Cuando Franco reconoció que reinstauraría la Monarquía al terminar la Guerra Civil, pero «una muy distinta»

En aquel momento ABC era ya un periódico dividido entre la edición madrileña, que había sido incautada por el Gobierno republicano tras el fracaso de la sublevación en el cuartel de la Montaña, y la de Sevilla, que quedó en manos de los franquistas bajo la dirección de Juan Ignacio Luca de Tena, hijo del fundador del diario. Fueron los responsables de esta última quienes aprovecharon para publicar un número extraordinario, el 10.649, en el que incluyeron textos firmados por el general Antonio Aranda, protagonista del sitio de Toledo, y el escritor José María Pemán, entre otros.

Por encima de estos artículos, sin embargo, aquel número incluía uno de los documentos más importantes de la época, la primera entrevista concedida por Franco desde el comienzo de la guerra. En ella no solo analizaba lo que, a su juicio, habían sido los primeros 365 días del conflicto, sino que también anunciaba lo que iban a ser –o pretendía que fueran– los cuarenta años siguientes de la historia de España. «Sería cándido e inútil que yo intentara describir ahora su figura, popularizada en miles de retratos, pero, ¿cómo es el general por dentro? Esa cuestión es mucho más interesante», comenzaba la mencionada «interviú», firmada por el marqués Luca de Tena.

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Sobra decir que no apareció en el ABC republicano, puesto que ambas ediciones eran independientes. De hecho, en algunos momentos de la guerra esta no era más que un cuadernillo de cuatro páginas, sin imágenes, del que apenas se distribuían diez mil ejemplares, mientras que el ABC nacional contaba con más de treinta y con amplias fotografías. De hecho, se imprimieron nada menos que veinticinco mil ejemplares de este número especial, con el objetivo de que fueran repartidos, también, entre los soldados del bando nacional. Estaba claro que en Sevilla se habían quedado con los medios y el dinero de esta cabecera.

La edición llevaba a Franco en la portada con una gran fotografía de rodillas para arriba, en la que miraba con media sonrisa hacia un lado, mientras sujetaba un bastón y unos guantes con las manos entrelazadas a la altura de la cintura. El titular, bien grande y en la parte superior, anunciaba: 'Una hora con el Generalísimo'. Y, en el amplio subtítulo, las principales ideas esbozadas por el futuro Caudillo a modo de esquema:

«El movimiento nacional no es una sublevación militar. Al Ejército no le es lícito sublevarse contra un partido, pero tiene el deber de defender a la patria en peligro de muerte. Madrid es la ciudad sacrificada por los rusos. En Asturias, 30.000 bajas rojas. El futuro Gobierno. El pasado y el futuro español. Justicia social compatible con las posibilidades económicas. Desaparición de la lucha de clases. España y el Vaticano. Ejemplaridad de la aristocracia. Unas fotografías que no son de Guernica...».

Lo más interesante fue, sin duda, cuando Franco analizó la posibilidad de restablecer a la monarquía de los Borbones; una opción que muchos de sus generales defendieron con energía, hasta el punto de enfrentarse con el dictador al finalizar la Guerra Civil. Nombres como Tella, Aranda, Varela, Galarza, Solchaga y Ponte, entre otros, se atrevieron a presionar y trabajar en la sombra para desplazarle del poder, ya que ponían en cuestión su opción del mando único. Querían restablecer a la familia real, ese «modo de gobierno genuinamente español que hizo la grandeza de nuestra patria», tal y como le explicaban al Caudillo en una carta fechada en septiembre de 1943.

Las respuestas de Franco que hacían referencia a esta cuestión en la entrevista de ABC fueron las siguientes:

—Juan Ignacio Luca de Tena: Mi General, sus reiteradas apelaciones al «pasado español», a la España de los Reyes Católicos, a la posibilidad de restaurar en España «el régimen secular que forjó la unidad y la grandeza» han sido apasionadamente comentadas. ¿Me permite preguntarle si encierran una promesa a lo que muchos ansiamos, por creer que de ellos depende la futura tranquilidad y el bienestar de España?

El general hace una pequeña pausa antes de responder. Lo veo meditar sus palabras. Y, al fin, dice:

—Franco: Encierran lo que expresan literalmente. He hablado, en efecto, de una posibilidad. Añadiré que esta posibilidad necesariamente ha de estar sujeta a las circunstancias del momento y del ambiente. Sobre este tema mis preferencias son conocidas desde muy antiguo, pero ahora no cabe pensar más que en terminar la guerra. Luego habrá que liquidarla, después construir un Estado sobre bases firmes... Entretanto, yo no puedo ser un poder interino.

—Juan Ignacio Luca de Tena: Muy interesante, mi general...

—Franco: Si el momento de la Restauración llegara, la nueva Monarquía tendría que ser, desde luego, muy distinta de la que cayó el 14 de abril de 1931. Distinta en el contenido y hasta en la persona que la encarne, aunque nos duela a muchos, pero hay que atenerse a la realidad. Sería, si el momento llega, un nuevo lazo de unión entre el nuevo estilo e ímpetu de las juventudes que están luchando y las glorias tradicionales de España.

—Juan Ignacio Luca de Tena: ¿Es cierto, mi general, que el príncipe don Juan le ha escrito no hace mucho, solicitando venir a luchar al lado de sus compatriotas?

—Franco: Exacto. Don Juan de Borbón, de cuyo talento, discreción y simpatía tengo el más alto concepto, ya intentó aproximarse al frente a primeros de agosto, pero hubo que rogarle que saliera de España por razones fácilmente comprensibles. Posteriormente me ha escrito alegando su carrera de marino, comenzada en España y terminada en Inglaterra. Solicitaba de mí un mando en un barco de guerra, acorde con su graduación, y se comprometía, para evitar posibles conflictos, a no desembarcar nunca ni recibir a bordo ninguna visita. Pero yo no puedo acceder a sus deseos. Mi responsabilidad es muy grande y tengo el deber de no poner en peligro una vida que algún día puede sernos preciosa. Debe tener en cuenta, además, que actualmente hay dos bandos de españoles en guerra, uno de los cuales está influido por tenebrosos poderes internacionales y esclavizado por el látigo de los rusos. Pero ya los echaremos del todo, y cuando en España no queden más que españoles, si alguna vez en la cumbre del Estado vuelve a haber un Rey, tendría que venir con el carácter de pacificador y no debe contarse en el número de los vencedores.

Esta entrevista tuvo lugar tres meses después de que concluyera la batalla de Guadalajara y de que se iniciara la ofensiva del norte con el ataque de los franquistas a la franja del Cantábrico. Pocas semanas antes, los republicanos habían perdido Bilbao sin que el Gobierno del socialista Juan Negrín, instalado en Valencia, hubiera podido hacer nada. El 6 de julio de 1937 Franco había iniciado la batalla de Brunete, mientras Madrid resistía las embestidas de los nacionales. Así andaban las cosas cuando el general gallego planteó en ABC todas estas ideas, que, tras su victoria en 1939, nada tuvieron que ver con las que puso en práctica.

Esa fue la razón de que algunos generales monárquicos plantearan la posibilidad de sublevarse contra el dictador en los primeros años de la posguerra. La política totalitaria que estaba desarrollando no era la que les había prometido. La citada misiva de septiembre de 1943 se presentó como una de las primeras acciones que pusieron a prueba al nuevo régimen. Quienes la suscribían llegaron incluso a formar un comité encabezado por el letrado del Consejo de Estado Eugenio Vegas Latapié, encargado de tantear a todos aquellos militares que suponía que estarían dispuestos a pelear por la restauración del rey. Uno de los principales fue Antonio Aranda, a quien el historiador Paul Preston calificó como «el más enérgico y vocinglero de los conspiradores». Franco tuvo que actuar con la dureza y la urgencia necesarias para neutralizar rápidamente sus intenciones.

El famoso Alfredo Kindelán, pionero y creador de la fuerza aérea española, fue uno de los que tuvo claro que el poder civil y militar acumulado por Franco durante la guerra, en parte con su ayuda, debería haber acabado al terminar esta. Creía que había que dar paso a don Juan de Borbón, pero el dictador ya había dejado claro en la entrevista que, si la monarquía llegaba, debería ser encarnada por otro miembro de la familia real que no fuera él. Sin embargo, no se produjo ni una cosa ni la otra, pues el nuevo jefe de Estado consiguió salirse con la suya actuando con dureza contra todos los integrantes de cada reunión secreta de la que tenía constancia; hubo destierros, degradaciones, encarcelamientos y envíos directos a la reserva, sin importar las hazañas que estos hubieran logrado a su servicio.