El COVID de Atenas: la misteriosa epidemia que hizo que Esparta aplastara a los hoplitas
Durante la Guerra del Peloponeso se desató una rara epidemia que acabó con la vida de unos 100.000 ciudadanos de Atenas
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Fue el COVID de la época, y sacudió la cuna de la cultura europea. La 'Peste de Atenas', conocida también como la 'Peste del Peloponeso' por los más apocalípticos, se debate todavía entre el enigma –¿de dónde diantres provenía?– y la crueldad. No ... en vano se llevó la vida de unas 100.000 personas. Entre ellas se contaron más de cuatro millares de hoplitas y unos tres centenares de jinetes, la élite de los ejércitos de la época; una cifra lo bastante amplia como para dar ventaja a sus enemigos en el campo de batalla. Además, la enfermedad golpeó de tal manera a los ciudadanos que el mismísimo Tucídides, que poca presentación necesita, le dedicó un capítulo en sus crónicas. Casi nada.
Mientras espartanos y atenienses dirimían sus diferencias a base de estrategia y lanzazos en la Guerra del Peloponeso (siglo V a.C.), una epidemia nació en los muros de Atenas. Una enfermedad que, según narra el propio Tucídides en su obra, se originó «en tierras de Etiopía, que están en lo alto de Egipto; y después ascendió de Egipto a Libia; se extendió largamente por las tierras y señorías del rey de Persia; y de allí entró en la ciudad de Atenas». El propio Tucídides afirma en su obra que la epidemia se contagió entre los ciudadanos debido a la falta de espacio en la ciudad. Teoría que, a día de hoy, corrobora el propio Dagnino: «La población de Atenas se había cuadriplicado con los refugiados, muchos de los cuales vivían hacinados en precarias chozas improvisadas».
Duros síntomas
Con todo, los historiadores coinciden en que el mejor testimonio para explicar esta epidemia es el de Tucídides, quien habitó la región por entonces y quien sufrió la enfermedad en su propia piel. El historiador clásico empieza de esta guisa su descripción de la enfermedad, tan destacable que le dedica incluso un capítulo:
«Sobrevino a los atenienses una epidemia muy grande, que primero sufrieron la ciudad de Lemnos y otros muchos lugares. Jamás se vio en parte alguna del mundo tan grande pestilencia, ni que tanta gente matase. Los médicos no acertaban el remedio, porque al principio desconocían la enfermedad, y muchos de ellos morían los primeros al visitar a los enfermos. No aprovechaba el arte humana, ni los votos ni plegarias en los templos, ni adivinaciones, ni otros medios de que usaban, porque en efecto valían muy poco; y vencidos del mal, se dejaban morir».
En palabras de Tucídides, los síntomas de la que actualmente es conocida como la 'Peste del Peloponeso' o 'Peste de Atenas' empezaban con «un fuerte y excesivo dolor de cabeza». Era lo menor de aquella dolencia ya que, a la postre, a los enfermos «los ojos se les ponían colorados e hinchados; la lengua y la garganta sanguinolentas, y el aliento hediondo y difícil de salir, produciendo continuo estornudar». La siguiente fase escalaba todavía más en peligrosidad:
«La voz se enronquecía, y descendiendo el mal al pecho, producía gran tos, que causaba un dolor muy agudo; y cuando la materia venía a las partes del corazón, provocaba un vómito de cólera, que los médicos llamaban apocatarsis, por el cual con un dolor vehemente lanzaban por la boca humores hediondos y amargos; seguía en algunos un sollozo vano, produciéndoles un pasmo que se les pasaba pronto a unos, y a otros les duraba más».
El historiador señala además en 'Historia de la Guerra del Peloponeso' que, a partir de entonces, a los enfermos les empezaban a salir unas pústulas pequeñas y «por dentro sentían un gran ardor» casi imposible de mitigar. «El mayor alivio era meterse en agua fría, de manera que muchos que no tenían guardas, se lanzaban dentro de los pozos, forzados por el calor y la sed», explica. Esta era la etapa clave de la enfermedad, pues era en la que más personas fallecían. «Algunos morían de aquel gran calor, que les abrasaba las entrañas a los siete días, y otros dentro de los nueve conservaban alguna fuerza y vigor. Si pasaban de este término, descendía el mal al vientre, causándoles flujo con dolor continuo, muriendo muchos de extenuación», explicaba el testigo.
Sin remedio
No había remedio para tamaño mal. Tan solo cabía esperar que el cuerpo lo rechazase. Aunque, en palabras de Tucídides, aquellos que no morían podían sufrir otro tipo de consecuencias: «Algunos perdían [los brazos]; otros perdían los ojos, y otros, cuando les dejaba el mal, habían perdido la memoria de todas las cosas, y no conocían a sus deudos ni a sí mismos». Al parecer, la dolencia era tan grave que ni las aves carroñeras se acercaban a los cuerpos sin sepultar ya que, «si algunas los tocaban, morían». La 'Peste del Peloponeso' era, según el mismo historiador clásico, desesperante. No ya porque causara la muerte, sino porque aquellos que la padecían sabían que no había cura para acabar con ella.
«No se hallaba medicina segura, porque lo que aprovechaba a uno, hacía daño a otro. Quedaban los cuerpos muertos enteros, sin que apareciese en ellos diferencia de fuerza ni flaqueza; y no bastaba buena complexión, ni buen régimen para eximirse del mal», destaca en su obra el historiador clásico. Atenas pronto se llenó de cadáveres que se amontonaban en casas, templos, estancias y albergues. Según Tucídides, esto provocó una falta de respeto por la muerte que jamás se había visto en la urbe. Así pues, no era raro ver cómo una familia arrojaba el cuerpo de un fallecido a una pira o un enterramiento ajeno. Algo impensable hasta entonces.
Y, por si todo esto fuera poco, la desesperanza de los ciudadanos les llevó a actuar sin «ninguna vergüenza» y como si el mundo estuviese a punto de acabar. Algo que provocó un caos terrible en la ciudad. «Los pobres que heredaban los bienes de los ricos, no pensaban sino en gastarlos pronto en pasatiempos y deleites, pareciéndoles que no podían hacer cosa mejor, no teniendo esperanza de gozarlos mucho tiempo, antes temiendo perderlos en seguida y con ellos la vida», finaliza Tucídides en su obra. Amén de provocar un desenfreno sexual inigualable.
El ejército, diezmado
La cruel 'Peste del Peloponeso' terminó extendiéndose durante cuatro años y llevándose consigo, según las estimaciones de Diagnino, de unas 100.00 personas. Entre un cuarto y un tercio de la población de la región en la época. Ni siquiera el ejército se vio libre de ella. El contagio masivo entre los hoplitas hay que buscarlo en el año 430. Por entonces, Pericles había decidido usar su potencia naval para atacar por mar Esparta mientras sus tierras eran arrasadas por el enemigo. Aquella feliz idea no le salió demasiado bien ya que, tras ser rechazados, se vieron abocados a regresar a la contagiada ciudad.
«La expedición llegó a la ciudad transcurrida la primera mitad de junio, cuando la peste ya llevaba más de un mes en Atenas», explica el historiador Donald Kagan en su obra 'La Guerra del Peloponeso'. En un intento de que el ejército no se contagiase, Pericles envió a la carrera a sus hombres en una nueva expedición. Un nuevo error.
«En este mismo verano, Hagnón, hijo de Nicias, y Cleopompo, hijo de Clinias, que eran compañeros de Pericles en el mando de la armada, partieron por mar con el mismo ejército que Pericles había llevado y traído, para ir contra los calcídeos, que moran en Tracia, y hallando en el camino la ciudad de Potidea, que aún estaba cercada por los suyos, hicieron llegar a la muralla sus aparatos y la combatieron con todas sus fuerzas para tomarla. Mas todo aquel nuevo socorro y el otro ejército que estaba antes sobre ella no pudieron hacer nada, a causa de la epidemia que se propagó entre ellos, traída por los que vinieron con Hagnón», añade Tucídides.
Cuando Hagnón regresó había perdido 1.050 hoplitas de los 4.000 que habían partido junto a él. Todos ellos, víctimas de la epidemia. Desde entonces los militares se vieron atacados también por la epidemia hasta tal punto que, cuando la peste desapareció en el año 427 a.C., ya habían muerto «más de cuatro millares de hoplitas y trescientos jinetes», en palabras de Kagan.
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