¿Desde cuándo existe el toples? La prenda prohibida por el Vaticano que llevó los desnudos a las playas
Veranos de la historia
En 1964, el joven sastre austríaco Rudi Gernreich diseñó un bañador que, por primera vez, dejaba los senos de las mujeres al aire. La prenda, criticada tanto por políticos como por el mundo de la moda, fue la precursora del destape femenino
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Iniciar sesiónLos cuarenta fueron años de incertidumbre en lo que a la moda se refiere. La sociedad venía de una época de recato en la que mostrar en la playa poco más que los brazos y las piernas era de mal gusto. Pero, a pesar de ... todo, hubo pequeños conatos de resistencia como el protagonizado por Louis Réard. En 1946, este diseñador francés rompió moldes al crear uno de los primeros bikinis y contratar a una 'stripper' para popularizar su uso. Le sirvió de poco, pues la prenda no fue bien acogida hasta una década después, pero fue un digno precursor.
Todo cambió con la llegada de los sesenta. En mitad de este remolino de modernidad, arribó a Estados Unidos un treintañero austríaco con ansias de revolucionar el mundo de la moda: Rudi Gernreich. Innovador, este joven sastre creó en 1964 una prenda que abriría camino al toples tal y como hoy lo conocemos: el monokini. Este bañador estaba formado de una pieza inferior con dos tirantes que se cruzaban delante del pecho y que cubría hasta el ombligo. Por primera vez, los pechos quedaban a la vista.
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Aquello supuso una revolución. Tal y como explica a ABC Laura Luceño, profesora y coordinadora del Centro Superior de Diseño de Moda de Madrid, el monokini destapó algo más que los senos femeninos: «Se relaciona con la liberación de la mujer en una época en la que el sexo dejó de ser tabú. Gracias a él, las mujeres abandonaron las viejas barreras mentales y las indumentarias tradicionales. Quitarse el sujetador fue una señal de rebeldía, además de una búsqueda de igualdad».
Para darlo a conocer, el diseñador contó con la colaboración de la modelo Peggy Moffitt. Con ella, intentó que su novedoso diseño se hiciera popular cuanto antes; una tarea que no fue fácil. La promoción fue frustrada por diferentes revistas de moda que se negaron a publicar imágenes en las que se mostrara a modelos con los senos al descubierto. Y, por si fuera poco, se inició una campaña masiva contra el monokini por parte de hombres de estado y diseñadores. La máxima era que no resultaba apropiado para tomar el sol y que era incómodo para nadar en la playa.
Los golpes más sangrantes contra el monokini corrieron a cargo del Vaticano. Desde la ciudad santa se definió esta prenda como «un subproducto» de una «industria erótica que niega la moralidad». Por su parte, el Partido Republicano aprovechó este mensaje para cargar contra sus adversarios políticos, más abiertos a su implantación. El resultado fue un debate furibundo.
El odio hacia esta prenda fue tal que, en algunas regiones de EE.UU., se prohibió a las mujeres enseñar los senos en público bajo pena de multa. Aquella sensación de hacerse con una 'fruta prohibida' hizo que Gernreich vendiera miles de monokinis, aunque fueron muy pocas las compradoras que lo lucieron en público. Se había plantado la semilla, e iba a resultar imposible detener el crecimiento del árbol. Al poco, y según Luceño, este curioso traje de baño entró en el 'pop art' e inspiró varias prendas de calle.
Aunque se desconoce la fecha exacta en la que cruzó el charco, Luceño tiene claro que el monokini supuso un empujón definitivo en la generalización del toples. Cierto es que poco después cayó en desuso, pero, para entonces, su trabajo ya estaba hecho: ser el mascarón de proa del destape femenino.
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