Hazte premium Hazte premium

Ucrania, condenada al hambre, la muerte y la guerra por ser el «granero histórico de Europa»

A lo largo de los siglos XX y XXI, los campesinos ucranianos han producido más de la mitad del grano que consumía la URSS, en primer lugar, y Europa, después. Pero lo que tendría que haber sido su mayor tesoro se convirtió muchas veces en su peor condena

Campesinos ucranianos en la década de 1930 Vídeo: Von der Layen y Sánchez, preocupados por la hambruna a causa de la guerra (ATLAS)

Israel Viana

Durante décadas fue la URSS la que se aprovechó de la poderosa agricultura ucraniana, que exprimió hasta matar literalmente de hambre a su población. A pesar del sufrimiento ya padecido, la dependencia del viejo continente con respecto al grano y el maíz ucraniano no ha decrecido, hasta el punto de que muchos analistas todavía lo califican como «el granero de Europa». Prueba de ello es que la mitad del maíz y el 30% del trigo que importa la Unión Europea proceden de este país, hasta que la invasión rusa ha puesto en riesgo las cosechas de este año y los siguientes.

Ayer mismo contábamos en ABC cómo la guerra de Ucrania está afectando a la seguridad alimentaria mundial , por la disrupción que ha provocado en el mercado de los cereales y los fertilizantes, sectores fundamentales para la agricultura y la alimentación global. La semiparalización del granero ruso-ucraniano tiene consecuencias no solo para quienes adquirían allí el grano, pues el temor a esa escasez ha llevado a exportadores como India a prohibir las ventas en el exterior. A raíz de ello, la ONU ya ha alertado sobre un nuevo récord mundial de hambre, algo que los ucranianos conocen bien a lo largo del siglo XX, a pesar de (o precisamente como consecuencia de) la riqueza de su agricultura ansiada por todos.

El presidente ruso, Vládimir Putin, lo sabe, de la misma forma que lo sabía Stalin a finales de 1920 y principios de 1930. Y es que en la guerra actual, la infraestructura agraria ucraniana se ha convertido también en objetivo militar. El 21 de marzo, los satélites europeos Sentinel-2 ya registraron más de 20 incendios devorando las fincas que rodeaban una de las carreteras que conducen a Kiev, que se convirtió al comienzos de la invasión en una de las principales arterias usadas para abastecer a las tropas rusas que trataban de tomar la capital.

A finales de ese mismo mes, el Gobierno de Estados Unidos denunció que el Kremlin estaba lanzando ataques dirigidos a depósitos de almacenamiento de grano. Tal y como advirtió entonces un portavoz de la Casa Blanca: «Los daños temerarios de Rusia a estos silos de grano son un ejemplo claro de cómo la guerra de Putin afecta a los civiles en Ucrania y amenaza a la seguridad alimentaria de todo el mundo». El 1 de mayo, el enviado especial de ABC en Kiev hablaba del color ocre que estaban adquiriendo las interminables llanuras de Ucrania por el óxido de los tanques y los vehículos militares destruidos por las bombas.

Minas antipersona

Las cosechas se ven afectadas y la recolección se ha convertido en una cuestión de vida o muerte , ya que bajo los cultivos se esconden minas antipersona, explosivos no detonados y municiones de racimo que pueden amputar una pierna o un brazo. A pesar de las diferencias, esa táctica de desgaste que está desarrollando Putin se parece mucho a la perpetrada por Stalin décadas atrás. Ucrania, una vez más, está siendo víctima de su propia riqueza, y junto a ella, el resto de Europa.

Stalin, en un retrato de 1932 ABC

A Putin le impulsa ganar una guerra que preveía iba a ser mucho más rápida y fácil. Recordemos que la que mantuvo con Georgia en 2008 por razones parecidas duró poco más de una semana, y esta ya va a cumplir tres meses.. La motivación de Stalin, sin embargo, era alimentar a una Unión Soviética que pasaba hambre con lo que producía Ucrania. Un expolio en toda regla que acabó con la vida de siete millones de ucranianos en tan solo dos años, entre 1932 y 1933, bajo la excusa de la colectivización de la agricultura.

Esta última batalla comenzó a finales de 1927, con la llamada ‘Crisis de las cosechas’, que llevó a los campesinos de Ucrania a entregar mucho menos grano al Estado que en anteriores ocasiones. En diciembre, la situación empeoró y la recolección fue mucho peor. Stalin, por supuesto, no iba a permitir que la escasez en el granero ucraniano afectara a la población urbana del resto del país. El paraíso comunista tenía que seguir siendo el paraíso comunista, o por lo menos parecerlo, y eso no era posible si la URSS pasaba hambre.

«Huelga de los kulaks»

En enero de 1928 todo fue a peor. Los campesinos de Ucrania entregaron solo 4,8 millones de toneladas de grano en lugar de los 6,8 del año anterior. Quedarse con parte del grano que recolectaban era la única vía que les quedaba para sobrevivir, aún sabiendo que enfrentarse a Stalin no era lo más prudente. La situación, sin embargo, había llegado a un límite y los agricultores mostraban así su descontento frente al régimen por la bajada de los precios ofrecidos por el Estado y por la desorganización que había en la recolección por parte de los organismos estatales.

Stalin se encargó rápido de lanzar a la opinión pública contra los campesinos ucranianos, culpándolos de la escasez de alimentos en toda la URSS por su egoísmo. Hablaba de la «huelga de los kulaks», como se referían los comunistas a los agricultores de la extinta Rusia zarista de manera despectiva. Y cuando el mensaje caló en la sociedad, tuvo la excusa para recurrir nuevamente a las requisas y a la represión en favor del pueblo. Para amedrentar aún más a la población campesina, el dictador se dirigió en persona a Siberia, y algunos de sus dirigentes hicieron lo propio en las grandes regiones productoras de cereales, como Ucrania.

El 14 de enero,el Politburó dirigió una circular a las autoridades exigiéndoles «detener a los especuladores, a los kulaks y a otros desorganizadores del mercado y de la política de precios». Era imposible parar a Stalin en su lucha por el grano ucraniano. Después envió a destacamentos militantes a los campos para depurar a las autoridades locales, a las que acusaba de colaborar con los «huelguistas», y de paso requisar los excedentes que los agricultores habían ocultado.

La colectivización mortal

«Todas estas medidas rompieron completamente la tregua que desde 1922-1923 se había establecido a regañadientes entre el régimen y el campesinado. Las requisas y las medidas represivas no tuvieron otro efecto que agravar la crisis. Por la fuerza, las autoridades obtuvieron una cosecha apenas inferior a la de 1927; pero al año siguiente, los campesinos reaccionaron disminuyendo sus superficies sembradas», se contaba en ‘El libro negro del comunismo: crímenes, terror, represión’ (Robert Laffont, 1997), el famoso libro de denuncia escrito por prestigiosos historiadores de todo el mundo y dirigido por Stéphane Courtois.

La siguiente medida fue la que abrió las puertas del infierno para Ucrania. El dictador consideró que, para fortalecer el socialismo en los campos, había que colectivizar la agricultura con el objetivo de controlar directamente toda la producción agrícola y a los productores, sin tener que depender de las leyes del mercado. Fue esta política la que Nikita Kruschev criticó con tibieza cuando asumió el cargo de presidente de la URSS , al morir Stalin, y con mucho más dureza cuando lo abandonó y publicó sus memorias en 1970 .

En ella, el exdirigente reconoció : «La colectivización había comenzado el año anterior a mi salida de Ucrania, pero hasta un año después de que empezase a trabajar en Moscú no se despertaron mis sospechas sobre sus verdaderos efectos en la población rural. Y hasta muchos años más tarde no me di cuenta del grado de hambre y represión que acompañaron a esta política puesta en marcha bajo Stalin. La colectivización que ideó no nos trajo más que miseria y brutalidad».

El 90% de las tierras, colectivizadas

En 1929, Kruschev tenía 35 años y fue relevado de sus funciones en el Parlamento de Ucrania para ser enviado a la Academia Industrial ‘Stalin’, aunque le dio tiempo a vivir en aquel país escenas que no olvidaría jamás y de las que no se sentía en absoluto responsable, aunque no hubiera hecho nada por evitarlas. En los primeros tres meses de este proceso, el número de propiedades campesinas incorporadas a las granjas colectivas pasó de cuatro millones a 14. A principios de la década de 1930, más del 90% de las tierras agrícolas ya estaban colectivizadas, tras convertir los hogares rurales en granjas comunales con sus huertos, ganado y otros bienes.

Durante su etapa ucraniana, Kruschev fue enviado a una de aquellas granjas para entregar y que los campesinos compraran herramientas de trabajo. «Solo pasamos unos días, pero las condiciones de vida allí eran horribles. Los trabajadores se estaban muriendo de hambre. Convocamos una reunión para entregarles el dinero y, cuando les dijimos que debían utilizarlo para adquirir equipos, nos contestaron que no les interesaba, que lo que querían era pan. Nos suplicaron que les diéramos alimentos», recordaba.

Al periodo que le siguió se le conoce como ‘Holodomor’ , que no significa otra cosa que «Matar de hambre». En esta se produjeron escenas tan surrealistas como el discurso en el que Stalin echó la culpa de los excesos de la colectivización a los miembros de los partidos locales, en vez de a él mismo. O cuando envió a una parte del Ejército a recoger la cosecha de remolacha en Krasnodar, después de que hubiera enviado a toda su población a un campo de concentración en Siberia por protestar. «Naturalmente, la cosecha se perdió. Inmediatamente se corrió la voz de que el hambre había estallado en Ucrania. No podía creerlo. Yo había abandonado ese país en 1929, cuando los alimentos eran abundantes y baratos», advertía Kruschev.

«Lo estaba despedazando»

A continuación relataba un episodio dantesco sobre lo acontecido en Ucrania: «Empecé a recibir informes oficiales relativos a las muertes por inanición. Luego, comenzó el canibalismo. Una cabeza humana y dos pies se habían encontrado debajo de un pequeño puente. Al parecer, el cuerpo había sido devorado. Kirichenko me comunicó que había ido a una granja colectiva y describió la siguiente escena: “La mujer tenía el cuerpo de su propio hijo sobre una mesa y lo estaba despedazando. Mientras lo hacía, charlaba sin cesar: ‘Ya nos hemos comido a Manechka, ahora salaremos a Vanechka. Esto nos mantendrá durante algún tiempo’”. ¿Puedes imaginártelo? ¡Esta mujer se ha vuelto loca por el hambre y había descuartizado a sus propios hijos!”».

Desesperados, un grupo de campesinos ucranianos escribió la siguiente carta de socorro al Kremlin: «Honorable camarada Stalin, ¿hay alguna ley del Gobierno soviético que establezca que los aldeanos deban pasar hambre? ¿Por qué nosotros, los trabajadores de las granjas colectivas, no hemos tenido una rebanada de pan en nuestra granja desde el 1 de enero? ¿Cómo vamos a construir la economía del pueblo socialista si estamos condenados a morir de hambre?».

Nunca fue contestada.

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación