¿Por qué la ciudad de Troya estuvo perdida durante tres mil años?
Esta antigua población situada en la colina de Hisarlik, en Turquía, era descrita por Homero en la 'Ilíada', pero nadie supo donde se encontraba realmente, hasta que el siglo XIX unos cuantos locos aventureros se obsesionaron con encontrarla
El misterio del agujero más profundo de la Tierra que la URSS selló tras un hallazgo inesperado a los 12.000 metros
Madrid
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónHasta la aparición en escena de Heinrich Schliemann a mediados del siglo XIX, ningún investigador o arqueólogo había considerado que la 'Ilíada' de Homero pudiera ser el relato de una historia real. «¡Atrida gloriosísimo, el más codicioso de todos! ¿Cómo pueden darte otra recompensa ... los magnánimos aqueos? No sé que existan en parte algunas cosas de la comunidad, pues las del saqueo de las ciudades están repartidas, y no es conveniente obligar a los hombres a que nuevamente las junten. Entrega ahora esa joven al dios, y los aqueos te pagaremos el triple o el cuádruple, si Zeus nos permite tomar la bien murada ciudad de Troya», replicaba el divino Aquiles en la célebre epopeya griega.
Pero, ¿existía realmente aquella urbe en la que se desarrollo una de las batallas más famosas y representadas de la historia de la humanidad? ¿Existió solo en la imaginación de Homero? La respuesta nunca estuvo clara del todo durante tres mil años, hasta que Schliemann, un lector voraz y apasionado de la arqueología alemán, decidió que existía y sus restos debían estar enterrados en algún lugar.
Cuentan que, cuando tenía siete años, soñó con ella y decidió que iba a dedicar toda su vida a encontrarla. Tal y como aseguraba Fernando Iwasaki en una de sus columnas en ABC, hace dos décadas, «la arqueología contemporánea ya no consiente el romanticismo». Para ilustrar su afirmación, el escritor e historiador peruano afincado en España ponía el ejemplo de Schliemann, que en 1868 «acometió una de las empresas más románticas y soñadoras de la historia».
¿Llegó otro navegante a América ocho años antes que Colón? El misterio sin resolver del mapa de Piri Reis
Israel VianaFue hallado por casualidad en el Palacio de Topkapi en 1929. Estaba oculto en una pared y fue realizado por un cartógrafo otomano a principios del siglo XVI. El Gobierno turco no lo expone al público y ha generado múltiples teorías sobre su significado
Lo cierto es que el interés de este diario por Troya se remonta a la misma fundación de la revista 'Blanco y Negro' en 1891, donde encontramos referencias a esta ciudad. En 1969, el escritor y periodista Andrés Révész recordaba «la pasión con la que Schliemann abordó sus excavaciones en Micenas y Troya. No ha surgido en estos tiempos ningún entusiasta que recuerde al joven alemán de modesta extracción que, ilusionado por la epopeya de Homero, se propuso hacerse rico para poder luego invertir su fortuna en el esfuerzo de encontrar las ruinas de la mítica ciudad-estado».
El padre de Schliemann
En septiembre de 1972, en este diario quisimos conmemorar el centenario del que calificamos como «uno de los descubrimientos más trascendentales de la historia de la arqueología». Y en 1990 dedicamos otro artículo a los cien años de su muerte de Schliemann, que se produjo el 26 de diciembre de 1890, mientras caminaba el día de Navidad por Nápoles y, de repente, cayó desvanecido en medio de la calle. Al recuperar la consciencia, había perdido la facultad de hablar. El médico observó que la infección de oído que le habían diagnosticado había afectado al cerebro, lo que le provocó la muerte 24 horas después.
Si Troya no estuvo perdida más tiempo, se debe precisamente al padre de Schliemann, un humilde y culto pastor protestante que le inculcó el amor por los poemas homéricos. En su autobiografía, el arqueólogo cuenta que, en la Navidad de 1829, este le regaló un volumen de historia universal de Georg Ludwig Jerrers y él quedó impresionado por un grabado de Eneas con su padre Anquises y su hijo Ascanio huyendo del fuego que arrasaba Troya. Si no hubiera sido por este hecho, es probable que la ciudad siguiera aún en paradero desconocido... pero no fue así.
Con 14 años abandonó el colegio por los problemas económicos de su familia y empezó a trabajar como tendero en Neubukow. Después embarcó rumbo a Venezuela y, más tarde, a Ámsterdam, donde estuvo empleado en una oficina comercial. A los 22 años ya dominaba siete idiomas, entre ellos el ruso, que le llevó a ser contratado como representante de la casa Schröder en San Petersburgo y Moscú. Allí abrió su propio negocio de tintes y, más tarde, de reventa de polvo de oro. A los 30 años ya era rico. Se casó, tuvo tres hijos y se divorció para trasladarse a California, donde se hizo banquero. En aquel momento, su fortuna era ya enorme, pero quiso ampliarla, traficando con armas en la guerra de Crimea para financiar su sueño arqueológico.
Las verdades de Homero
Toda su vida estuvo encaminada a demostrar que el relato de Homero no solo era real, sino que su geografía permanecía intacta bajo un pesado manto de tierra. De ahí que, con 36 años, regresara a Rusia y, en el apogeo de sus actividades mercantiles, abandonara el mundo de los negocios para trasladarse a Grecia y embarcarse en la aventura de su vida: descubrir Troya.
Algunos geólogos ya habían realizado importantes descubrimientos arqueológicos que revelaban la existencia de una serie de culturas prehistóricas desconocidas en el Egeo. Ferdinand Fouqué, por ejemplo, había excavado las proximidades del volcán Santorín, que había hecho erupción dos mil años antes de Cristo, y Frederick Calvert había hecho lo propio con Hisarlik.
En 1871, Schliemann recorrió Grecia y Asia Menor, familiarizándose con los lugares conocidos de la geografía incluida en la famosa obra de Homero y con los secretos de la arqueología. Después visitó los grandes museos europeos que albergaban los vestigios de las civilizaciones perdidas. Con todos esos conocimientos escribió 'Ítaca, el Peloponeso y Troya', la obra en la que argumentaba que la ciudad de Príamo se hallaba en Hisarlik y no en Bunarbashi. También que las tumbas de Agamenón –uno de los héroes más distinguidos de la mitología griega, cuyas aventuras se narran en la 'Ilíada'–, y su esposa Clitmenestra no se hallaban fuera de Micenas, como se creía, sino en el interior de la ciudadela.
Pruebas y errores
Siguiendo fielmente lo relatado en la 'Ilíada', Schliemann descartó la supuesta localización de Troya en Bunarbashi, defendida por algunos arqueólogos de la época. Argumentaba que aquel paraje no se correspondía en absoluto con los escenarios del autor y marchó hacia el yacimiento de Hisarlik, a una hora de los Dardanelos. «Después de andar media hora alrededor de aquel gran montículo, no tuve dudas de que Hisarlik era Troya», escribió.
Contrató peones y obreros y, en compañía de su segunda esposa, Sophia Engastromenos, comenzó la excavación. Cuentan que Schliemann siempre estaba a pie de obra supervisando los trabajos, que comenzaron en los niveles más elevados del yacimiento, donde hallaron enseguida los primeros vestigios de unas murallas, así como restos de cerámica y armas. A los tres años de comenzar los trabajos, aportó evidencias de hasta nueve asentamientos diferentes de Hisarlik. Más tarde, en el segundo y tercer nivel descubrió otras murallas y un gran puente levadizo que el fuego no había consumido totalmente el día que, según Homero, Troya fue destruida.
Schliemann estaba absolutamente seguro de que aquella era la ciudad que había desaparecido a manos de Agamenón y cuyo relato se halla en la 'Ilíada'. La confirmación se produjo una mañana de junio de 1873, mientras excavaban las ruinas de lo que creía que era el palacio de Príamo. De repente, vio brillar un objeto de cobre y luego en una oquedad e intuyó la presencia del oro. Él y Sofía guardaron silencio para no levantar sospechas entre los obreros.
El tesoro
Al atardecer regresaron al lugar y desenterraron un enorme tesoro que constaba de cuatro hachas ceremoniales, objetos de cobre, varias copas de plata y dos de oro, una jarra del mismo material y un florero de plata en cuyo interior aparecieron dos diademas, 8.750 anillos, seis pulseras, dos copas, una gran variedad de botones y otros objetos. Todos ellos finamente labrados.
Los envolvieron en paños para esconderlos. Querían enviarlo a Grecia sin que nadie se enterara, porque era, según afirmaban, el tesoro de Príamo, aunque investigaciones posteriores defendieron que las piezas eran anteriores a la fecha que la tradición situaba al mítico Rey de Troya. Sea como fuere, aquel se convirtió en el mayor hallazgo arqueológico del siglo XIX y Schliemann disfrutaba de él, poniendo las diademas de oro en la cabeza de su esposa Sofía. «El adorno usado por Helena de Troya ahora engalana a mi propia esposa», exclamaba loco de alegría. El tesoro fue donado posteriormente a un museo de Berlín. Tras la Segunda Guerra Mundial desapareció y años después, en 1993, reapareció en los almacenes del Museo Pushkin de Moscú, adonde fue llevado en 1945 como botín de guerra por las tropas soviéticas.
Schliemann falleció en 1890, entre la envidia y la indiferencia de la comunidad científica. En la actualidad, sin embargo, muchos le consideran el primer arqueólogo moderno, a pesar de su limitada preparación académica y de sus bruscos métodos de excavación: sus trabajadores, según algunas versiones, utilizaron dinamita y maquinaria pesada, lo que destruyó buena parte de los estratos superiores. Pero las excavaciones posteriores de arqueólogos como Wilhelm Dörpfeld o Carl William Blegen demostraron la existencia de nueve ciudades superpuestas a lo largo de los siglos en el mismo emplazamiento, siendo Troya VII, la principal candidata a ser la legendaria Ilión cantada por Homero.
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para registrados
Iniciar sesiónEsta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete