La historia de España que el independentismo no quiere que sepas: «Los Borbones trajeron esplendor a Cataluña»
Pues no, querido lector, el siglo XVIII no fue ni oscuro, ni amargo para el antiguo principado tras la Guerra de Sucesión; más bien supuso un gran crecimiento económico y cultural
Seis expertos contra las tergiversaciones históricas de PSOE y Junts
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Iniciar sesiónLa historia se repite, y no me refiero a aquellos días lejanos de hace tres o cuatro siglos. En tiempos de necesidad política arrecian los relatos exprimidos hasta la última gota; y, en este caso, el zumo proviene de la cansina matraca independentista de que ... la llegada al trono de los Borbones tras la Guerra de Sucesión trajo consigo un período oscuro para la próspera Cataluña. Sí, me refiero al argumento que el PSOE y Junts esgrimieron hace apenas una semana: ese que afirmaba que los Decretos de Nueva Planta habían llevado poco más que el infierno al norte peninsular. Los expertos consultados por ABC son críticos con esta máxima. Algunos, como el historiador Roberto Fernández Díaz, se muestran de hecho asombrados con ella. «Los Borbones trajeron una época de esplendor a la región», explica.
Empieza todo
Antes del análisis, no obstante, toca saber cómo diantres comenzó todo este debate. El origen de los decretos hay que buscarlo en una frase: «Empeora el Rey Católico, me dicen que parece un cadáver». Estas fueron las palabras que el embajador francés en España envió al rey galo, Luis XIV, en el año 1700. Lo que podía haber sido un mensaje sin importancia acabó convirtiéndose en un triste preludio de la guerra que se iba a vivir en nuestro país. Tras la muerte sin descendencia el 1 de noviembre de ese mismo año del monarca Carlos II, de la casa de Austria, se generó un enfrentamiento entre aquellos países que apoyaban los derechos de Felipe V de Borbón al trono –como así declaraba el testamento del fallecido– y los que consideraban que el mejor pretendiente era el Archiduque Carlos de Habsburgo, un candidato seleccionado por la alianza formada por Inglaterra, Holanda y el bando imperial.
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Así comenzó la Guerra de Sucesión en el año 1701, una contienda en la que murió más de un millón de personas y que arrastró a todo tipo de países a un crudo enfrentamiento dentro y fuera de España. No ya solo militar, sino también estructural. Y es que, Carlos creía en el sistema foralista mientras que Felipe V, apoyado por Francia, era partidario del modelo centralista. No en vano afirmaba soñar con «reducir todos mis Reinos de España a la uniformidad de unas mismas leyes, usos y costumbres, y tribunales, gobernándose todos igualmente por las leyes de Castilla, tan loables y plausibles en todo el universo».
España, al igual que había pasado con las potencias internacionales –a favor de uno u otro protagonista– se dividió también en dos a partir de 1704 atendiendo a sus diferentes intereses políticos. Por un lado, junto a Felipe V se posicionaron Castilla y Navarra. Por otro, y en favor del Archiduque, se destacaron principalmente Aragón, Valencia, Mallorca y una parte de Cataluña. Este último territorio, después de que Carlos de Habsburgo posara sus reales en Barcelona el 9 de octubre de 1705 tras arribar con su flota. «Al terminar el año, las provincias de Cataluña y Valencia se hallaban en su mayor parte en manos del ejército de la Alianza de Carlos, y en todas las ciudades catalanas se rendía homenaje al rey Carlos III, que hizo de Barcelona la sede provisional de su gobierno», explica Carmen Sanz Ayán en 'La Guerra de Sucesión española'.
Lo cierto es que aquellos primeros años fueron dulces para Carlos, pero no se extenderían demasiado en el tiempo. Según explica el historiador Enrique Martínez Ruiz en 'La España Moderna', las tropas borbónicas tomaron, tras la victoria militar en Almansa (25 de abril de 1707) Valencia y Aragón. Y otro tanto sucedió en septiembre de 1714 con la derrota de la Ciudad Condal a manos de las tropas felipistas.
Idea centralizadora
La caída de Valencia y Aragón en la primavera de 1707 fue la primera oportunidad, en palabras de Martínez Ruíz, para que «la nueva dinastía acelerara el proceso centralizador» tan ansiado por Felipe V. De esta guisa, el 29 de junio de ese mismo año el monarca dictó el primero de los Decretos de Nueva Planta. Norma «por la que quedaba derogado el ordenamiento foral de Valencia y Aragón, que era sustituido en bloque por la legislación castellana», según determina el experto en su obra. Así pues, ambos territorios perdieron sus fueros, en palabras del experto, «por haber incurrido en rebelión» y con el objetivo de favorecer la unidad de la región.
Otro tanto sucedió en Cataluña tras la caída de Barcelona, acaecida un año después de que se sentaran las bases de la paz a nivel internacional mediante el Tratado de Utrecht de 1713. El decreto, que se firmó el 9 de octubre de 1715 y se promulgó el 16 de enero de 1716, no contó con términos como 'rebelión' y 'conquista' para no herir sensibilidades, como bien explica Martínez en su extensa obra. A su vez, el autor es partidario de que se respetaron las instituciones que funcionaban de forma adecuada, de que «no hubo, en la práctica, una sustitución mecánica del entramado legal tradicional por el modelo institucional castellano» y de que tampoco se dio «una anexión a la Corona de Castilla de los territorios orientales de la monarquía».
El Decreto de Nueva Planta de Cataluña estaba formado por 44 artículos pero, como señala el Ministerio de Defensa en su página web, fue el primero el que destacó sobre el resto:
«Haviendo con la asistencia divina y Justicia de mi causa pacificado enteramente mis Armas ese Principado, toca a mi Soveranía establecer govierno en él, y a mi Paternal Dignidad dar para en adelante las más saludables providencias para que sus moradores vivan con paz, sosiego y abundancia …». Aunque, quizá, la frase que mejor represente las ideas de Felipe V sea la siguiente: «He juzgado conveniente [...] reducir todos mis Reinos de España a la uniformidad de unas mismas leyes, usos y costumbres, y tribunales, gobernándose todos igualmente por las leyes de Castilla».
Muchas guerras
Uno de los expertos que apoya esta idea es el historiador Jordi Canal i Morell. En declaraciones a ABC, el profesor de la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París no niega que los decretos eran, en cierto modo, una reprimenda contra aquellos que le habían plantado cara en el conflicto. «Felipe V consideraba que parte de Cataluña, que no toda, había cometido un delito de lesa majestad, pues le habían dejado de reconocer después de jurarle como monarca en 1705», explica. Con todo, es partidario de que se suele caer en dos errores al hacer referencia a los Decretos de Nueva Planta. «El primero es olvidar que hubo catalanes en ambos bandos», desvela. El segundo, «pensar que, con ellos, no se avanzó hacia un proceso más unitario».
El profesor titular de Historia Política de la Universidad Rey Juan Carlos, Roberto Villa García, subraya también en declaraciones a ABC que «los Decretos de Nueva Planta abolieron gran parte del derecho público y de las instituciones de gobierno del viejo Principado de Cataluña, igual que en los demás reinos de la Corona de Aragón». Con todo, es partidario de que «aceleraron un proceso de unificación del derecho público y las instituciones de gobierno en toda España que venía gestándose desde antes». Lo que tiene claro es que no supusieron, como subraya el relato nacionalista, «la supresión de la 'nación catalana' o de un 'estado catalán' que existiera al margen de España».
Lo que más le escuece es que, a pesar de que el conflicto enfrentó a dos bandos con aliados internacionales –borbónicos y austracistas–, el nacionalismo actual lo ha convertido en una suerte de batalla del independentismo: «Han transformado la Guerra de Sucesión en una guerra de España contra Cataluña en la que esta última perdió, bajo Felipe V, una independencia que ahora tratan de recobrar. Es un relato cuya función es mantener viva una contraposición esencialista y secular entre los nacionalistas y el resto de los españoles, y que sirve para ocultar los hechos históricos que deslegitimarían su proyecto secesionista, entre ellos la decisiva participación de los catalanes en la unificación y consolidación políticas de España, primero como Monarquía y luego como Nación».
Canal, que también ha dejado patentes sus opiniones en las páginas de ABC con una Tercera, afirma en este sentido que el nacionalismo ha usado los Decretos de Nueva Planta como una suerte de diablo con cuernos y rabo: «Es uno de los grandes mitos de este relato, para ellos ahí termina todo. Pero la realidad no va en ese camino. El XVIII fue el gran siglo del crecimiento económico para Cataluña, que le fue muy bien con Felipe V y con la monarquía. También fue tranquilo a nivel político, pues no hubo un ataque permanente a la nacionalidad». Esa piedra angular del relato ruptirista no es, por tanto, más que una falacia.
Crecimiento
Villa insiste a su vez en que «no hubo ostracismo» de los Borbones hacia el territorio. Más bien todo lo contrario. «El siglo XVIII fue, de hecho, uno de los más brillantes de la historia de Cataluña como lo fue de España entera, tanto en el plano político como en el económico. Hasta tal punto, que no hubo entonces ningún movimiento secesionista», sentencia. Otro tanto opina el catedrático en Historia Moderna Roberto Fernández Díaz. Como declaraba el experto hace unos días a ABC, más bien fue una «centuria espléndida, de crecimiento económico y revitalización cultural» impulsada por la nueva monarquía establecida en nuestro país.
Fernández Díaz lo tiene claro: «Es un acuerdo absolutamente generalizado entre los historiadores: las políticas borbónicas impulsaron la región». Acompañadas de «una sociedad local dinámica, emprendedora y capaz de exprimir la nueva situación», la monarquía presentó varias iniciativas revolucionarias. Y nos señala cuatro. La primera, «una unificación del mercado español que permitió la entrada de productos catalanes en todo el territorio» de forma barata y potente. Y, en segundo término, el «proteccionismo industrial que se prolongó durante dos siglos y que posibilitó el desarrollo industrial de una zona» que había quedado maltrecha tras el conflicto.
La tercera, siempre según Fernández Díaz, fue el «libre comercio con América, que permitió, entre 1765 y 1778, que la ya potente economía catalana cobrara todavía más importancia» gracias a la posibilidad de comprar y vender mercancías al otro lado del Atlántico. Casi nada. La última medida es la más desconocida, pero no por ello fue menos destacable: «Se creó una junta de comercio compuesta por la burguesía catalana. Y esta, en la práctica, adquirió cierto mando en la economía local». Sin pelos en la lengua, reitera: «Fue un siglo espléndido para Cataluña en lo económico, en lo social y en lo cultural gracias a la ayuda de las políticas del reformismo ilustrado borbónico».
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