Desvelan los diarios secretos de un oficial nazi en Stalingrado: «Detuvimos a los rusos hasta morir de frío»

'Fritz' Roske, al frente del Regimiento de Infantería 194, resistió los envites soviéticos durante ocho meses en el centro de la ciudad. Tras permanecer cautivo y regresar a casa con sus hijos, se suicidó

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Fritz Roske, de trágico final, es uno de los oficiales cuyo testimonio forma 'El faro de Stalingrado' ABC

Iain MacGregor

«Esta fase de la lucha tiene una importancia excepcional para la guerra y para la campaña del Este. El mundo entero mira a las tropas de Stalingrado. Además, la conclusión rápida de la batalla con la llegada al Volga significará también la victoria ... del regimiento. Espero que la unidad combata con valor». Esta pequeña nota la envió un comandante de regimiento alemán del Sexto Ejército; la redactó durante las primeras fases de la batalla de Stalingrado, la ciudad soviética clave para el Camarada Supremo en el sur de Rusia, en septiembre de 1942.

El hombre en cuestión era el teniente coronel Friedrich 'Fritz' Roske, y es una de las voces decisivas y hasta ahora desconocidas de mi nuevo libro; un análisis de los cinco meses que duró la lucha por el corazón de la ciudad desde principios de septiembre de 1942 hasta finales de enero de 1943. 'El faro de Stalingrado' (Ático de los libros) analiza, a través de decenas de testimonios inéditos, la lucha entre dos unidades que se enfrentaron cara cara: la 71.ª División de Infantería alemana, en la que servía Roske, y la 13.ª División de Fusileros de la Guardia, dirigida por el general de división Alexander Rodímtsev.

Frente a frente

Fritz Roske no era un soldado bisoño. Más bien era un veterano que había sobrevivido a la Gran Guerra y que, tras alistarse de nuevo en 1934, fue ascendido a comandante al estallar la IIGM. Después, luchó en Francia en 1940 y lideró un regimiento de infantería durante la invasión de la URSS antes de pasar a la reserva de oficiales. Pero, aburrido de sus obligaciones y deseoso de volver al frente, se presentó voluntario para el mando en la nueva ofensiva en el sur de Rusia. Como las bajas entre los oficiales de primera línea aumentaban, se le asignó el Regimiento de Infantería 194 (R. I. 194) de la 71.ª División de Infantería. Su objetivo: avanzar hacia la ciudad en septiembre de 1942.

El 12, el Sexto Ejército seguía en relativo buen estado, al menos sobre el papel. El general de la unidad, Friedrich Paulus, contaba con 24 divisiones en total, pero su preocupación por los posibles contraataques soviéticos al norte de Stalingrado le obligó a utilizar solo 13 de ellas para atacar la ciudad a lo largo de un frente de 60 kilómetros. Fueron sus 170.000 hombres, 500 tanques y 3.000 piezas de artillería frente a los 90.000 soldados, 120 tanques y 2.000 cañones que componían los 62.º y 64.º Ejércitos soviéticos. Lo que inclinó la balanza a favor de los alemanes fue su poder aéreo: durante gran parte de la batalla, la 'Luftwaffe' dominó los cielos de la ciudad sin oposición.

Rey sin corona

Antes de que Vasili Chuikov pudiera reunir su defensa para bloquear la progresión del Sexto Ejército, el coronel Roske reorganizó lo que quedaba de su regimiento de infantería. El 12 de septiembre, mientras otras unidades alemanas se abrían paso a través de los densos suburbios de la ciudad, ordenó a sus dos batallones reforzados que avanzaran como columnas de choque, apoyados por la artillería móvil y el respaldo aéreo de la 'Luftwaffe', y se abrieran paso hasta el mismo corazón de la ciudad. Su intención era tomar el terraplén del Volga, dividir la defensa soviética en dos y cortar los suministros que llegaban a través del río.

El general Paulus, junto a su Estado Mayor ABC

A pesar de las grandes pérdidas –incluido un desastroso ataque aéreo con fuego amigo que aniquiló a una de sus compañías– se logró lo imposible: los dos batallones de Roske avanzaron hasta el río en pocas horas y capturaron varios edificios clave con vistas al muelle central. El germano quedó admirado por la actuación de sus chicos: «Lograr este éxito a pesar de que nos bombardease nuestro propio bando y de habernos enfrentado a un tenaz enemigo fue una actuación soberbia de ambos batallones. Solo los supervivientes que vivieron semejante tormenta de fuego pueden apreciar lo que hicieron los soldados. Conseguimos evitar el pánico masivo. ¡Fui el rey de Stalingrado!».

Pero, en veinticuatro horas, la unidad de Roske estaba luchando de nuevo por su vida después de que Chuikov ordenara a la división Rodímtsev, formada por 10.000 hombres, que cruzara el Volga para reconquistar el centro de la ciudad. En el último momento, mientras los hombres del alemán intentaban detener su asalto con una lluvia de disparos y ráfagas de mortero, los guardias cruzaron el río en oleadas y oleadas de lanchas blindadas y se abrieron paso a través del terraplén. Empezó la carnicería.

Lucha a muerte

Durante los meses siguientes, los dos bandos se disputaron el corazón de la ciudad en una lucha brutal casa por casa. Unos y otros enviaron refuerzos no acostumbrados al combate urbano, lo que aumentó las pérdidas. Los hombres de Roske estaban en el meollo de la acción, como describió en una carta a su esposa Barbara: «Utilizamos granadas de mano continuamente. Los rusos resistieron otras doce horas después de haber rechazado varios ataques. Tuvimos que lanzar cargas de explosivos de 5 kilos por las ventanas. Era casi imposible proteger a los artilleros que nos reforzaban. No podían seguir el ritmo, no entendían del todo la situación, y era difícil mantener su moral con toda la sangre y la muerte que nos rodeaba».

A finales de septiembre, Chuikov cambió su táctica. En lugar de ataques frontales con tropas en masa, los soviéticos emplearon pequeños equipos de entre cuatro y ocho hombres, cada uno de ellos armado hasta los dientes con granadas, explosivos y lanzallamas. Aquello destrozó la moral de un oficial de la unidad de Roske: «Los rusos se aferraron tenazmente a las ruinas de la ciudad con una obstinación que iba más allá de sus ya impresionantes espíritu de lucha y moral. Lo hicieron con tanta eficacia que apenas pudimos avanzar más».

El faro de Stalingrado

  • Editorial Ático de los libros
  • Páginas 415
  • Precio 25,90

Ni los 20 grados bajo cero diezmaron a los rusos. La lucha era incesante. El 19 de noviembre, nuevos ejércitos soviéticos lanzaron un contraataque masivo contra los debilitados flancos del Eje y, en pocos días, rodearon al Sexto Ejército. En el centro de la ciudad, el regimiento de Roske seguía ocupando los edificios abandonados que habían capturado semanas antes. Y mientras, el oficial escribía a su esposa en Düsseldorf: «Es un infierno. No hay tiempo ni posibilidad de descanso. Durante toda la noche los rusos intentaron rodear nuestras posiciones y tomarlas».

Fue un desastre alemán. Los soviéticos les hicieron retroceder hacia la ciudad mediante continuas ofensivas. El pretendido socorro aéreo que prometió Hitler solo proporcionó un goteo de suministros. Decenas de miles de rezagados, congelados y demacrados, inundaban lo que Hitler acuñó como la 'Fortaleza de Stalingrado'. En sótanos, alcantarillas, edificios en ruinas y agujeros se apiñaban y esperaban el final de la partida. Muchos acudieron a la única división fortificada que aún resistía, la 71.ª. Sin embargo, incluso en tiempos tan desesperados, Roske tenía la intención de cumplir con su deber: «Para nosotros, la prioridad era detener al enemigo durante el mayor tiempo, hasta que muriéramos de hambre, de frío o nos mataran a tiros».

Cautivo

Mientras el Ejército Rojo pulverizaba los focos de resistencia alemanes, Roske quedó al mando tras la muerte de su oficial superior, el general Von Hartmann, a manos de un francotirador soviético. La partida se terminaba. Para colmo, su cuartel general estaba sometido al barrido de las ametralladoras. «Si encontraban un hueco en la defensa, normalmente donde todo el mundo estaba fuera de combate, se precipitaban allí y había que hacerlos retroceder con un contraataque. Nadie dormía por la noche, y durante el día dormían por turnos: una hora para dormir y otra para vigilar», explicaba.

Paulus y Roske establecieron un estrecho vínculo. Justo antes de la rendición final, el 31 de enero, el primero le entregó noticias de casa. La mujer del coronel había dado a luz a su quinto hijo, un varón. El estrés y la fatiga de los meses de lucha, la pérdida de camaradas y la presión de comandar el último reducto... Todo aquello se vio endulzado por unos minutos. «Me aparté de él y entré en el pasillo, oscuro como la boca del lobo, para que no se vieran mis lágrimas de alegría», escribió.

Los soviéticos avanzan entre las ruinas de la ciudad armados con lanzallamas ABC

El fin llegó el 31 de enero: la derrota alemana. Fue Roske el que lideró la reunión con los soviéticos. Aunque existen muchos relatos que describen estos momentos, ninguno contiene los datos que ofrece el oficial. Las líneas finales de su última carta a su esposa resumían su actuación en combate: «La moral de nuestro regimiento es maravillosa. Estamos muy orgullosos de formar parte de esta comunidad de verdaderos hombres en Stalingrado».

El general de división Fritz Roske marchó cautivo, fue juzgado como criminal de guerra por sus captores soviéticos y pasó doce años en diversos campos de Siberia, los Urales y el Cáucaso. Fue uno de los últimos prisioneros de guerra alemanes en regresar a casa, a Düsseldorf, en el verano de 1955. Durante varios años quiso reincorporarse a la vida civil en su ciudad natal, descubrir qué camaradas habían sobrevivido y volver a conocer a su familia. En cualquier caso, después de reunir sus papeles personales, incluyendo un borrador inicial de unas breves memorias, se quitó la vida el día de Navidad de 1956. Dejó tras de sí una esposa y cinco hijos.

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