Las dudas sobre la carta en la que Franco advertía a la República de su golpe de Estado
El futuro dictador se la envió al presidente Casares Quiroga menos de un mes antes de que Mola y el resto de generales se levantaran contra el poder, aunque los investigadores no se ponen de acuerdo en cuáles eran sus verdaderas intenciones
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Para el historiador británico Paul Preston, la carta que Franco le envió al presidente republicano Santiago Casares Quiroga, el 23 de junio de 1936, era de «una ambigüedad laberíntica». Faltaba menos de un mes para que se iniciara la Guerra Civil, y desde entonces nadie ... se ha puesto de acuerdo sobre cuál era el objetivo real de aquellas palabras. El hispanista Hugh Thomas creía que eran «una declaración del general ante la historia para justificar que había hecho todo lo posible para conseguir la paz, aunque para entonces ya supiera que era demasiado tarde para intentar nada». El escritor y periodista Julio Merino, exdirector del diario Arriba y de El Imparcial, opinaba que la misiva «podría haber evitado un millón de muertos si hubiera sido contestada», mientras que para Íñigo Bolinaga Irasuegui no era más que «una traición sibilina a los conjurados».
Nunca ha habido un consenso total entre los investigadores sobre este escrito en la que el general gallego «anunciaba en un tono críptico y deliberadamente ambiguo que se estaba gestando una conspiración», según explicaba el último historiador citado. Cualquiera de las explicaciones anteriores podría ser válida, o incluso varias de ellas a la vez, pero las preguntas siguen siendo pertinentes.
¿Era en realidad un traidor que quiso, en el último momento, detener la guerra? ¿Se mantuvo fiel a la República hasta unas horas antes del golpe de Estado y por eso envió la misiva? ¿Estaba acercándose, por un lado, a Casares Quiroga y, por el otro, al general Emilio Mola, con el fin de sacar el máximo beneficio personal? ¿Quería avisar del levantamiento y, al mismo tiempo, advertir de que él estaba en el bando contrario?
La misiva, que durante décadas permaneció en el olvido, comenzaba así:
«Respetado ministro: Es tan grave el estado de inquietud que en el ánimo de la oficialidad parecen producir las últimas medidas militares, que contraería una grave responsabilidad y faltaría a la lealtad debida si no le hiciese presente mis impresiones sobre el momento castrense y los peligros que para la disciplina del Ejército tienen la falta de satisfacción y el estado de inquietud moral y material que se percibe, sin palmaria exteriorización, en los cuerpos de oficiales y suboficiales».
Las elecciones de 1936
En aquel momento, el golpe de Estado empezaba a ser evidente. De hecho, varios generales, incluido Franco, ya habían acordado sublevarse a principios de 1936 si el Frente Popular ganaba las elecciones generales de febrero. Y, aunque al final se alzó con la victoria, el plan no siguió adelante. Poco después, el 16 de marzo, durante la sesión de apertura de las Cortes, se produjo en el Congreso un «incidente violento» que reflejó también la división entre los diputados republicanos y los conservadores. Fue un episodio que muchos han interpretado como una nueva señal de que la guerra estallaría pronto. Lo protagonizó un diputado socialista que intentó agredir al presidente de la Cámara Baja, Ramón de Carranza, monárquico convencido, porque este se negó a gritar el habitual «¡Viva la República!».
Ese mismo día, además, el Partido Socialista denunció en el Congreso que el futuro presidente del Gobierno, Francisco Largo Caballero, había sufrido un atentado en su domicilio. «Nuestro camarada fue tiroteado y algunos de los proyectiles entraron en su habitación», detallaba la nota de prensa. Los enfrentamientos se volvieron cada vez más habituales en el campo y en la ciudad, pero lo cierto es que, cuando Franco envió su carta a Casares Quiroga, todavía no se habían producido los dos detonantes finales que hicieron saltar todo por los aires: el asesinato del teniente Castillo por parte de grupos armados de la derecha, el 12 de julio, y el de José Calvo Sotelo por grupos de izquierda, un día después.
Según explica Preston en 'La Guerra Civil española. Reacción, revolución y venganza' (1978), Casares Quiroga fue advertido en varias ocasiones de que la conspiración estaba en marcha, pero no hizo caso. El 15 de junio, una semana antes de que Franco escribiera su misiva, el alcalde de Estella y el gobernador de Navarra llamaron al presidente del Gobierno para informarle de que, en el monasterio de Irache, el general Mola estaba celebrando una reunión secreta con los comandantes de las guarniciones de Pamplona, Logroño, Vitoria y San Sebastián, en la que podrían estar organizando la sublevación. Cuando le pidieron instrucciones, sin embargo, les ordenó «con indignación» que retiraran a los guardias civiles que les vigilaban y zanjó la cuestión: «Mola es un leal republicano que merece el respeto de las autoridades».
La advertencia de Franco
Muchos investigadores creen que, una semana después, Quiroga cometió un grave error al no responder al mensaje de Franco, aunque fuera solo como señal de respeto al general gallego, que ya había mostrado su disgusto, en más de una ocasión, por el trato que recibía el estamento militar por parte de la República. «En la carta se insinuaba que el ejército permanecería leal si se le trataba como era debido, insinuando así que el autor era hostil a la República. Esto implicaba claramente que Franco solo desbarataría el complot si el presidente le asignaba el puesto adecuado», explica Preston, quien define al futuro Caudillo como «un general que ocupaba un puesto de segundón en el escalafón jerárquico de los principales conspiradores».
Años más tarde, los apologistas de Franco hicieron correr ríos de tinta al intentar explicar dicha misiva, que interpretaron como una hábil maniobra para desviar las sospechas de Casares, o bien como un último y magnánimo gesto de paz. Son dos interpretaciones nuevas a una carta cuyo objetivo sigue sin haber sido aclarado del todo.
En cualquier caso, Casares Quiroga no creyó necesario contestarle. Según sostiene Stanley G. Payne en 'La Guerra Civil española' (Rialp, 2014), de haberlo hecho no habría cambiado nada, puesto que el futuro Caudillo solo estaba «practicando el doble juego». Y, además, el Gobierno «había llegado a la conclusión de que un golpe militar era prácticamente inevitable, pero creían que probablemente sería mucho más débil de lo que fue». «En la primavera de 1936, los comunistas, que pronto serían el partido de izquierda que más ganancias obtendría del conflicto, eran también los que más deseaban evitarlo. Desde su punto de vista, el camino era hacer una fuerte purga de los oficiales del ejército», añade el prestigioso hispanista.
Neutralizar el golpe
No cabe duda de que la carta habría brindado a Casares Quiroga una oportunidad de oro para neutralizar a Franco, ya fuera sobornándole o arrestándole, pero el presidente solía hacer gala de cierta despreocupación, lo que le llevó a no hacer ni una cosa ni la otra. Para Preston, «aquel escrito era un ejemplo típico de su 'retranca', esa cautela socarrona y astuta atribuida a los gallegos. Su deseo de colocarse en el bando vencedor, sin correr ningún riesgo importante, parecía descartarlo como posible líder carismático del golpe». En este sentido, tampoco se ha llegado a un acuerdo sobre las razones por las que Mola y los demás conspiradores estaban poco dispuestos a continuar sin él. Quizá se debiera a que su influencia en el cuerpo de oficiales era enorme, por haber sido durante un tiempo director de la Academia Militar de Zaragoza.
«Las recientes disposiciones que reintegran al Ejército a los jefes y oficiales sentenciados en Cataluña, así como los recientes relevos, han despertado la inquietud de la gran mayoría de los militares», advertía Franco a continuación. Después apuntaba a otros episodios que habían alimentado el malestar entre los soldados. «Las noticias de los incidentes de Alcalá de Henares, con sus antecedentes de provocaciones y agresiones por parte de elementos extremistas, concatenados con el cambio de guarniciones, que produce, sin duda, un sentimiento de disgusto, desgraciada y torpemente exteriorizado, en momentos de ofuscación, que interpretado en forma de delito colectivo tuvo gravísimas consecuencias para los jefes y oficiales que en tales hechos participaron, ocasionando dolor y sentimiento en la colectividad militar».
Hugh Thomas, por su parte, describe de la siguiente manera esta misma carta en su libro 'La Guerra Civil española' (Debolsillo, 2006): «Fue un intento de mostrar su preocupación por las divisiones existentes dentro del cuerpo de oficiales, reflejo de una nación dividida. Franco protestaba por las privaciones de mando a militares de derechas. Estos hechos, decía el general, estaban causando tal inquietud que él se sentía obligado a advertir al jefe de Gobierno, que además era ministro de Guerra, acerca de los peligros que suponía 'para la disciplina del ejército'».
Los conspiradores
Payne defiende que fue el ninguneo en la respuesta de Casares Quiroga lo que llevó a Franco a informar a los conspiradores, por primera vez, de que aceptaba participar en el levantamiento. Cree, sin embargo, que las dudas le carcomieron todavía unos días más. Parece ser que el 12 de julio envió un mensaje urgente al general Mola para decirle que aún no había llegado el momento de levantarse y que se retiraba.
Bolinaga Irasuegui, autor de 'Breve historia de la Guerra Civil española' (Nowtilus, 2009), asegura que las dudas de este fueron un auténtico quebradero de cabeza para el resto de los conspiradores, los cuales estaban ya desesperados. «Mola se puso furioso, pero ya no podían echarse atrás, de manera que informó a los conjugadores de que ya no contaba con Franco y que sería el propio Sanjurjo quien se levantaría en Marruecos. Dos días más tarde, sin embargo, el futuro dictador volvió a unirse a la rebelión».
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