Tres olvidados héroes peninsulares que desangraron a las legiones romanas en Hispania
Caro, Indíbil, Púnico...Se cuentan por decenas los generales de la Península Ibérica que, a pesar de ser citados poco en las fuentes clásicas, plantaron cara a la poderosa república
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Iniciar sesiónEn los libros truenan todavía las gestas de Viriato y periodos históricos como el de Trajano , uno de los emperadores de origen hispano de la Ciudad Eterna. Personajes lo bastante determinantes en la historia de Roma como para que los Plutarco o ... Apiano de Alejandría de rigor les dedicaran torrentes de tinta en sus, ya de por sí, extensos escritos. Sin embargo, no ha ocurrido lo mismo con una amplia lista de caudillos celtíberos y lusitanos que, a pesar de haber dado sonoros reveses a las legiones de la república en las campiñas y montañas ibéricas, apenas obtuvieron como recompensa uno o dos párrafos en los ensayos clásicos.
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Estos héroes apartados se cuentan por docenas. Desde Indíbil , rey de los ilergetes y contrario a hincar la rodilla frente a los hermanos Escipión , hasta Caro , un arévaco que «dio muerte a seis mil romanos y obtuvo un brillante triunfo». Todos ellos se han visto obligados a hacerse a un lado en las escuelas actuales para dejar paso a otros grandes eventos como el último tramo de la contienda numantina contra Escipión Emiliano . Suceso clave en nuestro pasado, eso es innegable, pero que ha ensombrecido también gestas heroicas como la defensa de Astapa o la toma de la, cada vez más reconocida, Intercatia .
Indíbil y las raras alianzas
Vamos allá… Nuestra primera parada nos lleva al siglo III a.C., época en la que, según afirma el historiador José María Blázquez en un artículo elaborado para la Real Academia de la Historia, fue alumbrado Indíbil . Poca información queda de su juventud más allá de que fue caudillo de los ilergetes , un pueblo afincado a orillas del Ebro. Las fuentes clásicas le mencionan por vez primera en el año 218 a.C., durante la Segunda Guerra Púnica que Roma y Cartago libraron, en parte, en la Península Ibérica. Todo indica que apoyó en principio al bando africano en la creencia de que era imposible que la urbs posicionase un ejército de envergadura en Hispania.
Calculó mal y, ese mismo año, fue derrotado en Cissa por el genio militar Cneo Cornelio Escipión . Su historia es controvertida. Aguerrido, Polibio afirma que siempre fue leal a Cartago, aunque la realidad es que se alió de forma intermitente con Roma. Unas veces por obligación (tras ser vencido en el campo de batalla) y otras por el maltrato recibido por parte de los africanos. En todo caso, sus máximas siempre fueron dos: la defensa del territorio ilergete y, en último término, la expansión de sus dominios a costa de cualquiera .
Según desvela Apiano en su «Historia de Roma sobre Iberia» , uno de sus mejores combates contra la urbs se convirtió también en una de sus grandes derrotas:
«Indíbil, uno de los reyes que había llegado a un acuerdo con él, realizó una incursión en una parte del territorio sometido a Escipión mientras estaba amotinado el ejército romano. Y cuando Escipión marchó contra él, sostuvo el combate con bravura y mató a mil doscientos romanos, pero al haber perdido a veinte mil de los suyos, se vio obligado a pedir la paz. Y Escipión le puso una multa y llegó a un acuerdo con él».
Después del revés, tanto Indíbil como el caudillo íbero Mandonio, otro héroe desconocido que combatió a Roma en la misma época, mantuvieron las espadas en sus respectivas vainas. Sin embargo, la marcha de Hispania del hermano de Cneo, Publio Cornelio Escipión , dio alas al ilergete para sublevarse, por enésima vez, contra Roma en el 205 a.C. Aquella fue la última vez que plantó cara a las legiones de la república y a sus aliados, como bien explica el propio Apiano en la misma obra:
«Entretanto, Indíbil, una vez que Escipión había partido, se sublevó de nuevo. Los generales de Iberia lo mataron tras reunir todo el ejército que tenían en las guarniciones y otras fuerzas procedentes de los pueblos sometidos. A los culpables de la sublevación, después de hacerles comparecer en un juicio, les condenaron a muerte y confiscaron sus propiedades. A los pueblos que participaron con él en el levantamiento les impusieron una multa, los despojaron de sus armas, les exigieron rehenes y les impusieron guarniciones más fuertes».
Caro, pesadilla de Nobilior
Más desconocido si cabe fue Caro, para el que la Real Academia de la Historia apenas guarda un párrafo. Su origen hay que buscarlo en el 154 a.C., año en que Segeda (en Zaragoza) fue acusada por el gobernador romano de la Hispania Citerior –una de las provincias en las que estaba dividida la península– de romper los acuerdos de no agresión con la Ciudad Eterna por expandir su muralla unos ocho kilómetros. La medida, según argumentaba el republicano, rompía los acuerdos previos firmados con Sempronio Graco . Segeda, hastiada, hizo caso omiso a las advertencias. Así lo afirma, una vez más, Apiano en su obra:
«Los habitantes de Segeda, con relación de la muralla, replicaron que Graco había prohibido fundar nuevas ciudades, pero no fortificar las ya existentes. Acerca del tributo y de las tropas mercenarias, manifestaron que habían sido eximidos por los propios romanos después de Graco. La realidad era que estaban exentos, pero el senado concede siempre estos privilegios añadiendo que tendrán vigor en tanto lo decidan el senado y el pueblo romano».
Aquellas diferencias le vinieron como anillo al dedo a una Roma ansiosa de batallas para ampliar (todavía más si cabe) su dominio en la zona. En este caso, para dar un castigo ejemplar a los desobedientes hispanos arribó a la demarcación el cónsul Quinto Fulvio Nobilior . Y no lo hizo solo, sino con 30.000 combatientes divididos en cuatro legiones. La llegada de este contingente hizo que los habitantes de Segeda solicitasen asilo en la fortificada Numancia. Urbe del pueblo arévaco que se había mantenido al margen del enfrentamiento y que, a partir de entonces, se convirtió en uno de los centros neurálgicos de la resistencia contra Roma.
Cuenta Apiano que, tras acoger a los ciudadanos de Segeda, los arévacos eligieron como caudillo a «un segedano llamado Caro, que era tenido por hombre belicoso» . Tres días después, de su ascenso a la poltrona, durante un día señalado para el enemigo (las fiestas en honor de Vulcano ), el nuevo jefe se valió de un recurso tan castizo como la guerra de guerrillas para vencer al ejército de Nobilior.
«Apostando en una espesura a veinte mil soldados de infantería y cinco mil jinetes, atacó a los romanos mientras pasaban. Aunque el combate resultó incierto durante mucho tiempo, logró dar muerte a seis mil romanos y obtuvo un brillante triunfo. Tan grande fue el desastre que sufrió Roma».
Pero al bueno de Caro no le duraron demasiado ni el poder, ni el orgullo de la victoria. En palabras del autor clásico, el caudillo cometió el error de lanzarse en una alocada y desordenada persecución para aplastar los restos del ejército romano. El error le costó la vida. «Los jinetes romanos que custodiaban la impedimenta cayeron sobre él y mataron al propio Caro , que destacó por su valor, y a sus acompañantes, en número éstos no inferior a seis mil, hasta que la llegada la noche puso fin a la batalla». En todo caso, a la república le escoció tanto la estratagema del hispano que, «desde aquel tiempo, ningún general romano quiso comenzar un combate voluntariamente en este día».
El último caudillo de esta lista fue Púnico , uno de los generales lusitanos que precedió al más popular Viriato . Como sucede con el resto, poco se sabe de su nacimiento o de su juventud. De hecho, la primera vez que aparece citado en los textos clásicos es ya como «un líder» de los «íberos autónomos». Fue en el año 155 a.C. cuando este general se alzó junto a sus hombres y devastó a los pueblos peninsulares que se habían aliado con Roma. Narra Apiano que se convirtió en una verdadera pesadilla, pues consiguió vencer a varios generales de la Ciudad Eterna.
«Después de haber puesto en fuga a sus pretores Manilio y Calpurnio Pisón, mataron a seis mil romanos y, entre ellos, al cuestor Terencio Varrón. Púnico, envalentonado por estos hechos, hizo incursiones por toda la zona que se extendía hasta el océano y, uniendo a su ejército a los vettones, puso sitio a una tribu vasalla de Roma, los llamados blastofenicios».
Los textos clásicos no hablan de una victoria sobre los blastofenicios, por lo que parece que no logró tomar la ciudad. En todo caso, Apiano tan solo reseña que murió de una pendrada en la cabeza en plena batalla . Fue sustituido por un tal Césareo quien, dicho sea de paso, hizo honor a su predecesor al acabar con la vida de unos 9.000 enemigos a las órdenes de Mummio.
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