«Isabel II se alza ya en su trono, sola, sin la muerte al lado»: el repentino entierro del 'gentil' Jorge VI
El cadáver del anterior Rey de Inglaterra fue encontrado en su habitación el 6 de febrero de 1952, mientras su hija se encontraba en Kenia. La conmoción fue enorme y dos millones de personas despidieron al Monarca en la calles de Londres
Directo | Última hora sobre la muerte de Isabell II y el relevo en la Corona británica
Isabel II (izquierda), junto a su madre, en el entierro de Jorge VI en 1952
A las 7.30 horas de la madrugada del 6 de febrero de 1952, Jorge VI fue encontrado muerto en su habitación de Sandringham House, la casa de campo a la que se había retirado cuando su salud se deterioró. Su hija, la entonces ... Princesa Isabel, vislumbraba desde hacía tiempo que aquello podía ocurrir, pero cuando le dieron la noticia sufrió igualmente una gran conmoción. Hacía varios años que el Rey de Inglaterra padecía un cáncer de pulmón, pero no se esperaba que falleciera de forma tan prematura, con tan solo 56 años, pero era un fumador empedernido y sufría un gran estrés. La causa oficial fue una trombosis coronaria.
Su heredera e hija, que días después sería proclamada como Isabel II de Inglaterra, y cuyo reinado se ha prolongado durante 70 años, hasta su muerte este martes en la casa de Balmoral, se encontraba en un remoto alojamiento en el bosque de Aberdare, en Kenia, al comienzo de una gira por la Commonwealth junto a su marido, el príncipe Felipe. De hecho, el difunto Rey les había despedido en el aeropuerto pocos días antes de morir. Fue su última aparición pública.
En una imagen bastante poética, Michael Parker, ayudante de Felipe de Edimburgo en aquel momento, contó años después que en el momento exacto del fallecimiento de su padre, la entonces Princesa Isabel se encontraba fotografiando el amanecer y observando como los babuinos jugaban entre los árboles. Incluso añadió que, cuando recibió el telegrama, vieron un águila volando sobre sus cabezas. Otro de los acompañantes en aquel viaje, el cazador británico Jim Corbett, escribió en el libro de visitas del idílico alojamiento de Treetops: «Por primera vez en la historia del mundo, una joven subió a un árbol como princesa y, tras vivir lo que describió como su experiencia más emocionante, bajó del árbol al día siguiente como reina».
El Gobierno británico había enviado un mensaje cifrado al gobernador local, pero no pudieron leerlo. En Gran Bretaña y el mundo entero ya se había difundido un comunicado oficial, por lo que la Isabel, que tenía entonces 25 años, fue la última en enterarse. Su secretario privado, Martin Charteris, estaba cenando cuando fue asaltado por un periodista para que comentara la noticia. Sobresaltado, fue rápidamente a avisar al marido de la Reina, que fue quien informó a su esposa. «Parecía que se le había caído medio mundo encima. Se llevó a su mujer al jardín y caminaron arriba y abajo por el césped mientras él hablaba y hablaba y hablaba con ella», recordó Parker. Sus vidas acababan de cambiar para siempre. Ella tenía 25 años y su hijo, el nuevo Rey Carlos III, tres.
Cortejo fúnebre en el entierro de Jorge VI, el 15 de febrero de 1952
El luto
Sobre la reacción de la Princesa en los siguientes minutos dio buena cuenta Charteris: «Estaba sentada y erguida, aceptando plenamente su destino. Le pregunté qué nombre tomaría: 'El mío, por supuesto', respondió». Y partieron rápidamente hacia el aeropuerto para regresar a casa. La nueva Reina aterrizó en Londres al día siguiente, el 7 de febrero, para encontrar una nación sumida en una profunda depresión, tal y como ocurre hoy tras el anuncio de la muerte de la Reina Isabel II.
Jorge VI era tan querido como lo fue su hija en las siguientes décadas, como demuestra el hecho de los «dos millones de personas» que acompañaron a su féretro por las calles de la capital: «La mañana ha sido espectral y fría. Estaban en el recorrido todos los grises de Inglaterra. Hoy, esta ciudad de diez millones de seres despedía al monarca después de nueve días [el entierro se celebró el 15 de febrero de 1952] de ceremonias y de duelos soterrados. Una parte de la población había acampado desde anoche en las aceras y en los bordes de Hyde Park, con sus mantas y sus termos, para ver pasar luego un cortejo fabuloso de reinas, reyes, príncipes, jefes de Estado y misiones especiales», escribió el corresponsal de ABC, Jacinto Miquelarena.
Contaba este periódico que, en los, en los días previos, más de 300.000 personas desfilaron en el Palacio de Westminster ante el féretro y «120.714 se inclinaron silenciosamente antes él, desde la ocho de la mañana de ayer hasta las seis de la mañana de hoy, en que fueron cerradas las puertas». Durante el recorrido desde Westminster a la estación de Paddington, su féretro fue arrastrado por 150 artilleros navales. Estaba colocado sobre una cureña de cañón e iba envuelto en un estandarte blanco con leones. Siguió al carruaje del fallecido el de Isabel I. La procesión duró más de tres horas y el Big Ben, casi escondido por una espesa niebla, dio 56 campanadas en honor a la edad del monarca tartamudo. Hubo también 56 salvas frente a la Torre de Londres.
Imagen de las 56 salvas que se produjeron frente a la Torre de Londres, en el entierro de Jorge VI
Muerte por el 'shock'
Este periódico dejaba constancia, también, de los incidentes que se produjeron: «La marcha del entierro hasta Hyde Park fue transmitida por televisión y se ha dado el caso de que William Caudle, de 70 años, y su esposa, que contaba con uno menos, fallecieron repentinamente cuando contemplaban el desfile desde la pantalla de un aparato instalado en la casa de unos amigos. Durante el recorrido, las ambulancias tuvieron que atender, además, a cuatrocientos. La mayoría de ellas por desvanecimiento, pero unas diez personas ingresaron en el hospital con brazos rotos en caídas originadas por el arremolinamiento de gente».
Una vez en Paddington, el féretro de Jorge VI realizaba su último viaje en tren hasta Windsor y a la capilla de San Jorge, donde sería enterrado finalmente el cuerpo del «gentil rey», tal y como se le conocía, que se había convertido en monarca a su pesar tras la abdicación de su hermano mayor, Eduardo VIII. «Sus despojos quedaron, por último, bajo la custodia de la Iglesia. La Reina Isabel II se alza ya en su trono, sola, sin la muerte al lado», añadía Miquelarena.
Al día siguiente, la nueva Monarca se dirigió al Consejo de Adhesión en el Palacio de St. James, con el siguiente discurso: «Por la repentina muerte de mi querido padre estoy llamada a asumir los deberes y responsabilidades de la soberanía. Mi corazón está demasiado lleno para decirles hoy algo más que trabajaré siempre, como lo hizo mi padre a lo largo de su reinado, para promover la felicidad y la prosperidad de mis pueblos, extendidos por todo el mundo». Su coronación se produjo 16 meses después, el 2 de junio de 1953.