El español desconocido que dibujó las fronteras del sur de EE.UU. luchando contra apaches y comanches
El lejano oeste americano
Dibujó con trazo firme los mapas más relevantes y precisos de la frontera norte en la segunda mitad del siglo XVIII
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Iniciar sesiónNi siquiera quienes dibujan en Norteamérica a los conquistadores como monstruos sangrientos pueden negar lo innegable: ellos fueron los primeros europeos en llegar. Los primeros en avistar el Cañón del Colorado, los primeros en recorrer de punta a punta el continente y quienes prendieron el Lejano Oeste ... tal y como lo conocemos por el cine al introducir el caballo en este territorio tan inhóspito. Una auténtica Terra Incognita a la que contribuyeron a poner en los mapas personajes como Miera y Pacheco, explorador, cartógrafo, ingeniero y pintor de iglesias perdidas de la mano de Dios, a lo largo de los siglos XVII y XVIII.
Hoy, sin embargo, a quien toca poner en el radar es a este cántabro, desconocido en España, cuya vida trata de alumbrar John L. Kessell, profesor emérito de Historia en la Universidad de Nuevo México, y Javier Torre Aguado, catedrático de literatura española en la Universidad de Denver, en su obra 'Forjado en la frontera' (Desperta Ferro Ediciones). El libro explora sus muchas facetas, entre ellas la de artista, militar, comerciante, minero, recaudador de impuesto, ranchero, artesano del metal o alcalde mayor, y sirve, además, para adentrarse en un territorio de frontera que se convirtió en el rico crisol que sería EE.UU.
El humilde labrador de todo un continente
Bernardo de Miera y Pacheco (1713-1785) se describía a sí mismo como un humilde «labrador», pero más bien era un buscavidas, un aventurero que cruzó el charco como quien tira los dados. En 1741 se casó con una joven local en el presidio de Janos y con ella formó una familia. Tras pasar por varias localidades de frontera acosadas por apaches y comanches, entre ellas El Paso del Río del Norte, se asentó en la villa de Santa Fe (Nuevo México), donde ejerció importantes tareas para el gobernador en un momento de gran hostilidad con los indios.
A los asaltos a ranchos y misiones, los españoles respondían con expediciones punitivas igual de violentas. «Durante las décadas en que Miera vivió en la región de la frontera, los asaltos de apaches y comanches a misiones, ranchos y poblaciones hispanas y de indios pueblo eran constantes, y la respuesta eran expediciones punitivas. En esta espiral de violencia, los hombres luchaban y morían, mientras las mujeres y los niños –si no fallecían en las escaramuzas– cambiaban de manos y de bando frecuentemente», explican Kessell y Torre Aguado en una entrevista facilitada a los medios.
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En una de estas aventuras De Miera y Pacheco partió junto al gobernador Marín del Valle a inspeccionar cada rincón del Reino de Nuevo México en un viaje extremo que duró seis meses. El cántabro se dedicó a cartografiar el terreno por donde pisaba y a describir las costumbres de los apaches y comanches contra los que combatían. Paradójicamente, unos mapas confeccionados con el objetivo de defender la frontera norte del imperio español sirvieron, un siglo después, como referente a los pioneros angloamericanos en su expansión hacia el oeste durante el siglo XIX y, asimismo, como guía sobre las distintas tribus.
Un hombre polifacético
De todas las aventuras, la más extraordinaria vivida por Bernardo de Mieray Pacheco fue penetrar en un territorio que ningún europeo había explorado hasta la fecha en la conocida como expedición Domínguez-Escalante, que tuvo lugar en 1776 y cubrió aproximadamente tres mil kilómetros en cuatro meses por los actuales estados de Nuevo México, Colorado, Utah y Arizona. El objetivo de la ruta era conectar Santa Fe (Nuevo México) con Monterrey (California), pero se quedó a medio camino. Los españoles, encabezados por misioneros, tuvieron que contentarse con la avalancha de información valiosísima sobre la región y sus habitantes, lo que para el aventurero cántabro fue más que suficiente.
«Era enérgico, impetuoso y un poco terco, dispuesto siempre a embarcarse en una nueva aventura… incluso cuando, con más de cincuenta años ya, lo que le debía pedir el cuerpo era tumbarse a la fresca en su huerta, y no una cabalgada de miles de kilómetros»
«Bernardo era, principalmente, un hombre polifacético, con múltiples intereses y capacidades, pero era, sobre todo, un superviviente que pasó la vida tratando de prosperar y sacar adelante a su familia en un territorio remoto y hostil. Era, además, enérgico, impetuoso y un poco terco, dispuesto siempre a embarcarse en una nueva aventura… incluso cuando, con más de cincuenta años ya, lo que le debía pedir el cuerpo era tumbarse a la fresca en su huerta, y no una cabalgada de miles de kilómetros», señalan Kessell y Torre Aguado.
En los últimos años de vida, Bernardo sirvió como soldado distinguido en el presidio de Santa Fe, la villa más septentrional del imperio español en América, una zona fronteriza, remota y sometida al acoso constante de los belicosos apaches y comanches. Allí ayudó con sus enormes conocimientos sobre Norteamérica al gobernador Juan Bautista de Anza a poner en cintura a un importante caudillo comanche llamado Cuerno Verde.
Esta campaña terminó en la derrota en 1779 del temido líder de los indios comanches, tras la cual los hispanos pudieron, finalmente, firmar en 1786 un tratado de paz con los comanches del que se beneficiarían todos los grupos que habitaban en la región. Ese fue el mayor éxito militar y diplomático conseguido por España en la frontera en los cien años precedentes. El cántabro murió poco antes de poder ver este tiempo de paz.
El legado que atraviesa los siglos
Tras un intenso trabajo de investigación, John Kessell y Javier Torre han recuperado en 'Forjado en la frontera' una gran cantidad de documentos y mapas repartidos por numerosos archivos y bibliotecas de EE.UU., México, Inglaterra y España sobre el legado histórico y artístico que dejó el explorador. Hoy, sus tallas religiosas adornan iglesias, misiones y colecciones privadas en diferentes lugares de Nuevo México (EE.UU.), como es el caso del retablo de madera de la misión del pueblo indio de Zuñi o el magnífico retablo de piedra que embellece la iglesia de Cristo Rey en Santa Fe. Esta obra, conocida como 'La Castrense', la comenzó a finales de la década de 1750 y fue a la postre su obra más valiosa.
'Forjado en la frontera'
- Ficha: Autores: John Kessell y Javier Torre Aguado. Páginas: 264. Precio: 24,95 euros. Editorial: Desperta Ferro.
Una historia de mestizaje y arte que rompe con las imágenes más tópicas sobre la presencia española en Norteamérica. «La leyenda negra ha congelado en la memoria el icono del cruel conquistador sediento de oro y ha borrado de la historia a los emigrantes españoles de los siglos siguientes y a sus descendientes. Son más de trescientos años de historia española e hispana que marcaron para siempre el Oeste –que entonces se conocía como el Gran Norte–, y le dieron algunas de sus inequívocas señas de identidad: el caballo, el rodeo, el sombrero, los ranchos y haciendas, las acequias, misiones, los presidios, el arte religioso y, sobre todo, ese mestizaje que es característico de América Latina y también de esta parte de EE.UU.», apuntan los autores de 'Forjado en la frontera'.
Si bien los dos accidentes geográficos a los que dio su nombre en la expedición de 1776, el 'Laberinto de Miera' (un cañón estrecho y escarpado) y la 'Laguna de Miera' (un lago hoy seco) no han permanecido en la cartografía actual de la región, sí quedan otros recuerdos suyos vivos en aquellas tierras. Sin ir más lejos, el Capitolio de Denver (Colorado) exhibe una vidriera que celebra la herencia hispana del estado y en la cual destaca la figura prominente Miera. La población hispana le eligió en 1976 como su figura más representante en esta región.
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