Hechiceros y rituales con sangre humana: el macabro crimen español de 1910 que inspiró la leyenda del 'hombre del saco'
La nueva película de Ángel Gómez Hernández recrea uno de los crímenes más estremecedores de los inicios del siglo XX español
Alberto de Frutos, autor de 'En la escena del crimen. Dos siglos de crónica negra en España', desvela a ABC los pormenores de este asesinato
Pesadilla colectiva con 'El hombre del saco', ficción inspirada en el sangriento crimen de Gádor
Cuatro de los encausados en el crimen de Gádor
El 28 de junio de 1910, cuando ya se había despedido el sol, los guardias civiles del puesto de Gádor recibieron una visita inesperada. Julio Hernández, al que todos conocían como 'el tonto' en Almería, se presentó ante ellos para declarar que había hallado ... el cuerpo sin vida de un pequeño de apenas 7 años en un barranco cercano. Los agentes no podían saberlo, pero acababan de empezar una carrera para desenmascarar al asesino que avivó la leyenda del 'hombre del saco' español. Ese curioso personaje que, estos días, ha revivido gracias a una película con el mismo nombre –'El hombre del saco'– de Ángel Gómez Hernández.
El germen del crimen se había plantado unos meses antes, y de la mano de un tipo tan turbio como Francisco Ortega, de 55 años. «A este personaje le habían diagnosticado una tuberculosis pulmonar. Tenía los días contados y, en su desesperación, se puso en manos de una curandera, Agustina Rodríguez, que al principio le aplicó una serie de remedios caseros», explica a ABC el periodista Alberto de Frutos, autor de 'En la escena del crimen. Dos siglos de crónica negra en España' (Larousse).
Hechizos sangrientos
Los potingues no valieron de nada y solo aumentaron la desesperación del enfermo. ¿Qué diantres podía hacer para escapar de la muerte? «Ante la insistencia y los ruegos de Ortega, la hechicera pasó al plan B: le aconsejó que bebiera la sangre de un niño y que se aplicara sus mantecas sobre el pecho para curarse. Una barbaridad fruto de las supercherías y el oscurantismo de la época», sostiene el periodista. El remedio no le saldría gratis; además de lo que había pagado, le pidió 3.000 reales más.
«El resultado fue un plan de locos que contó con la participación de otro personaje igual de siniestro que la mujer: Francisco Leona, también barbero y curandero», sostiene De Frutos. Este último, todavía hoy, es considerado el verdadero cerebro del plan. Y eso, a pesar de que era miembro de una familia respetable.
Ortega, Rodríguez y Leona necesitaban un brazo ejecutor, y este fue el hijo de la curandera. A Julio Hernández, 'el tonto', le prometieron unas monedas para comprarse una escopeta a cambio de perpetrar el secuestro. Después, seleccionaron a la víctima: el pequeño Bernardo González. «Las crónicas de la época fueron muy minuciosas y nos ponen la piel de gallina. El chiquillo tenía solo 7 años cuando Leona y 'el tonto' lo secuestraron mientras estaba recogiendo unos higos. Luego se lo llevaron en un saco hasta un cortijo deshabitado, donde se reunieron con el enfermo, la curandera, y varios familiares de esta», desvela el autor de 'En la escena del crimen'.
Ahí empezó un ritual estremecedor que recoge la película de Gómez Hernández. «No fue rápido. Primero le colocaron sobre una mesa y le inmovilizaron. Después, le clavaron una navaja en la axila para extraerle la sangre poco a poco», explica De Frutos. A la par, mientras el líquido caía sobre una olla, Ortega daba buena cuenta de él. «Los periódicos confirman que mezcló la sangre con azúcar. Sospecho que para poder bebérsela sin vomitar». Cuando consideraron que la cantidad era la suficiente, devolvieron a Bernardo al saco, se lo llevaron a un barranco cercano y le apalearon hasta acabar con su vida.
Cazados y ajusticiados
Las investigaciones fueron arduas, pero no tardaron en arrojar luz. La primera migaja del camino llevó a la Guardia Civil hasta Leona. 'El tonto' le acusó de haber matado al niño. Ambos fueron arrestados e interrogados. Al final, parte de la verdad salió a la luz.
«Fue el propio Julio el que puso a las autoridades sobre aviso y las llevó a la escena del crimen. Como no era muy espabilado, él mismo acusó a Leona. ¿Por qué? Porque no le había comprado la escopeta que le había prometido. La Guardia Civil detuvo a ambos y no costó demasiado reconstruir el caso. Una vez que concluyó la instrucción, el fiscal de la Audiencia de Almería pidió ocho penas de muerte», sentencia De Frutos.
Con las pruebas en la mano, el tribunal lo tuvo muy fácil. Después de cinco jornadas de un juicio que estremeció a España entera, se dictó sentencia: tres condenas a muerte, las de Ortega, Rodríguez y Hernández. El resto de los participantes fueron liberados. Poco castigo para una sociedad indignada por la muerte de un chiquillo sin pecado. El diario ABC insistió, en sus muchos reportajes sobre el crimen, la profunda herida que había provocado este asesinato:
«La gente, a la salida del juicio, rompe en gritos unánimes de indignación y de protesta. Los guardias tienen que despejar para abrir paso y proteger a los criminales contra las iras de la muchedumbre, mientras suben al coche, que arranca al galope, seguido por más de 2.000 personas que siguen dando voces y gritos pidiendo justicia».
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