Los crímenes rusos contra Ucrania en la Primera Guerra Mundial que anticiparon el Holocausto
En 'La Fortaleza' (Desperta Ferro Ediciones), el historiador británico Alexander Watson disecciona cada hora y cada suspiro del asedio de Przemyśl, que de manera inesperada cambió el rumbo de la Gran Guerra

Los grandes emperadores y reyes de Europa entraron en la Primera Guerra Mundial con la idea de cumplir sus sueños de expansión y salieron de ella unos con la mitad de sus imperios en las manos y otros directamente sin nada. La primer pulsión ... del Zar Nicolás II fue invadir Europa central para resucitar la idea de una Gran Rusia que llegara hasta los Cárpatos, un proyecto que a Putin también le provoca mariposas en el estómago, pero cuando sus ejércitos no habían hecho más que arrancar, a la altura de una pequeña ciudad sin trascendencia del Imperio austrohungara habitada por polacos, ucranianos y judíos, cayeron en la cuenta de que iban hacia el desastre.
En 'La Fortaleza' (Desperta Ferro Ediciones), el historiador británico Alexander Watson disecciona cada hora y cada suspiro de un asedio que de manera inesperada cambió el rumbo de la Gran Guerra y, con ello, del siglo XX. Si esta fortaleza no hubiera aguantado tanto la acometida rusa, la Primera Guerra Mundial podría haber terminado en 1915 con Rusia dominando Europa central y oriental. O, lo que es lo mismo, la Revolución rusa nunca habría tenido lugar y los totalitarismos habrían tardado en agitar el continente. Esta heroica resistencia impidió el rápido colapso austrohúngaro, cuyos cimientos colgaban de un hilo, pero no libraron al mundo de otros horrores.
El plan de Conrad von Hötzendorf, jefe del Estado Mayor del Ejército, fue ampliamente superado en el frente oriental por el enemigo ruso numéricamente superior y más experimentado. El austriaco se vio obligado a ordenar la retirada total de sus tropas hacia los ríos Biała y Dunajec a 140 km al oeste de Przemyśl. A la guarnición de esta ciudad le ordenó algo tan sencillo y la vez difícil como que «se mantuviera en pie y... resistiera a toda costa».
Przemyśl, situada en un terreno elevado entre la frontera de la cristiandad occidental y la oriental, era la principal fortaleza oriental del Imperio austrohúngaro. El primer punto a atacar en la frontera y también un importante centro neurálgico para las conexiones ferroviarias de todo el imperio. En el otoño de 1914, el ejército austrohúngaro se refugió allí tras con las tropas del Zar pisándoles los talones. Los soldados derrotados, enfermos y fuera de control se hicieron fuertes en una ciudad amurallada hasta los dientes con varios anillos de fortificaciones.
Todo en contra
La guarnición de Przemyśl estaba conformada por hombres de mediana edad procedentes de casi todos los rincones de Europa, entre ellos austriacos, húngaros, rumanos, checos, italianos, polacos y ucranianos (cientos de estos fueron arrestados y ejecutados ante el temor a que abrieran las puertas desde dentro), como era característico de los ejércitos Habsburgo. Algunos eran soldados veteranos, pero muchísisimos eran reservistas sin experiencia y físicamente «gordos pasados de edad», en palabras de uno de sus oficiales. Como relata Alexander Watson, de estos héroes tan endebles dependía el destino de al menos dos imperios.
Por si tenían pocas cosas en contra, las obsoletas fortificaciones y armamento de Przemyśl colocaba a los rusos a un paso de colapsar en pocas semanas a los austrohúngaros. No había nada en la ciudad que sonara a obstáculo inexpugnable para el eufórico ejército ruso, que sobre el papel era el más poderoso del mundo. Una historia que hoy, con Rusia agotada militarmente en Ucrania contra un enemigo que también parecía indefenso, se antoja demasiado familiar.

El Zar no solo quería aplastar los restos del ejército Habsburgo, sino que Przemyśl formaba parte crucial de sus planes de hacerse con Polonia y los actuales territorios de Ucrania Occidental, poblaciones que consideraba de propiedad rusa. Un dulce a la puerta de un colegio que se reveló, gracias al buen hacer del ejército Habsburgo, mal equipado y con fama de incompetencia, una trampa letal para los rusos durante seis meses de asedio. El famoso general Alekséi Brusílov comprendió la importancia de la ciudad-fortaleza para bloquear el camino a Europa central y ordenó a sus mejores tropas que lanzaran un asalto desde tres direcciones. Las tropas enemigas alcanzaron los muros de la fortaleza, pero no pudieron entrar debido a una resistencia que rozaba lo suicida.
Los rusos lo intentaron primero por las armas, pero frente a su incapacidad de hincarle el diente a la fortaleza recurrieron al hambre como arma para hundir la moral de la población. La guarnición necesitó sacrificar miles de caballos para llevarse algo a la boca, mientras que los 30.000 ciudadanos atrapados en el fuego cruzado debieron consolarse con las migajas. Finalmente, la guinda del desastre llegó a través de bombardeos aéreos, ganándose el cuestionable honor de ser de las primeras ciudades de la historia en sufrir estos ataques.

Con temperaturas de hasta -22°C, el ejército austrohúngaro sufrió cerca de 700.000 bajas intentando socorrer la ciudad
Sin necesidad de hacer nada más, las epidemias de cólera y tifus hicieron el resto en la ciudad. La moral se hundió hasta tal punto que, a principios de marzo, uno de cada ocho miembros de la guarnición estaba hospitalizado y otros tantos habían puesto ya pies en polvorosa. A la vista de que la ciudad podía caer en cualquier momento, Conrad ordenó varias ofensivas a la desesperada a través de los Cárpatos. Con temperaturas de hasta -22°C, el ejército austrohúngaro sufrió cerca de 700.000 bajas intentando socorrer la ciudad. Un sacrificio que no sirvió de nada, al igual la salida heroica y desastrosa de la guarnición en un último vano intento de romper el cerco.
La caída de la fortaleza se produjo, como narra brillantentemente y con gotas de humor Watson en 'La Fortaleza', el 22 de marzo de 1915. Esa madrugada las explosiones sacudieron la ciudad y destruyeron el cinturón de fuertes, los almacenes de pólvora y, en el centro, sus puentes. La guarnición capituló y el ejército ruso tomó posesión de Przemyśl o, más exactamente, de sus humeantes ruinas. Tantos meses de combate, sin embargo, frenaron las ambiciones rusas de colapsar el Imperio austrohúngaro lo bastante rápido como para salvar su propio imperio. La Primera Guerra Mundial fue, a la postre, literalmente la tumba de los Romanov antes que la de los Habsburgo. Przemyśl cambió el curso de la contienda.

Pero más allá de su importancia militar, el calvario de Przemyśl fue un terrible vaticinio de la violencia que estaba por llegar a Europa central y oriental con los totalitarismos de la siguientes décadas. Watson, profesor de Historia en Goldsmiths (University of London) y especialista en los conflictos europeos de comienzos del siglo XX, pone el foco en su ensayo de trescientas páginas en la conexión poco explorada entre el antisemitismo posterior y las limpiezas étnicas y hambrunas que sucedieron alrededor de Przemyśl con Rusia como protagonista.
Mientras asediaban Przemyśl, los rusos pusieron en marcha un plan para acabar con la multiculturalidad del territorio conquistado, despojando a los polacos de sus derechos, eliminando la cultura ucraniana de raíz y convirtiendo todo en una gran estepa de lo que hoy se sigue invocando Gran Rusia. Solo lo puramente ruso podía habitar esta zona. Los judíos, como para otros tiranos posteriores justo en esta misma región, no tenían cabida en los planes del Zar. Más de 100 000 judíos fueron expropiados de sus tierras y expulsados por la fuerza hacia el este. Dentro de la ciudad también se desató el antisemitismo contra los comerciantes judíos acusados de especular con los escasos alimentos.
MÁS INFORMACIÓN
La otra manera de leer 'La Fortaleza' es desde el presente, como una manera de explicar la actual invasión de Ucrania como parte del imperialismo ruso. La guerra de Vladímir Putin no es tanto una herida abierta tras la desintegración de la Unión Soviética como una repetición del intento fallido del Zar Nicolás II en 1914-1915 de reclamar para Rusia todas las tierras habitadas por ucranianos. Así se puede observar en las múltiples similitudes entre el discurso del presidente ruso, donde presenta a los ucranianos y su cultura subordinados a la Gran Rusia, y el de los ya extintos Romanov.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete