La fosa helada de Vilna: la extraña aparición de 3.269 soldados de Napoleón en un pozo de Lituania
La montaña de huesos se descubrió por casualidad durante los trabajos de construcción de una instalación telefónica. Las primeras hipótesis apuntaron a los nazis o los soviéticos
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Madrid
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Iniciar sesiónEn la primavera de 2001, un grupo de obreros que se encontraba trabajando en la instalación de una línea telefónica en un barrio de Vilna, la capital de Lituania, se topó por sorpresa con una montaña de huesos en un pozo de cien metros cuadrados. ... La zona se encontraba cerca de una antigua base militar de la Unión Soviética y se pensaron que los restos pertenecían a las víctimas de las purgas comunistas en la década de 1940 o al exterminio de judíos por parte de los nazis en la Segunda Guerra Mundial.
Era la suposición más lógica, puesto que las fuerzas soviéticas ocuparon Lituania y Vilna en agosto de 1940, en primer lugar, y un año después fue Alemania la que conquistó la capital en una contraofensiva. En aquel momento, la ciudad tenía 200.000 habitantes, de los cuales 55.000 eran judíos. Los nazis decretaron contra ellos una serie de decretos y, al mes siguiente, comenzaron las matanzas por parte de los Einsatzgruppen, los conocidos como los «escuadrones de la muerte». En pocos días mataron a 5.000 en el cercano bosque de Ponary y a otros 3.500 en las calles del casco histórico, muy cerca de donde se encontró la fosa común en 2001.
La sorpresa, sin embargo, fue mucho mayor cuando descubrieron restos de uniformes de otra época. La clavé la dieron los botones de las vestimentas y el calzado, que revelaron que no habían pertenecido a civiles y que las muertes se habían producido casi doscientos años antes. Eran 3.269 soldados de Napoleón que habían pasado por Lituania huyendo de las tropas rusas en la desastrosa retirada de la 'Grande Armée' en diciembre de 1812. «Es un descubrimiento excepcional. Estamos mirando directamente a la historia y es una oportunidad única para saber lo que pasó durante la retirada del gran ejército napoleónico», comentó a los medios en 2002, cuando se confirmó la identificación de los restos, el profesor Oliver Dutour, director de las exhumaciones.
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Este antropólogo de la Universidad de Marsella y su equipo tuvieron que retrasar las excavaciones durante el invierno debido al mismo frío que, dos siglos antes, había acabado con los soldados de Bonaparte en aquella gigantesca invasión de Rusia que supuso la mayor tragedia sufrida por el gigantesco Ejército francés. En la década anterior, Napoleón había protagonizado una serie de deslumbrantes hazañas militares en Italia, Francia y Egipto, se había coronado en Notre Dame y había continuado su asombrosa cadena de victorias en Austerlitz, Jena y Friedland.
La invasión
En el verano de 1812 dominaba todo el continente desde el Atlántico hasta el río Niemen, pero más allá, nada. Se le resistía la vasta región de Rusia, hasta que se sintió preparado para conquistarla y extender su dominio a Asia. Los primeros regimientos de Napoleón cruzaron el mencionado río Niemen, pero el Ejército los formaban 615.000 soldados y tardaron en cruzarlo nada menos que ocho días. Como se pudo comprobar en la exhumación de los restos aparecidos en Vilna, había italianos, polacos, portugueses, bávaros, croatas, dálmatas, daneses, holandeses, napolitanos, alemanes, sajones, suizos… En total, veinte naciones, cada una con su uniforme y sus canciones. Los franceses, de hecho, eran la tercera parte.
«No era solamente un Ejército francés, era europeo, lo que nos da la oportunidad de saber mucho más sobre las condiciones de vida de las clases populares en Europa a comienzos del siglo XIX», aseguró Olivier Dutour en 2002. El análisis de los restos, además, daría información sobre las comidas, las condiciones físicas y las enfermedades sufridas por una fuerza militar como aquella, que no se veía desde los tiempos de Jerjes. Era una enorme ciudad ambulante que consumía alimentos con voracidad y destrozaba todo lo que encontraba a su paso, de la cual los restos de Lituania eran una ínfima parte, a pesar de las grandes dimensiones del pozo.
«Papá, dentro de poco te veré en el café, leyendo con avidez los boletines que contendrán las grandes hazañas de la 'Grande Armée'. Te regocijarás en mis victorias [...]. Entraremos en Rusia y tendremos que pegarnos un poco para abrir paso y continuar tranquilamente», le escribía uno de aquellos soldados desde Plonsk, ciudad al norte de Polonia, en una de las cartas que ABC publicó en marzo de 2023. Se trataba de un oficial desconocido que no sabía que no iba a regresar a casa, como aquellos que cayeron en Vilna. Realmente, si hubiera podido ver el futuro, seguramente habría preferido que lo mataran antes, en vez de sufrir aquella lenta agonía de marchas extenuantes, torturas, hambre, enfermedad y frío extremo.
Muertos de hambre
Sin embargo, la causa exacta de la muerte de los más de tres mil soldados napoleónicos de Vilna no se supo hasta 2015. Dos estudiantes de antropología de la Universidad Central de Florida, Serena Pelier y Samantha Holder, aportaron nuevos datos al estudio de algunos restos óseos dirigido por la bioarqueóloga Tosha Dupras, experta en ciencia forense. Pelier analizó isótopos de oxígeno en busca del origen geográfico de aquellos desdichados y concluyó que ninguno era originario de la actual Lituania. Procedían, seguramente, del centro y oeste de Europa, aunque creen que podrían ir algunos de la Península Ibérica.
A su vez, Holder trató de averiguar qué comían, mediante el estudio de los isótopos de nitrógeno, que aportan datos sobre proteínas, y los de carbono, que revelan información sobre el porcentaje de carbohidratos en la dieta del individuo. Al parecer, se alimentaban de plantas y mijo. No obstante, de la altísima cantidad de isótopos de nitrógeno hallada dedujo que, en realidad, apenas comían: cuando el organismo se ve privado de proteínas, los índices de nitrógeno suben, algo habitual en las personas que sufren de anorexia. Todo apunta, como también se puede comprobar en los testimonio aportados en el reportaje de ABC, que murieron de inanición.
Tras la batalla de Borodino, el Ejército de Bonaparte llegó a Moscú, su objetivo principal, el 14 de septiembre de 1812. «¡Aquí está, por fin! Ya era hora», exclamó el emperador francés. La alegría, sin embargo, le duró poco, al comprobar que nadie salió a recibirle con las llaves de la ciudad. De los 250.000 habitantes, solo quedaban 15.000, principalmente mendigos y delincuentes excarcelados por el zar y armados con pólvora con la que prendieron la práctica totalidad de la capital.
22 grados bajo cero
Sorprendido, Napoleón esperó un mes a ver si el zar se presentaba a negociar su rendición, pero no ocurrió. El 6 de noviembre los termómetros se desplomaron hasta los 22° bajo cero. Aún así, con mucha imprudencia, el emperador decidió iniciar la marcha de regreso, con unos soldados abrigados con unas chaquetas de piel de oveja que iban a resultar insuficientes. Los campesinos rusos, además, recibieron la orden de dar cobijo a los invasores y servirles mucho brandy, para degollarlos cuando se durmieran. Un observador inglés de Kutuzov vio a «sesenta hombres desnudos y moribundos, con los cuellos apoyados en un árbol, a los que los rusos golpeaban con una vara para partirles la cabeza mientras cantaban», escribía en un diario.
Y comenzó el infierno. La lucha por comer y conseguir refugio se convirtió en lo único que importaba. Al anochecer, los de Napoleón destripaban a los caballos muertos para meterse dentro y coger calor. Otros ingerían la sangre coagulada y, tan pronto como fallecía un compañero, le quitaban las botas y el poco alimento que tenía en la mochila. De los 96.000 hombres que sobrevivieron a la batalla de Maloyaroslavets, el 24 de octubre, solo 50.000 entraron en Smolensk nueve días después, y eso que quedaba la mitad del camino.
La temperatura cayó a 30° bajo cero y los mosquetes se pegaban a las manos. El general británico Robert Wilson habló de «miles de fallecidos, moribundos desnudos, caníbales y esqueletos de diez mil caballos cortados en pedazos antes de que murieran». «Al salir de esta ciudad –añadió en otra misiva el capitán Roedor–, una gran multitud de congelados se ha quedado en las calles. Muchos se han acostado para poder congelarse. Uno camina sobre ellos con los sentimientos aletargados». La solidaridad y la disciplina dentro del Ejército desaparecieron precisamente en el camino hacia Vilna. Lo peor es que Bonaparte abandonó a sus soldados en Smorgon para regresar lo antes posible a París.
De los seiscientos mil hombres que cruzaron el Niemen en junio de 1812, solo unas pocas decenas de miles consiguieron salir con vida de Rusia en diciembre. Menos del veinte por ciento. Según otro equipo de investigadores de la Universidad de Vilna, la mayoría de los restos de Vilna pertenecían a hombres, menos una veintena de mujeres muy jóvenes. Hasta el día de hoy sigue siendo la mayor tumba colectiva de tropas napoleónicas encontrada en Europa y se encuentra en las trincheras que estos mismos soldados cavaron alrededor de la ciudad para fortificarla, pensando que así estarían a salvo.
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