La humillante derrota de las legiones en Hispania que cambió el calendario romano
El 23 de agosto del 153 a. C., el caudillo segedano Caro acabó con seis mil soldados del cónsul Quinto Fulvio Nobilior
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Iniciar sesiónSe llamaba Caro de Segeda, y es un gran desconocido a pesar de que causó una derrota tal a las legiones romanas, que estas no quisieron volver a combatir un 23 de agosto. Y no crean que lo de desconocido es una frase hecha, ... pues la Real Academia de la Historia apenas esconde un párrafo sobre su vida. O una línea, más bien: «Fue elegido caudillo al comienzo de la guerra numantina, 154 a. C., por los arévacos, para luchar contra los romanos. Murió luchando contra el ejército del cónsul Q. Fulvio Nobilior». Y hasta ahí. Por fortuna, las fuentes clásicas han sido algo más extensas al hacer referencia a este personaje.
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Su origen hay que buscarlo en el 154 a. C., año en que Segeda, en Zaragoza, fue acusada por el gobernador romano de la Hispania Citerior –una de las provincias en las que estaba dividida la península– de romper los acuerdos de no agresión con la Ciudad Eterna por expandir su muralla unos ocho kilómetros. La medida, según argumentaba el republicano, rompía los acuerdos previos firmados con Sempronio Graco. Pero la urbe, hastiada, hizo caso omiso a las advertencias. Así lo afirma el historiador Apiano en sus escritos:
«Los habitantes de Segeda, con relación de la muralla, replicaron que Graco había prohibido fundar nuevas ciudades, pero no fortificar las ya existentes. Acerca del tributo y de las tropas mercenarias, manifestaron que habían sido eximidos por los propios romanos después de Graco. La realidad era que estaban exentos, pero el senado concede siempre estos privilegios añadiendo que tendrán vigor en tanto lo decidan el senado y el pueblo romano».
Aquellas diferencias le vinieron como anillo al dedo a una Roma ansiosa de batallas para ampliar, todavía más si cabe, su dominio en la zona. En este caso, para dar un castigo ejemplar a los desobedientes hispanos arribó a la demarcación el cónsul Quinto Fulvio Nobilior. Y no lo hizo solo, sino con 30.000 combatientes divididos en cuatro legiones. La llegada de este contingente hizo que los habitantes de Segeda solicitasen asilo en la fortificada Numancia. La urbe del pueblo arévaco, que se había mantenido al margen del enfrentamiento, se convirtió a partir de entonces en uno de los centros neurálgicos de la resistencia contra Roma.
Así lo narran José Manuel Roldán Hervás y Fernando Wulff Alonso en 'Citerior y ulterior: las provincias romanas de Hispania en la era republicana': «La aparición en la región de Segeda del Cónsul Nobilior con el formidable ejército correspondiente a su grado, reforzado todavía por 'auxilia' itálicos e indígenas, obligó a los segedanos, que sin duda no esperaban una reacción tal, y que aún no habían terminado los trabajos de fortificación, a abandonar la ciudad y buscar refugio en la celtiberia interior».
Caro, en acción
Cuenta Apiano que, tras acoger a los ciudadanos de Segeda, los arévacos eligieron como caudillo a «un segedano llamado Caro, que era tenido por hombre belicoso». Los historiadores mencionados, por su parte, sostienen que el general dirigió también los designios de Numancia y que era «un jefe común». Vaya usted a saber lo que pasó en aquella Hispania.
Tres días después de su ascenso a la poltrona, el 23 de agosto del 153 a. C., durante un día señalado para el enemigo (las fiestas en honor de Vulcano), el nuevo jefe se valió de un recurso tan castizo como la guerra de guerrillas para vencer al ejército de Nobilior. Así lo explicó Apiano: «Apostando en una espesura a veinte mil soldados de infantería y cinco mil jinetes, atacó a los romanos mientras pasaban. Aunque el combate resultó incierto durante mucho tiempo, logró dar muerte a seis mil romanos y obtuvo un brillante triunfo. Tan grande fue el desastre que sufrió Roma».
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Pero al bueno de Caro no le duraron demasiado ni el poder, ni el orgullo de la victoria. En palabras del autor clásico, el caudillo cometió el error de lanzarse en una alocada y desordenada persecución para aplastar los restos del ejército romano. El error le costó la vida. «Los jinetes romanos que custodiaban la impedimenta cayeron sobre él y mataron al propio Caro, que destacó por su valor, y a sus acompañantes, en número éstos no inferior a seis mil, hasta que la llegada la noche puso fin a la batalla», añade el autor clásico. En todo caso, a la república le escoció tanto la estratagema del hispano que, «desde aquel tiempo, ningún general romano quiso comenzar un combate voluntariamente en este día».
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