además de los mil cambios que propuso, ofreció un salario digno –'stipendium'– y comida a los soldados como forma atraer nuevos combatientes al ejército. El cronista Tácito mantiene que, tras sus revoluciones, un soldado de infantería recibía a diario un tercio de sestercio, los centuriones el doble y la caballería, un sestercio completo.
Saber si este salario era alto es complejo. Fue en el siglo III a. C. cuando Roma acuñó el denario de plata como moneda de uso común para toda Italia. Con todo, la más utilizada entre la población fue el as de cobre; en la práctica, diez de ellos equivalían a un denario. Las fluctuaciones de los precios, sin embargo, hicieron que se alumbrara el sestercio; al cambio, cada uno de ellos representaba un cuarto de denario y dos ases y medio. Valgan como guía las 'Sátiras' de Juvenal para entender el poder adquisitivo de la sociedad romana. Según el poeta, siglos después, en III d. C., una entrada a los baños públicos costaba un dieciseisavo de sestercio.
El escritor Polibio dejó escrito en sus textos los salarios que recibieron los combatientes a lo largo del siglo II a. C. Los caballeros obtenían una soldada más elevada; en parte, por su mejor posición dentro de los ejércitos, pero también para cubrir el coste del forraje de su caballo. Y es que, según explica el historiador militar Adrian Goldsworthy, el estado deducía una parte del dinero entregado para cubrir esos costes. El griego reflejó los gastos en moneda helena: un infante recibía al día dos óbolos, un centurión cuatro óbolos y un caballero un dracma. Según el británico, un dracma equivaldría a un denario. Este dinero no buscaba ser el sustento principal del militar, sino cubrir sus gastos hasta el retorno a la vida civil, en la que, ya sí, viviría de su trabajo.
Dictadura e imperio
Cuando Julio César ascendió al poder, tras la destrucción de la República, dio un impulso a la paga de los legionarios, aunque las cifras varían según los historiadores. En 'Legiones de Roma', el divulgador Stephen Dando-Collins defiende que el dictador dobló los emolumentos anuales de los soldados, que pasaron de ganar 450 a 900 sestercios al año. Los datos son similares a los que ofrece Goldsworthy, quien mantiene que empezaron a cobrar 225 'denarii' de plata anuales. «La tasa impuesta por César se mantuvo hasta el fin del siglo I d. C. Se repartía en tres plazos ('stipendia'), cada uno de ellos, de 75 'denarii'. Probablemente, las fechas eran el 1 de enero, el 1 de mayo y el 1 de septiembre», explica el británico en su obra.
No eran exagerados los sueldos del soldado. De hecho, se les podría calificar de irrisorios al compararse con 100.000 sestercios al año los del 'primus pilus', el centurión de más rango de la legión, o los 400.000 del legado al frente de la misma. Aunque, como bien señala Dando-Collins, la 'Ciudad Eterna' deducía de su salario ciertos gastos a cambio de obtener todo tipo de productos y servicios a un precio más competitivo. «En estos se incluían contribuciones a un fondo funerario para cada soldado. Además, recibían pequeños sobresueldos para adquirir artículos como los clavos de las botas y la sal», sentencia el autor en su obra.
A partir de entonces, y después de la llegada del imperio, los mandamases adaptaron el salario de los legionarios a las fluctuaciones económicas de su era. Domiciano (51-96 d. C.) incrementó la paga hasta los 300 denarios, casi un tercio más que en la era de Julio César y de Augusto, su sucesor. «Lo hizo añadiendo un cuarto estipendia», sostiene el autor británico. Un siglo después, Septimio Severo (145 – 211 d. C.) amplió la paga hasta los 450 'denarii', en este caso, divididos en tres pagas de nuevo. Su hijo, el malogrado Caracalla (145 – 211 d. C.), hizo lo propio y subió los emolumentos de sus hombres nada menos que un cincuenta por ciento. Dión Casio se quejaba por entonces de que esta medida significó un sobrecoste de 280 millones de sestercios en las legiones, lo que le parecía una barbaridad.
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Pero no todo era el sueldo en la vida de un legionario. Además de las deducciones en diferentes materiales (ropa, equipo, tiendas de campaña...), los soldados contaban con otra gran fuente de ingresos: los donativos. «Era la bonificación que cada nuevo emperador solía conceder a las legiones cuando subía al trono», explica Dando-Collins. Lo habitual, sentencia el experto, era recibir 300 sestercios. Además, no era extraño que recibieran bonificaciones más pequeñas en cada aniversario del ascenso del mandamás al trono o cuándo este moría. Las ganancias de los botines de guerra tampoco eran pequeñas. Y para ejemplo, el sitio de Jerusalén del año 70 d. C. Cuando este concluyó, la cantidad de oro que había en la ciudad se redujo a la mitad por culpa del saqueo de los combatientes de la Ciudad Eterna.
Las pagas extra no eran raras y suponían para el combatiente una ayuda económica interesante. Un soldado que luchara con valentía podía ver su paga doblada para el resto de sus días bajo el título de 'duplicarius'. «Los hombres que habían conseguido dichos premios figuraban separados del resto de la tropa en los informes de efectivos que las unidades entregaban a los cuarteles generales: aparecían inmediatamente después de los optios y los centuriones en las listas», sentencia Dando-Collins. Hasta tal punto llegaba su orgullo, que hacían grabar este honor en sus lápidas una vez fallecidos.
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