Josephine y Edward Hopper: cuarenta años de amor marchito y soledad compartida
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Iniciar sesiónJavier Santiso esconde un superpoder envidiable: vislumbra, apunta y abre fuego cuando, cual aparición mariana, las oportunidades se personan ante él. Al otro lado del teléfono, de camino al aeropuerto, el escritor y fundador de la editorial La Cama Sol admite a ABC que ... su última novela no fue premeditada. El alumbramiento de 'Un paso a dos' (AdN) fue fortuito y fugaz. «Quería descentralizar la mirada y escribir sobre alguna vida minúscula, olvidada, que hubiera alrededor de un gran artista. En principio pensé en Lorca, pero sus personas más cercanas eran todo lo contrario», sostiene. Y en esas, allá por 2016, se cruzó en su camino una noticia: el descubrimiento de 24 cuadernos íntimos de Josephine Verstille, pintora y esposa del famoso retratista norteamericano Edward Hopper.
Eros, a veces esquivo, acababa de obrar la magia con su flecha de oro: Santiso quedó prendado de la pareja, y no porque fuera el ideal de 'virtus' conyugal. «Al principio hubo chispa entre ellos, pero terminó por apagarse. Después, hubo un acomodamiento», explica. Acabaron sus días juntos, aunque en una «soledad compartida» que se extendió durante cuarenta años; una en la que había cierto compañerismo y estima, pero no amor verdadero. Y ese sentimiento, en palabras del autor, es el que vertebra su novela: «El tema central del libro es que cada día es una vida y que todo sucede muy rápido. Puedes pasar de puntillas por tu existencia sin darte cuenta». ¿No es un mensaje un poco triste?, preguntamos. «No, es más bien una llamada de atención», sentencia.
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Pero que no se inquieten los amantes de la pintura y de la historia; que el acontecimiento central abrace ese sentimiento no le quita importancia a las desventuras de este atormentado matrimonio. Una relación que, por lo rocambolesca, merecería novela, serie de Netflix y largometraje. Ya puede apuntar Spielberg las palabras de nuestro entrevistado: «Cuando se casaron, en 1924, ella estaba más reconocida en los circuitos artísticos y entre los galeristas de Nueva York. Él era un acuarelista destacado, sí, pero no tan popular». Por entonces Josephine, 'Jo', se mostraba extrovertida y alegre cual «bomba de energía». Edward, por su parte, tenía un carácter sombrío. «Eran asimétricos en todo, hasta en la altura: 1,50 una y 2 metros el otro», completa.
Triste final
El cuento cambió de guion en un resuello. Con el paso de los años, Jo se apagó a nivel artístico, mientras que Edward floreció y amasó unos éxitos envidiables. Los museos empezaron a interesarse por su obra, acuarelas centradas en la soledad de la sociedad estadounidense, y abrieron la cartera para hacerse con sus cuadros. «La pareja vivió una travesía de vida en la que Josephine quedó a un lado, olvidada», sostiene Santiso. Y eso, a pesar de que su estilo era similar al de su esposo. «Tenían el mismo tipo de tonalidad y abordaban una temática parecida. Fue de lo poco en lo que ambos se parecían», añade.
Jo, sabedora de que compartía su día a día con un ínclito pintor, abandonó entonces los pinceles para dedicarse a la carrera de su marido. «Se convirtió en todo: en su marchante, en su agente, en la que le llevaba la contabilidad... Y, por otro lado, también se ocupaba de la cocina y de la casa», añade Santiso. Fue el pilar sobre el que se aupó su esposo; la columna vertebral de su vida y de sus lienzos. «La utilizó como modelo para los personajes femeninos de sus cuadros. Siempre era ella, su rostro, aunque fuera como pelirroja, rubia o morena», completa el autor.
Un paso a dos
- Editorial AdN
Y, a pesar de todo, el amor entre ellos era tan solo un recuerdo estéril. «Estoy convencido: Hopper no pintaba la soledad de las urbes americanas, lo que pintaba era su propia soledad existencial», finaliza.
El final fue igual de áspero. Tras el fallecimiento de su marido en 1967, Jo cedió al Museo Whitney de Arte Estadounidense todas sus obras. «Dentro de la donación incluyó sus propios cuadros. Pensaba que, ya que no habían estado juntos en vida desde la perspectiva de una pareja, podrían estarlo en las paredes de aquel lugar», explica Santiso. Pero la institución, cuenta, no lo entendió de la misma forma: «Cuando, seis meses después, ella murió, se quedaron con los lienzos de Hopper y se deshicieron del resto». El qué sucedió con ellos estremece. «Fue de una crueldad absoluta. Algunas las tiró, otras las donó a varios hospitales psiquiátricos cercanos. Las que no se perdieron, acabaron desparramadas y colgadas en los 'hall' de entrada», finaliza. Ni en la eternidad se encontraron.
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La parte dulce, si la hubiera, es que Jo escondió una pequeña parte de su obra en un sótano, y que esta fue descubierta y expuesta en años posteriores. Un mensaje de optimismo dentro de una existencia solitaria. Aunque Santiso prefiere terminar en positivo: «La novela es un himno a la vida. Vivimos en una sociedad hiperconectada, pero solitaria. Nos olvidamos de nosotros y de los demás mientras corremos de reunión estéril en reunión estéril. Cada día es una vida, y tenemos que recordarlo». Apuntamos la enseñanza.
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