El imperio oculto de Estados Unidos: los territorios que ni los estadounidenses saben que poseen
A lo largo del siglo XX, el conocido como país más poderoso del mundo se hizo con centenares de estados, islas y atolones en todo el mundo, algunos arrebatados a España, a pesar de que su control desde Washington se haya mantenido en la sombra
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Israel Viana
Madrid
Cuando se le pregunta a un estudiante de Washington, Los Ángeles, Nueva York o Texas qué territorios conforman o han conformado Estados Unidos, la gran mayoría suele responder que los cincuenta estados que se encuentran entre México y Canadá. Eso es todo. Se trata ... de un concepto geográfico muy asentado que, sin embargo, convive con la idea muy extendida en todo el mundo de que dicho país es un «imperio», el cual ejerce el poder económico, militar y cultural en todo el mundo. Pero, ¿qué ocurre con las islas, atolones, archipiélagos y estados que han gobernado, dominado y habitado los estadounidenses allende los mares en los siglos XIX, XX y XXI?
Durante las cuatro décadas que Estados Unidos poseyó Filipinas, desde 1898 hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, su Gobierno ni siquiera las incluía en los mapas. Una característica llamativa de todos los territorios de ultramar que pertenecieron al que dicen es el país más poderoso del mundo es que tampoco se hablaba de ellos, como si desde el Gobierno de Washington quisieran ocultar que su poder se extendía más allá de las fronteras delimitadas por el Atlántico, el Pacífico, México y Canadá. El resto, que ha incluido a lo largo de más de dos siglos millones de kilómetros cuadrados y millones de habitantes, es como si no hubieran existido.
Como explica Daniel Immerwahr en su reciente libro 'Cómo ocultar un imperio: Historia de las colonias de Estados Unidos' (Capitán Swing, 2023): «Así es como la mayoría de gente imagina hoy ese país, tal vez con el añadido de Alaska y Hawai. El politólogo Benedict Anderson lo llamó el 'mapa del logotipo', porque si el país tuviera uno, esa sería su silueta. El inconveniente, sin embargo, es que este no está bien. Su silueta no coincide con las fronteras legales del país».
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El historiador advierte que este mapa no solo ha dejado fuera, hasta hace poco, a Hawai y Alaska, que adquirieron su condición de estado en 1959, sino a otros muchos que ni siquiera los estadounidenses de pie sabían que eran territorios como California u Ohio. Falta también Puerto Rico, que, aunque no es un estado, forma parte del país desde 1899; y Filipinas, omitida durante la primera mitad del siglo XX. «¿Cuándo ha visto usted un mapa de Estados Unidos en el que se incluya a Puerto Rico? ¿Y a Samoa Americana, las Islas Vírgenes, las Marianas del Norte o cualquiera de las pequeñas islas que Estados Unidos se ha anexionado a lo largo de los años?», añade Immerwahr.
Islas y atolones
Lo mismo podríamos decir de otras muchas islas que Estados Unidos posee actualmente en el Pacífico, sin que prácticamente nadie sea consciente en la actualidad. Por ejemplo, las Aleutianas, Baker, Howland, Jarvis, Wake, Guam y Kingman Reef, además de los atolones Johnston y Palmyra, todos con sus propios gobiernos dependientes, en mayor o menor grado, de Washington. Y otras en el Caribe más allá de las citadas, como la isla Navassa, Serranilla, Bajo Nuevo (también conocidas como las islas Petrel) o la más famosa de Cayo Hueso.
Los habitantes de esta especie de «imperio ocultó», como lo califica Immerwahr,ya sea de manera intencionada o por dejadez, nunca han sabido muy bien cómo llamar a sus territorios. A principios del siglo XX, cuando Estados Unidos se hizo con la mayoría de ellos –desde Puerto Rico a Filipinas, pasando por Guam, Samoa Americana, Hawai y Wake–, su estatus estaba claro. Eran, como dijeron sin ningún pudor los presidentes Theodore Roosevelt y Woodrow Wilson, colonias. Sin embargo, aquel espíritu imperialista, como habían sido anteriormente España o Gran Bretaña, no duró mucho. Desde la Casa Blanca, pronto se esforzaron en ocultarlo o redefinirlo.
Al cabo de una o dos décadas, la palabra «colonialismo» se convirtió en un tabú en el país. En 1914, de hcho, cuando comenzaba la Primera Guerra Mundial, un funcionario estadounidense escribió: «No debe usarse la palabra 'colonia' para expresar la relación existente entre nuestro Gobierno y los pueblos que dependen de él». A continuación, sugería el término «territorio», según recoge la historiadora Rebecca Tinio McKenna en su libro 'American Imperial Pastoral: The Architecture of US Colonialism in the Philippines'.
Un país poco uniforme
En estos se debía incluir al casi centenar de islas que, desde 1840 y hasta el ataque de Pearl Harbor en 1941, Estados Unidos se había adueñado en el Caribe y en el océano Pacífico. Es verdad que muchas de aquellas posesiones dispersas, mencionadas antes, cayeron en el olvido, a pesar de que algunas eran de vital importancia. Así ocurría, por ejemplo, con Howland, una isla deshabitada en medio del Pacífico, con una extensión parecida a la de Central Park, que era un punto estratégico para la aviación por su pista de aterrizaj. Los japoneses eran conscientes y no dudaron en bombardearla un día después de atacar Guam, Filipinas y Hawái en la Segunda Guerra Mundial.
«El mapa logotipo deja fuera todo eso, tanto las grandes colonias como las islas del tamaño de un alfiler. Y tiene algo más que conduce al engaño. Da a entender que Estados Unidos es un espacio políticamente uniforme: una unión en la que se integran los estados de forma voluntaria y en pie de igualdad. Pero no es cierto ni nunca lo ha sido. Desde el día en que se ratificó el tratado de independencia de Gran Bretaña hasta hoy, ha sido siempre una colección de estados y territorios. Un país dividido en dos partes, con leyes distintas para cada una de ellas», subraya Immerwahr.
Al Gobierno de Washington nunca pareció importarle que, antes de 1940, en las llamadas colonias estadounidenses dispersas por todo el mundo hubiera casi veinte millones de habitantes. Eso significa que, aunque Estados Unidos tratara de ocultarlo o les prestara mucha menos atención, uno de cada ocho estadounidenses vivían fuera del territorio continental entre México y Canadá, la mayoría de ellos en Filipinas. Y todos ellos formaban lo que algunos llamaron a comienzos del siglo XX el «Gran Estados Unidos».
El orgullo de los británicos y españoles
«Esas pequeñas manchas, como la isla de Howland y otras similares, son los cimientos del poder mundial de Estados Unidos. Cumplen la función de zonas militares de descanso, plataformas de lanzamiento, lugares de almacenamiento, faros y laboratorios. Constituyen lo que yo llamo un 'imperio puntillista'. Hoy, ese imperio se extiende por todo el planeta. Sin embargo, nada de esto (ni las grandes colonias, ni las islas pequeñas, ni las bases militares) ha dejado mucha huella mental en la parte continental del país. Una de las características más peculiares del imperio de Estados Unidos es hasta qué punto se le ha ignorado siempre», explica Immerwahr en su ensayo.
Es curioso porque, mientras Gran Bretaña y España sentían orgullo por su imperio, Estados Unidos tratara de ocultarlo o lo ignorara. La razón, según el historiador, es que este país siempre se ha considerado un Estado-nación y no quería ser otra cosa. Nació con una rebelión antiimperialista y lleva desde entonces luchando contra imperios, desde el Tercer Reich de Hitler y el Imperio japonés en la Segunda Guerra Mundial, hasta el imperio comunista de la Unión Soviética, que creció con decenas de estados satélites en todo el mundo durante la Guerra Fría.
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